Hanna Lévy-Hass - Diario de Bergen-Belsen 1944-1945
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- Libro:Diario de Bergen-Belsen 1944-1945
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:1961
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Diario de Bergen-Belsen 1944-1945: resumen, descripción y anotación
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BB. 16.8.44. Me siento inerte por dentro, cada día más apática hacia el mundo exterior, menos preparada para la vida tal como se presenta en la actualidad. Si nuestro objetivo y nuestras perspectivas no se cumplen, si las nuevas relaciones sociales no logran modificar de modo sensible la naturaleza humana… me convertiré sin remedio en una criatura torpe, inútil, maldita, fracasada.
Hasta ahora, he intentado con frecuencia, incluso sin tregua, buscar las causas de mi desgracia en mí, en mi ser, mi naturaleza, mi origen. Siempre me he esforzado en comprender la fatalidad del destino humano, de la suerte de cada individuo; en explicarlos a la luz del atavismo, la herencia, la educación, la infancia y otros muchos factores psicológicos. Y del mismo modo, he intentado comprender y explicarme mi vida. Es, sin duda, un método justo.
Pero de un tiempo a esta parte, me parece cada vez más evidente que no debemos buscar la «culpa» sólo en uno mismo y en la existencia personal, sino que, en gran medida, está «oculta» en el mundo que nos rodea. Hoy me doy cuenta de que los innumerables días aciagos, las ideas negras y las situaciones tan penosas sufridas en mi existencia tenían generalmente como causa inmediata los acontecimientos exteriores, lo absurdo de la estructura social actual y la naturaleza del hombre de nuestros días.
Esta evidencia ha pasado a ser de una claridad deslumbrante aquí, en este campo, ante la atroz sumisión común que nos une. También he aprendido a asociar estrechamente mi destino individual a la cuestión general de la que depende el desenlace de la actual situación social e internacional. He aprendido a vislumbrar la solución de mi problema personal en el marco de la solución de los problemas a escala mundial. Por eso he decidido dejar de ser víctima de mis convicciones anteriores, liberarme de las garras de un fatalismo individual que me arrastraba a una desgracia inminente, anunciada, inevitable, eterna, inexorable. Debo reconocer, no obstante, que mi infortunio personal procede en cierta medida de ese tipo de factores; pero no es una categoría definitiva y estable, ya que DEBERÁ variar —no tiene más remedio que hacerlo— en el marco general de la evolución social y mundial hoy en curso.
BB. 19.8.44. Aquí se hacina gente de diversas capas sociales, pero predomina el tipo pequeñoburgués. También se da el capitalista típico, un tanto decadente. En general, todos manifiestan un comportamiento mezquino, egoísta y poco generoso. De ahí los interminables roces y conflictos. Y, para colmo, no falta algún que otro religioso intransigente.
La atmósfera es irrespirable. El hecho de que hayamos sido deportados aquí desde los rincones más diversos del mundo, y que se oigan más de veinticinco lenguas, no sería lo peor, si al menos estuviéramos unidos por una clara conciencia común. Pero no es así. Esta masa humana es heterogénea. Está hacinada a la fuerza en este exiguo espacio de tierra húmeda y polvorienta, obligada a vivir en las más humillantes condiciones y a soportar las más brutales privaciones, de modo que todas las pasiones y debilidades humanas se han desatado y revisten en ocasiones formas salvajes.
¡Qué vergüenza! ¡Qué triste espectáculo! Unos seres unidos por una miseria común que no se toleran y a cuya desventura objetiva hay que añadir su falta de conciencia social, su ceguera mental y las incurables enfermedades del alma en soledad. Algunos instintos egoístas han hallado aquí el terreno ideal para echar raíces hasta lo grotesco. Sería un error generalizar estos problemas. Pero los nobles valores individuales que se adivinan en algunos, su honestidad moral e intelectual, permanecen ocultos, impotentes.
BB. 20.8.44. Me siento enormemente cansada y como ajena a todo lo que me rodea. Mi alma gime. ¿Dónde se ha escondido la belleza? ¿Y la verdad? ¿Y el amor? ¡Cómo sufro ante la idea de lo que ha sido mi vida!
