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Mark Twain - Viaje alrededor del mundo, siguiendo el Ecuador

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Mark Twain Viaje alrededor del mundo, siguiendo el Ecuador
  • Libro:
    Viaje alrededor del mundo, siguiendo el Ecuador
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1897
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Viaje alrededor del mundo, siguiendo el Ecuador: resumen, descripción y anotación

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MARK TWAIN seudónimo de Samuel Langhorne Clemens nació en Florida Missouri - photo 1

MARK TWAIN, seudónimo de Samuel Langhorne Clemens, nació en Florida, Missouri, en 1835. Pasó su infancia y adolescencia en Hannibal, a orillas del río Mississippi. En 1861 viajó a Nevada como ayudante personal de su hermano, que acababa de ser nombrado secretario del gobernador. Más tarde, en San Francisco, trabajó en The Morning Call. En 1866 realizó un viaje de seis meses por las islas Hawái y al año siguiente embarcó hacia Europa. Resultado de este último viaje fue uno de sus primeros éxitos editoriales, Inocentes en el extranjero, publicado en 1869. En 1876 publicó su segunda obra de gran éxito, Las aventuras de Tom Sawyer, y en 1885 la que los críticos consideran su mejor obra, Las aventuras de Huckleberry Finn. Murió en 1910 en Redding, Connecticut.

Conclusión

He viajado más que nadie, y he notado que hasta los ángeles hablan el inglés con acento.

Nuevo Calendario de Pudd’nhead Wilson

Sea como fuere, vi Table Rock —perdón, debería decir Table Mount, «monte» y no «peña»—: es un cerro majestuoso. Mide mil metros de altitud. Mide también cinco mil. El lector puede fiarse de estas cifras, ya que las recabé en la misma Ciudad del Cabo y de sus dos ciudadanos mejor informados, dos hombres que hicieron de Table Mount su tema monográfico de estudio. Y vi la bahía homónima de Table, así llamada porque su lisura es comparable a una tabla. Estuve en el castillo, construido tres siglos ha por la Compañía Holandesa de las Indias Orientales y residencia del comandante general, y en la bahía de Saint Simón, donde vive el almirante. Visité las sedes del gobierno y del Parlamento, en cuyas cámaras oí a los políticos pelearse en dos lenguas y no entenderse en ninguna. Recorrí las salas del club. Recorrí y exploré los preciosos senderos marítimos que surcan, zigzagueantes, las montañas costeras y el edén terrenal donde se alzan las quintas de recreo. Durante este paseo pude observar algunas de las antiguas mansiones holandesas, regios y acogedores hogares en tiempos pretéritos, confortables viviendas aún en el presente, y gocé del privilegio de la hospitalidad de sus dueños.

Poco antes de mi partida vi, en la pinacoteca de una de aquellas casas, una añeja y peculiar imagen que está asociada a una curiosa aventura romántica: la de un joven de tez pálida y aspecto intelectual, con un atavío de color de rosa rematado por un cuello alto, rígido y negro. Era el retrato del doctor James Barry, cirujano militar que apareció en el Cabo hace cincuenta años acompañando a su regimiento. Fue un tipo alocado y excéntrico, culpable de conducta irregular por variados motivos. Se enviaron innumerables partes acusatorios a los cuarteles generales de Inglaterra, y a cada nueva denuncia se esperaba recibir la orden de escarmentarle pronta y severamente, pero por alguna extraña razón jamás llegó este mandamiento, ni de hecho ningún otro: la respuesta era, sistemáticamente, un sepulcral silencio. Fue así como acabó por rodearse de una aureola sobrenatural, convirtiéndose en el asombro de la ciudad. Entre sus lances se encuentra incluso un duelo a muerte, dirimido con espadas en el castillo. Liquidó impunemente a su hombre.

Al cabo de un tiempo, el doctor Barry fue ascendido con todas las de la ley. Le nombraron inspector médico general y le trasladaron a la India. Pero no tardó en volver a la colonia del Cabo, donde reanudó sus travesuras de antaño. Aunque había en el lugar todo un ramillete de muchachas guapas y casaderas, ninguna logró atraparle, ninguna pudo conquistar su corazón; evidentemente, no era proclive al matrimonio. Su tenaz soltería fue otro enigma, otro gran interrogante que dio pábulo a perplejos comentarios.

