Max Hastings - Némesis. La derrota del Japón, 1944-1945
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- Libro:Némesis. La derrota del Japón, 1944-1945
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2007
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Némesis. La derrota del Japón, 1944-1945: resumen, descripción y anotación
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Una obra de este tipo, cuya redacción ha supuesto tres años de trabajo, ha dependido para su elaboración de la ayuda y buena disposición de una gran cantidad de personas a las que debo mi agradecimiento. Entre ellas se cuentan, para empezar, mis editores en Londres y Nueva York, Richard Johnson y Ash Green, así como mi magnífico editor de la casa HarperCollins, Robert Lacey, y mis agentes editoriales británico y estadounidense, Michael Sissons y Peter Matson, siempre dispuestos a prestarme su apoyo.
Suele decirse que los historiadores son dados a los celos profesionales, pero, en mi caso, no dejo de admirarme ante la generosidad de mis colegas. Así, el Dr. Williamson Murray y el Dr. Allan Millett me ofrecieron muchas y muy valiosas sugerencias al inicio de este proyecto y ambos tuvieron la amabilidad de leer mi primera versión de la presente obra y hacerme los comentarios pertinentes. Por otra parte, sin el consejo y el compromiso decidido del Dr. Tim Nenninger me habría sido imposible, como investigador, avanzar con rapidez y eficacia entre el océano de datos que alberga el Archivo Nacional de Estados Unidos, así como acceder, gracias a su ayuda, a material relevante y relativamente poco explotado. Por otra parte, el Instituto de Historia Militar del Ejército Estadounidense, con sede en Carlisle (Pensilvania), constituye una fuente sin par de documentos y testimonios personales que sus empleados tuvieron la gentileza de localizar para mí. Entre ellos, estoy en deuda de gratitud con el Dr. Richard Sommers, así como con el Dr. Conrad Crane, director del Instituto y notable historiador, quien se prestó a realizar valiosas observaciones sobre el capítulo de este volumen dedicado a la campaña aérea de LeMay. A su vez, la gentil Dra. Tami Biddle, miembro de la vecina Escuela Superior de las Fuerzas Armadas Estadounidenses, puso a mi disposición documentos de la Fuerza Aérea de Estados Unidos que ella misma había descubierto en el transcurso de sus propias investigaciones.
El Centro Histórico del Cuerpo de Marines, de Quantico (Virginia), está repleto de interesantes materiales cuya consulta se vio enormemente simplificada gracias a la asistencia prestada por Mike Miller, a quien desde aquí quiero agradecer especialmente su ayuda durante mi estancia en dicho centro. El Centro Histórico de la Marina Estadounidense, ubicado en Washington, representa otro lugar lleno de tesoros para el investigador y en el que Jack Green no dejó de atender, con infinita paciencia, todas mis consultas, ya fuera en persona o por correo electrónico, además de corregir decenas de tecnicismos presentes en mi primera versión del presente texto, tarea por la que le estoy profundamente agradecido. Además, el archivo histórico escrito y sonoro de ese centro me permitió tener acceso a un gran volumen de material tanto publicado como no publicado. A su vez, Ronald Spector me hizo una serie de pertinentes reflexiones mientras departíamos almorzando en Washington, sin contar con la exhaustiva bibliografía general y por temas que me facilitó James Controvitch. Igualmente, el coronel David Glantz tuvo la amabilidad de leer mi primera versión del capítulo sobre la invasión soviética de Manchuria —de la que él es el más destacado especialista occidental—, así como de hacerme las observaciones oportunas. Por último, el historiador militar Richard Frank, quien en los últimos años se ha convertido en uno de los más prominentes especialistas en la guerra del Pacífico, se encargó de remitirme a su obra, aún no publicada, sobre la batalla naval del golfo de Leyte, en las Filipinas. Por supuesto, todas las personas citadas no son responsables en ningún modo de mis errores o apreciaciones personales, de algunas de las cuales, es más, disentirán a buen seguro.
