Marc Eliot - Jack Nicholson - La biografía

La primera vez que vi Easy Rider fue durante la temporada de su estreno en el Trans-Lux Est, en Manhattan, con mi novia de entonces, una belleza llegada de Ohio y convertida en hippy a través de San Francisco. La recuerdo molesta cuando salimos del cine por la «injusticia», según sus propias palabras, de los dos asesinatos sin sentido al final de la película. Para mí, sin embargo, la mayor injusticia fue el asesinato asimismo sin sentido de Hanson, un personaje magníficamente interpretado por un actor del que hasta el momento yo no tenía mucha conciencia, pero cuya aparición más o menos breve me conmovió mucho más que la interminable cháchara paranoide salida de los bidimensionales Capitán América y Billy durante dos horas seguidas. El asesinato de ambos fue tan conveniente como un cliché. El asesinato de Hanson en mitad de la película fue un shock genuino. Fue mi primer contacto con la magia de Jack.

Nunca he sido un verdadero hippy, y solo he interpretado a uno en la televisión (es una historia real, pero queda para otro momento), aunque me encantaba (y todavía me encanta) el rock melenudo de los años sesenta. La primera vez que oí la banda sonora de la película en la llorada WNEW-FM de Nueva York, una noche, en una selección crème de la crème entre grabaciones de estudio y actuaciones en vivo de Roger McGuinn, Jimi Hendrix, los Byrds, Robbie Robertson, los Electric Prunes (sí), Bob Dylan y el tema explosivo que vertebraba la película, el himno de Steppenwolf «Born to Be Wild», yo no tenía ni idea de qué trataba el filme o de quién actuaba, nada de eso. Fui a ver la película porque quería ver cómo habían usado la música en ella.

Mi siguiente encuentro cinematográfico con Jack Nicholson fue en Mi vida es mi vida. Fui a verlo solo, en una sala de cine llena hasta la mitad durante el día y entre semana, ya que yo no tenía trabajo fijo en aquella época. Esa vez, no solo sabía quién era Jack, sino que era la razón por la que fui a ver la película. Acabé viendo tres sesiones seguidas. Me quedé pegado a mi asiento por su carga emocional, y quise verlo una segunda y una tercera vez para intentar descubrir cómo Jack se había transformado a sí mismo de Hanson en Bobby Dupea, un personaje tan alejado de Hanson como pueda imaginarse. No lo conseguí. La magia de Jack era demasiado buena.

Este libro trata sobre el extraordinario poder de aquella magia y del hombre responsable de ella. Al escribirlo descubrí muchas cosas fascinantes, y la más fascinante, creo, era que cuando Jack estaba en su mejor momento, cuando la magia brillaba con su máxima potencia en la pantalla grande, él era un espiritista cinematográfico, capaz de usar de alguna manera los pedazos de su vida difícil, errónea, rabiosa, a veces en ruinas, pedazos de un encanto irresistible, un desgaste físico, un vacío emocional y toda su decepción familiar, para crear personajes de gracia y belleza cinematográfica. Escribir sobre él fue un placer y un privilegio, una experiencia iluminadora; y creo que al final descubrí, al menos, cómo se hacen algunos de los trucos.

Eso no quiere decir que todo lo que descubrí de él fuera agradable o que escribiera de rodillas, en posición de adoración hagiográfica. Solo me confirmó más de una vez lo mucho que me gusta ver las grandes películas y escribir sobre las vidas complejas de aquellos que ayudan a convertirlas en obras de arte.