Una vez llamaron a su puerta en plena noche para un servicio ginecológico, la atención urgente a una partera que, al decir de sus familiares, estaba moribunda. Actuó con presteza y científicamente, salvando tanto a la madre como al recién nacido. Existen también otros expedientes clínicos que atestiguan su maestría en la profesión, y que ponen de manifiesto el amor y dedicación con que la ejercía.

El niño al que Barry salvó de morir en aquel difícil alumbramiento fue bautizado con su nombre, y reside todavía en Ciudad del Cabo. Fue él quien encargó el retrato del controvertido cirujano y más tarde se lo dio al caballero en cuya morada holandesa le vi inmortalizado, con su singular figura de rosado atuendo y el cuello tieso, negro.

Parece que mi historia no va a ninguna parte; pero eso sucede porque todavía no he terminado. El doctor Barry murió en Ciudad del Cabo hace treinta años. Fue entonces cuando se descubrió que era una mujer.

Quiere la leyenda que en las posteriores investigaciones —celosamente silenciadas— se la identificara como la heredera de una insigne saga británica, lo cual explicaría que sus desórdenes en el Cabo no tuvieran castigo, ni se les diera nunca curso a los informes enviados desde Sudáfrica al gobierno central. «James Barry» era un alias. Nuestra heroína había caído en desgracia frente a su familia, así que decidió cambiar de nombre y de sexo y empezar una nueva vida a partir de cero.

Zarpamos el 15 de julio a bordo del Norman, un buque fantástico y perfectamente equipado. La travesía hasta Inglaterra nos ocupó un par de semanas, sin más que una escala técnica en Madeira. Fue un viaje tranquilo y reparador para unos pasajeros tan cansados como nosotros. Éramos bastantes. Yo tenía la sensación de haber pasado un milenio dando conferencias, pese a que sólo fue un año, y entre los otros había un número considerable de reformistas que estaban extenuados tras cinco meses de reclusión en la cárcel de Pretoria.

Nuestro periplo alrededor de la tierra concluyó en los muelles de Southampton, allí donde habíamos embarcado trece meses antes. Era una empresa magna y meritoria la que habíamos realizado, circunnavegar el ancho globo terráqueo en tan corto tiempo, y me sentía secretamente orgulloso de mí mismo. Mi felicidad fue efímera. Poco después, los físicos del Real Observatorio Astronómico publicaron uno de esos comunicados tan nefastos para la vanidad humana anunciando la reciente aparición en las esferas siderales de un cuerpo luminoso que, a juzgar por su velocidad de crucero, podría haber cubierto la misma distancia que yo en un minuto y medio. La jactancia es una pérdida de tiempo; siempre hay algún fenómeno al acecho para deshinchar nuestros aires.

Dedico afectuosamente este libro a mi joven amigo HARRY ROGERS, a sabiendas de cómo es, y con temor de cómo puede llegar a ser, a menos que se forme mirándose un poco más en el modelo de

EL AUTOR.

Título original: Following the Equator: A Journey Around the World

Mark Twain, 1897

Traducción: Marta Pérez

Editor digital: Titivillus

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LAS MÁXIMAS DE PUDDNHEAD Estos retazos de sabiduría pretenden atraer a la - photo 2
LAS MÁXIMAS DE PUDD’NHEAD

Estos retazos de sabiduría pretenden atraer a la juventud hacia elevadas altitudes morales. El autor no los recabó a través de la práctica, sino por observación. Ser bueno es noble; pero enseñar a serlo a otros es más noble aún, y no causa problemas

Notas

[1] «Carbúnculo». El autor hace aquí un juego de palabras. El término carbuncle designa en inglés tanto un forúnculo —tal es el significado que cabe atribuirle en esta primera utilización— como un carbúnculo, o rubí, acepción por la que se ha traducido para respetar la repetición humorística. (N. de la T.)

[2] El whist es un juego de naipes anglosajón para dos parejas. Presenta, en algunos aspectos, similitudes con el

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