Margarete Buber-Neumann - Milena
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- Libro:Milena
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1963
- Índice:5 / 5
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Milena: resumen, descripción y anotación
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Margarete Buber-Neumann conoció a Milena Jesenská (1896-1944) en el campo de concentración de Ravensbrück, en 1940. En ese infierno sin límites, las dos mujeres vivieron una historia de amistad, valentía y dignidad de la que surgió este libro, escrito a instancias de la propia Milena. En él, la autora desgrana la infancia de Milena en Praga, su agitada adolescencia, sus dos matrimonios, su intensa actividad política, su relación amorosa con Franz Kafka, su carrera como periodista y traductora, su vida clandestina como comunista bajo el terror nazi y, finalmente, su prisión y muerte en el campo de concentración. Antes de morir de agotamiento, Milena había dicho a Margarete: «Sé que al menos tú no me olvidarás, que podré seguir viviendo en ti. Tú les dirás a los demás quién fui, serás mi juez clemente». Y Margarete, a quien estas palabras infundieron el valor de escribir este testimonio de coraje y resistencia frente a la barbarie nazi, cumplió su promesa.
Margarete Buber-Neumann
ePub r2.0
Titivillus 13.09.18
Título original: Milena, Kafka’s Freundin
Margarete Buber-Neumann, 1963
Traducción: M. A. Grau
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Quiero dar aquí las gracias a los muchos amigos de Milena que han hecho posible este libro. En especial a Wilma Lövenbach, por su incansable colaboración y consejo, así como a Arthur Koestler, a Paul Rütti, a Willy Haas, a Joachim von Zedtwitz, a Jaroslav Dressler, a Miloš Vaněk, a Anička Kvapilová y a todos aquellos que me contaron sus recuerdos o me proporcionaron material histórico.
Por ser yo alemana, no tuve acceso a numerosas fuentes de información que habrían echado luz acerca de la vida y del destino de Milena. Por otra parte no conozco ni Bohemia ni la ciudad de Praga. Unicamente a través de los relatos de Milena conozco aquella época maravillosa en que su patria natal checa fue, durante los primeros treinta años de nuestro siglo, cuna y espejo de la cultura, época que ella vivió. Conocí a Milena en el campo de concentración. Fue allí donde me contó su pasado. Esta es tal vez la causa de que haya cometido errores en la narración de su vida y por ello pido de antemano perdón a los críticos. Dudé mucho antes de atreverme a escribir este libro. Lo hice porque la personalidad de Milena me fascinó y porque me siento unida a Milena por una profunda amistad.
M. B.-N.
Ella es fuego vivo, como yo jamás había visto […]. Sin embargo es, al mismo tiempo, dulce, animosa, inteligente y totalmente volcada al sacrificio, o, si se prefiere, lo consigue todo a través de su sacrificio…
FRANZ KAFKA, acerca de Milena
El 21 de octubre de 1940 recibí la primera carta de Milena, una hoja arrugada depositada secretamente en mi mano en el callejón del campo de concentración. Entonces nos conocíamos solo desde hacía unos días. Pero ¿qué pueden significar unos días cuando el tiempo no transcurre en horas y minutos sino que se cuenta con los latidos del corazón?
Fue en el campo de concentración para mujeres de Ravensbrück donde nos encontramos. Milena había sabido de mí por una alemana que había llegado al Campo en su mismo transporte. La periodista Milena Jesenská quería hablarme, quería saber si efectivamente los soviets habían entregado a Hitler emigrantes antifascistas. Milena se me acercó durante el paseo de las «recién llegadas» por el estrecho camino situado entre la parte posterior de los barracones y el alto muro del Campo, coronado de alambradas con cargas de alta tensión, el Muro que nos separaba de la libertad. Se presentó diciendo: «Milena, de Praga». Para ella era más importante su ciudad natal que su apellido. Nunca he olvidado el gesto con que me tendió la mano en este primer saludo, la fuerza y la gracia de su movimiento. Cuando su mano reposaba en la mía, dijo en un tono ligeramente irónico: «Por favor, nada de apretones como soléis hacer los alemanes. Tengo los dedos enfermos…». Contemplé un rostro marcado por los sufrimientos y la palidez de la reclusión. Pero la impresión de enfermedad desaparecía en el acto ante la fuerza de su mirada y la vitalidad de su porte. Milena era alta, de hombros anchos y rectos, con una cabeza muy distinguida. Los ojos y la barbilla delataban grandes iniciativas, y la boca, de hermoso brío, un exceso de apasionamiento. La nariz, muy fina y delicada, contrastaba en su rostro confiriéndole un aire quebradizo, al tiempo que la seriedad de su frente algo abombada se suavizaba con los pequeños rizos que la rodeaban.
Estábamos de pie en el estrecho camino, impidiendo el paso a las demás mujeres, obstaculizando totalmente la marea humana en su ir y venir. Se pusieron furiosas e intentaron empujarnos de mala manera; yo solo deseaba poner fin cuanto antes a nuestro saludo e incorporarme de nuevo al ritmo prescrito del paseo. En tantos años de reclusión yo había aprendido a amoldarme a las normas externas de estos rebaños de reclusos. Pero Milena carecía totalmente de esta capacidad. Se comportaba en el callejón del campo de concentración exactamente igual que si nos hubieran presentado en el bulevar de cualquier ciudad en época de paz. Prolongaba el saludo.
Estaba completamente dominada por la alegría de conocer a alguien nuevo, o tal vez por la pasión periodística de ahondar en el destino de un desconocido. Impertérrita ante los murmullos de protesta que nos rodeaban, saboreaba este hecho con absoluta tranquilidad. En los primeros minutos me alteró su despreocupación, pero luego empezó a fascinarme. Ante mí tenía a una persona con la arrogancia humana todavía sin quebrantar, ¡un ser humano libre en medio de todos los humillados!
Después continuamos como las demás, sumergidas en la nube de polvo que levantaban nuestros chanclos de madera, arriba y abajo del «Muro de las Lamentaciones», nombre que Milena había puesto a este camino.
Cuando uno se encuentra en la vida normal con alguien, aunque nos sea totalmente desconocido, su manera de vestir nos dice al menos algo acerca de él, nos indica casi siempre, en cualquier caso, en qué tipo de círculo se desenvuelve. Pero «Milena de Praga» llevaba el mismo vestido de reclusa que yo, largo, amplísimo, a rayas, el delantal azul y el pañuelo en la cabeza, como estaba mandado. Lo único que sabía de ella es que era checa y periodista. Hablaba con un ligero acento checo, pero no como una extranjera; dominaba completamente el alemán y tanto su riqueza de vocabulario como su facilidad de expresión me cautivaron ya en estos escasos diez minutos de nuestro primer encuentro.
Tras algunas palabras de despedida, después del usual «¡Hasta la vista!», regresé corriendo a mi barracón sin saber muy bien qué me pasaba. Permanecí el resto del día ciega y sorda a todo. El nombre de Milena llenaba todo mi ser y me sumergí voluptuosamente en su agradable sonoridad. Unicamente quien haya estado solo entre miles de personas y, además, en un campo de concentración, es capaz de calibrar la vehemencia de mis sentimientos. A principios de agosto de 1940 me habían traído a Ravensbrück. Detrás mío quedaban los horribles años en la Rusia soviética: mi detención por parte de la NKWD en Moscú, la condena a cinco años de trabajos forzados, mi permanencia en el campo de concentración kazaco de Karaganda y posteriormente mi entrega a los alemanes por parte de la policía estatal rusa, en el año 1940.
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