La Revolución francesa no solo hizo tambalear la política europea de su tiempo; en la ciudad alemana de Jena, una generación de jóvenes poetas, filósofos y escritores decidió, hacia 1800, repensar de nuevo el mundo. Los hermanos Schlegel junto con sus esposas, filósofos como Schelling, Fichte o Hegel, y poetas como Novalis o Tieck se congregaron en la pequeña ciudad universitaria para edificar una «república de espíritus libres». Además de cuestionar las tradiciones y la sociedad, contribuyeron a transformar nuestra comprensión de la naturaleza, la libertad y la entera realidad humana. Peter Neumann relata la portentosa existencia de esta comunidad de hombres y mujeres libres que sentaron las bases para la irrupción de la modernidad.
Al día siguiente
La tierra tiembla. En las casas tintinean los cristales de las ventanas. El cañoneo, sordo pero claro, retumba por todas partes. El ataque procede del sur. A un sonido más fuerte le sigue otro más débil, y poco a poco el ruido se convierte en un estruendo, como si hubiera baterías enteras disparando unas contra otras. Ya han conquistado los puestos avanzados de Prusia junto a Maua y Winzerla, y el resto de las fuerzas se han retirado hacia el norte.
La población se ha acostado vestida y escucha desde la cama. En la ciudad reina un silencio sepulcral. De un momento a otro se oirá una alarma de fuego, y entonces las campanas volverán a repiquetear. Los vecinos permanecen en sus casas, asomándose de cuando en cuando. Todos prestan atención, atemorizados por los acontecimientos inminentes.
Pronto resonarán los disparos de las patrullas francesas por las estrechas callejuelas. Se abrirá ante los ciudadanos un mundo completamente nuevo. Se producirán escenas que nunca se habían considerado posibles. Al alba del 13 de octubre de 1806, la soldadesca vaga hambrienta, iluminando con antorchas unas calles donde hasta hace poco se impartían lecciones de lógica y metafísica, donde los estudiantes conversaban sobre las ventajas de uno u otro sistema, sobre literatura y arte, sobre filosofía de la naturaleza y de la historia. Solo se libran de los pillajes y atracos quienes conservan la calma, o quienes hablan algo de francés y no se muestran hostiles. Hay saqueos y tumultos en todas las callejuelas. A las diez, la mayoría de las viviendas ya han sufrido robos. Los asaltantes buscan dinero, relojes de oro, cuberterías de plata. Y también les interesa el vino, que en aquella región abunda. Ouvrez la porte! Se derriba sin demora la puerta del que no acata voluntariamente. ¡Cuidado con dejar abiertas las contraventanas! Si es necesario los soldados romperán también los cristales para poder entrar, no se arredrarán ante nada. En un instante colocan la escalera y ya están dentro.
En el transcurso de la mañana, las primeras tropas regulares, al son de las marchas, entrarán por el sur atravesando la Puerta Nueva e impondrán el orden; los generales y oficiales aparecerán engalanados con sus altos penachos, vistosos y elegantes. La calma regresará a las calles una vez que los traperos domésticos, la canalla y los expertos en martingalas hayan arramblado con lo que han dejado los franceses. ¡Qué tranquilidad tan engañosa! Pues ¿quién sabe entonces lo que sucederá durante el tiempo en que todos temen por sus bienes y su vida? Son horas de inseguridad y miedo, en las que la historia universal y el espíritu del mundo chocan entre sí. La guerra está en el aire. Y habrá guerra. Aquí, en Jena, va a decidirse todo.
Primera parte
La revolución inacabada
En el ojo del huracán
Una filosofía se extiende por el continente
Ha llegado la noche a la Leutragasse 5. Por lo general, durante el día cada uno trabaja o escribe en su habitación. A una hora avanzada, el grupo se congrega en el salón en torno a un pequeño sofá, al lado de la estufa: Fritz y Wilhelm, Caroline y Dorothea, Schelling, Novalis y Tieck. Se sirven té, queso y arenque en conserva, patatas y lo que ha quedado a mediodía. Schelling no deja de tomar pepinillos en vinagre. Apenas les quedan ahorros, y los textos no les reportan mucho dinero, pero eso carece de importancia. Cenan, filosofan y estudian italiano. Conversan sobre la Divina comedia; Fritz es un maestro en la cuestión. Cuando diserta sobre Dante, sus ojos brillan y se alisan sus armoniosos rasgos faciales, aunque desde que está atascado en la segunda parte de Lucinde aparecen arrugados bajo el peso del trabajo. Cuando recita, se olvida casi hasta de comer.
La primera parte de Lucinde apareció medio año atrás, en las vacaciones de Pascua, y, mientras la obra espera su continuación, Schelling compone un gran poema sobre la naturaleza, que tiene que ser el poema de los poemas sin contener nada especial, por lo menos nada especial que aparezca como tal: ha de ser un poema didáctico absoluto, una epopeya especulativa, cuyo único contenido sea la forma incondicional. Está entregado por completo a este trabajo en solitario. Pero estamos en Jena y, naturalmente, la ciudad es demasiado pequeña para que uno pueda pasar inadvertido En la mesa todo el mundo sabe en qué se ocupa Schelling.
Acaba de aparecer su Primer esbozo de un sistema de filosofía de la naturaleza y la obra ya está en boca de todos. Las revistas literarias le dedican duros ataques, pero en Jena los estudiantes se ponen a sus pies. Schelling causa extrañeza, se presenta de manera misteriosa, incluso entre sus amigos pasa por ser un libro cerrado con siete sellos. Quien lo contemplara al mediodía, profundamente inclinado sobre la mesa tomando cucharadas de sopa, podría pensar que está ante un mariscal de campo, quizás ante un general francés, pero no ante un gran filósofo. Schelling no quiere encajar por entero ni en la cátedra ni en el mundo literario; es auténtico granito.
Solo una persona es receptiva a esta peculiaridad: Caroline. Ella le dedica mucho tiempo a él, lo mismo que él a ella, a pesar de que la mujer es doce años mayor. Hace poco que, en secreto y para la estupefacción de Caroline, él le escondió una pluma negra en el sombrero. Una pluma negra significa encanto, magia, misterio... Schelling, ante la tertulia reunida, la corteja de manera tan descarada que Novalis, que contempla el espectáculo con el rabillo del ojo, ve emerger el escándalo y presiente cómo las negras nubes de tormenta se ciernen sobre ellos como un cuervo. No obstante, hay algo en Schelling que fascina a Caroline. Su melindrosa forma de ser o su originalidad. Nada más juntarse, aparecen los conflictos. Schelling es, sin comparación, lo más interesante que se le ha presentado desde Wilhelm.
En la ciudad y en la casa se sabe que Wilhelm y Caroline no tienen en mucho el sagrado sacramento del matrimonio. Conviven más bien como buenos amigos, no como quienes se han prometido recíprocamente fidelidad para siempre. Según parece, el matrimonio tiene validez solo sobre el papel y por un tiempo. A Caroline no le preocupan las habladurías de la gente. Que se desmadren las bocas en la ciudad. Ella ya está acostumbrada.
Caroline se presenta como la anfitriona soberana, deja que Schelling la seduzca y mira cómo Wilhelm, por su parte, flirtea con Dorothea. Y así están todos metidos en un enredo. Tieck, por lo menos, cree que es un escándalo. Pero nadie quiere soltar una palabra sobre este tema, tampoco él. Si el mundo exterior se desmorona cada día un poco más, por lo menos aquí, en este reducido círculo, hay que mantenerse unidos.