Solo conocemos el poder de las películas a través de la repetición; que no significa necesariamente ver la misma película una y otra vez (aunque también puede ser un método eficaz de lo más sorprendente), pero sí ver el conjunto de una obra, si es posible en orden cronológico, de un actor (o de un director, o de un guionista o en algunos casos incluso de un productor), lo que, para esta biografía, por fortuna, logré hacer con las películas de Jack. Me las arreglé para ver todos los filmes de Jack Nicholson disponibles, de una forma u otra, del primero al último —y les advierto que no es una tarea fácil, pero sí inmensamente gratificante—. Incluso aquellos que creía imposibles de ver, y no eran pocos, poseían cierto valor en el contexto del conjunto de su obra. Hoy contamos con ventajas que nos permiten hacer cosas que las generaciones anteriores no podían hacer. Gracias a ello, podemos ver con mayor facilidad cómo están conectadas las películas de un determinado tema, percibir los hilos que existen y corren a través de ellas. No tenemos que esperar años entre cada lanzamiento para tratar de entender lo que son y por qué son importantes en el contexto de toda una carrera. Analizando las películas de esta manera, los semiólogos tal vez insinuarían, veríamos que, tratándose de la obra de un cineasta, una única película no es la oración completa (frase), sino un término aislado (palabra); de modo que para comprender el lenguaje del arte de Jack Nicholson se requeriría una inmersión en su obra entera. Ver una película de Jack Nicholson es un placer. Ver cincuenta películas de Jack Nicholson es una revelación.

Por último, el cine siempre se ha considerado erróneamente un medio óptimo para escapar de la realidad. No lo es. Las películas nos acercan más a nosotros mismos. Aprendemos más sobre lo que somos, y no menos, al ver a los personajes en la pantalla. En este sentido, una película es a la vez una ventana y un espejo. Su carga emocional y su fuerza nos tranquilizan a todos, en el templo del cine, respecto a que no estamos solos. Las películas de Jack Nicholson nos dicen un poco más sobre lo que somos mostrándonos un poco más quién es.

O tal vez no. Cuando una vez le pregunté a Henry Jaglom quién era Jack en realidad, dijo: «Creo que nadie conoce a Jack de verdad». «¿Ni siquiera Jack?», insistí. Y Henry se limitó a sonreír.

Muchas gracias a todos los que me han ayudado con este libro, en especial a Toni Basil, Peter Biskind, Karen Black, Roger Corman, Peter Davis, Mickey Dolenz, Peter Guber, Monte Hellman, Henry Jaglom, Helena Kallianiotes, Mike Medavoy y a muchísimos otros que de una forma u otra me facilitaron entrar en contacto con personas y organizaciones que podrían serme de ayuda con entrevistas e información extraoficial, incluso también a aquellos que dejaron muy claro que no querían participar, ya fuera oficial o extraoficialmente. Fueron pocos, y aquí son identificados como tales. Forman parte de este grupo Mick Sullivan, Alan Somers, Bryan Lourd, Ashton Fontana, Leslie Dart, Jay Sikura, Jolene Wolff, Alec Cast, Lauren Gibson, Quaid Films, Rand Holston, Jeff Berg, Dennis Aspland, Chris Donnelly, Julie McDonald, Charlie Nadler, Mandalay Entertainment, Julia Buchwald, Ari Emanuel y David Salidor. Y hubo varias personas que, debido al grado de cercanía personal o a sus situaciones profesionales, no quisieron que se les identificara. Agradezco toda la amable colaboración en la concesión de entrevistas realizadas personalmente para el libro. Mucha gente nunca había sido entrevistada antes para ninguna biografía de Jack Nicholson.

Me gustaría dar las gracias a la Biblioteca Margaret Herrick de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Los Ángeles, al Instituto del Cine de Londres y a la Cinemateca Francesa de París por su ayuda y por ponerme a disposición sus recursos.

Deseo darle las gracias a mi querido amigo Henry Diltz por su gran ayuda. Henry, eres un príncipe.

También quiero darle las gracias a mi verificador de datos e investigador en jefe, Jesse Herwitz (¡él es el culpable!); a mi editora Suzanne O’Neill, de Crown Archetype, y al resto del equipo, incluida Anna Thompson; y a mi agente, Alan Nevins de Renaissance Literary and Talent. A mis fieles lectores. Les aseguro que volveremos a encontrarnos en un futuro no muy lejano, un poco más adelante en el camino de la vida.

Están James Cagney, Spencer Tracy, Humphrey Bogart y Henry Fonda. ¿Quién más después, si no Jack Nicholson?