BB. 22.8.44. Un espacio tan limitado, y las posibilidades aún más limitadas de mantener la limpieza, bastan para hartar a cualquiera. Los días en que llueve, esto se convierte en un cenagal, lo que aumenta la suciedad y los parásitos. Y todo ello acompañado de interminables broncas, alimentadas sistemáticamente por el enemigo común, el nazi. No ha pasado ni un mes y ya se vislumbran, con este humor sombrío, desgracias sin fin.
Habría que volver «allá arriba», a las montañas, con ellos. Está claro. No hay duda de que también allí acabaría uno por oír notas falsas, leves discordancias, ligeras incoherencias en unos, falta de firmeza y de principios en otros… y quizá sería más doloroso, más amargo, pero al menos uno sentiría que es un ser humano, libre para pensar, hablar y actuar. Y estaría rodeado de seres humanos, de hombres de verdad que hablan de cosas humanas, de esos hombres que, en definitiva, son los únicos que hoy merecen estima y cuyas palabras y obras tienen peso. Sólo «allá arriba» podría saber cuál es mi razón de ser, mi justo valor y lo que soy capaz de dar o no dar.
Sólo allí el sufrimiento tiene sentido. Sólo allí los defectos son más visibles y fáciles de corregir. Sólo allí el hombre aprende a conocerse y a entregarse. Y aunque también allí se me impondría la evidencia de que soy un ser fracasado… sería para bien. Todo estaría más claro: bastaría caer como un fruto que, cuando se le ha pasado el tiempo, se descompone por sí mismo. ¿Por qué no? Así son las cosas. Pero intuyo que una vez allí no estaría abocada a una ruina total.
Puede ser ese dilema, que me ronda desde hace mucho tiempo, el que me ha conducido hasta aquí, hasta este campo maldito. Por otra parte, gracias a ello, he comprendido muchas cosas sobre mí y sobre los otros. Y hoy puedo afirmar con precisión que, si no del todo, al menos en cierta medida, me siento mucho más hecha para estar allí, con ellos, que aquí. Esta evolución ha tenido, pues, una ventaja nada despreciable: me he reafirmado en mis convicciones, he conocido mejor al enemigo y he aprendido más profundamente lo que debo combatir en el futuro. El conocimiento adquirido ha merecido la pena.
BB. 23.8.44. Pero no es del todo cierto. Ese conocimiento ya existía antes en mi conciencia, vivo y total. Y no era necesario haber cumplido treinta años para ser «más firme» a costa de sufrimientos tan denigrantes… porque muchos han resuelto esta cuestión crucial más rápidamente y de un modo más positivo. Eso es lo que está mal, lo que subyace en ese descontento de mí misma y lo que, con toda lógica, me desespera.
Esa lucha entre dos mundos, que se libra en mí y en muchos otros que se me parecen, ¿se prolongará eternamente y nos mortificará durante toda nuestra existencia? ¿O hay alguna esperanza de que finalice, y lo haga de un modo positivo? Da la impresión de que se trata de algo inevitable, de un fenómeno natural en aquellos cuya vida ha transcurrido en las mismas circunstancias objetivas que la mía, de un fenómeno que probablemente seguirá reproduciéndose en nosotros en un futuro, al comienzo de la nueva vida, como se observa al leer a P. Romanov, Gorki o Gladkov: esas manifestaciones externas de conflictos íntimos y de sufrimientos morales que consumen, y esa lucha que se impone como única realidad capaz de acabar con todas esas expresiones enfermizas del hombre en evolución… La lucha, sólo la lucha.
Si hago estas reflexiones no es para justificarme. No hay justificación posible para unas faltas de las que tenemos plena conciencia, ni del abandono de unas obligaciones que también somos los primeros en condenar.
BB. 24.8.44. Me invade un cansancio extremo y un desinterés total. ¿Se puede añadir algo más? Un mundo en descomposición… Lo sustituirá un mundo nuevo, más sano. La idea de la vida nueva, de la claridad y la verdad triunfantes hace que me estremezca de alegría. Cuántas cosas se aclararán y quedarán al descubierto para siempre, en los libros, en la acción, en la vida… Todo será infinitamente más sencillo, justo y claro, y no habrá lugar para ese tipo de dilemas.
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