En Gran Bretaña, sir Michael Howard, catedrático emérito de historia militar y moderna en la Universidad de Oxford y galardonado con distintas condecoraciones civiles y militares, así como Don Berry, el conocido escritor y artista estadounidense, tuvieron la deferencia de leer y comentar mi primera versión de esta obra, tal como ya habían hecho antes con Armagedón. Por otra parte, el personal del Museo Imperial de Guerra de la capital británica, cuya colección de testimonios personales no deja de mejorar año tras año, se mostró tan receptivo hacia mí como de costumbre, al tiempo que la Biblioteca de Londres y el Archivo Liddell Hart del también londinense King’s College me prestaban una ayuda inestimable.
En Japón, Chako Bellamy se encargó de localizar a supervivientes de la segunda guerra mundial y de ayudarme como intérprete mientras les entrevistaba. Gu Renquan, la encantadora «Maomao», esposa del destacado antiguo corresponsal de la BBC en China y biógrafo de Mao Zedong, Philip Short, hizo lo propio en China, permitiéndome así disfrutar del placer de su compañía, que recordaré como uno de los mayores atractivos de mi viaje a aquellas tierras. En Rusia, la Dra. Luba Vinogradovna, investigadora e intérprete, cuya colaboración resultó decisiva para la elaboración de Armagedón, tuvo a bien traducir gran cantidad de documentos y testimonios personales, así como entrevistar a veteranos soviéticos que participaron en la campaña de Manchuria. En ese sentido, aunque no he dejado de reconocer en las fuentes citadas en las notas las aportaciones individuales realizadas por todos los testigos oculares entrevistados, querría, igualmente, dejar constancia de mi agradecimiento colectivo a cuantas personas, algunas de ellas notoriamente ancianas, no tuvieron inconveniente en dedicar largas horas a dar respuesta a mis preguntas, contribuyendo así en gran medida a hacer posible este libro.
Por último, he de agradecer a mi secretaria, Rachel Lawrence, que nunca deje de mostrarse tan maravillosamente eficiente y en cuanto a mi esposa, Penny, aunque a veces piensa que cuando me pongo a escribir un libro lo mejor sería emigrar, sabe bien que, sin ella, yo no podría hacer ni lo uno ni lo otro.
[La guerra] es humana, se vive como un amor o un odio… es, antes [que estratégica], una condición patológica, porque comporta accidentes que ni siquiera un médico experto podría haber confiado en evitar.
MARCEL PROUST
«Ahora se detendrán, sentirán horror por lo que han hecho», pensaba Pedro, que vagaba confuso tras una multitud de camillas que se alejaban del campo de batalla.
PEDRO BEZUJOV EN BORODINO, 1812
TOLSTOI, GUERRA Y PAZ
En 1944, no parecía haber ni la más mínima razón para suponer que la guerra podría terminar en 1945.
CAPITÁN LUO DINGWEN
EJÉRCITO NACIONALISTA CHINO
Sir Arthur Tedder, segundo de Eisenhower en el mando supremo de las fuerzas aliadas de Europa entre 1944 y 1945, dio a entender que los combatientes que desearan aprender para futuros conflictos deberían estudiar las fases iniciales de los ya pasados. Pues en ese caso, según escribió con tono compungido: «No hay ni grandes batallones ni cheques en blanco». En efecto, en las campañas iniciales de una guerra, las naciones que son víctimas, antes que iniciadoras, de una agresión disponen de pocas opciones. Luchan por la supervivencia con recursos inadecuados y, en muchas ocasiones, comandantes poco aptos para la labor; en suma, con todas las desventajas de combatir en las condiciones dispuestas por el enemigo. Más adelante, si se les concede el tiempo necesario para una movilización completa, quizá alcancen el lujo de gozar de alternativas; de un poder igual o incluso superior al del enemigo; y aun de la certidumbre de la victoria final, moderada solo por la polémica sobre cómo lograr tal fin con la mayor rapidez y economía. Tedder y sus compañeros aliados experimentaron todas estas sensaciones.
Para los estudiantes de Historia, sin embargo, la manera en la que concluyó la Segunda Guerra Mundial es aún más fascinante que la forma en la que se inició. Gigantes de las distintas naciones —o más bien, hombres mortales obligados a interpretar papeles de gigante— resolvieron los asuntos principales del siglo XX en escenarios de tierra, mar y aire, así como en los centros de análisis bélico de sus capitales respectivas. Algunas de las sociedades más pobladas de la tierra cambiaron radicalmente. La tecnología exhibió una madurez horripilante. Churchill dio al volumen final de sus memorias de guerra el título de
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