«Todo el mundo quiere ser Cary Grant. Incluso yo quiero ser Cary Grant». Con estas palabras resumía el propio Cary Grant el atractivo y la fascinación que su personaje público despertó en todo el mundo a lo largo de varias décadas. Considerado uno de los grandes mitos de la era dorada de Hollywood, pocos conocen, sin embargo, su vida privada, sus orígenes humildes en Inglaterra, donde nació y recibió el nombre de Archibald Alexander Leach, y los avatares que le llevaron a convertirse en uno de los actores más cotizados de su época. Marc Eliot ofrece en este libro, sin duda la biografía definitiva del actor, una amena y a la vez rigurosa narración de la vida de este gigante del cine, centrándose tanto en su intimidad —muy suculenta y salpicada de escándalos, divorcios y titulares— como en su faceta profesional, haciendo especial hincapié en su relación con sus directores favoritos: Howard Hawks, George Cukor o Alfred Hitchcock, el cineasta que mejor supo esculpir el irrepetible talento de Cary Grant, cuya enigmática mirada vuelve a hipnotizarnos en las páginas de este libro imprescindible.
Marc Eliot
Cary Grant
La biografía
ePub r1.0
minicaja 09.05.14
Título original: Cary Grant
Marc Eliot, 2004
Traducción: Montse Roca
Editor digital: minicaja
ePub base r1.1
David M, Sarah M, Ernest G, Karen H,
Phil O, David B, Shen Z.
CARY GRANT
Marc Eliot
Todo el mundo quiere ser Cary Grant. Incluso yo quiero ser Cary Grant. He pasado la mayor parte de mi vida fluctuando entre Archie Leach y Cary Grant; sin estar seguro de ninguno, desconfiando de ambos. Fingí ser alguien que deseaba ser, hasta que finalmente me convertí en esa persona. O él se convirtió en mí.
Cary Grant
Fue el mejor y el más importante actor de la historia del cine… La esencia de su talento abarca un campo muy amplio: podía ser atractivo y nada atractivo a la vez; tiene un lado luminoso y un lado oscuro pero, sea cual sea el dominante, el otro asoma a la superficie… Era bastante tacaño y demasiado suspicaz… era, seguramente, un maniático incorregible como hombre, marido e incluso como padre. ¿Cómo puede alguien ser «Cary Grant»?, pero ¿cómo puede alguien, incluso después, no plantearse intentarlo?
David Thomson
Mientras que entre las estrellas de la comedia de enredo William Powell era, digamos, exclusivamente refinado, Ray Milland afable, Don Ameche corriente y sospechosamente latino, Henry Fonda un dechado de rectitud y Gary Cooper un prodigio de llaneza (aunque en algunos casos representaran personajes opuestos), Grant es maravillosamente versátil, la multifacética personificación de todas esas y otras cualidades.
Bruce Babington y Peter William Evans
La pareja «heterosexual» del cine clásico se rodeaba y establecía toda clase de alianzas cambiantes: dúos, triángulos, cuartetos; todo el material de los textos freudianos, secretos y públicos. No es necesario ver los matices perversos ni lecturas alternativas en las viejas películas, pero ahí están: negar todas las posibilidades homosexuales, bisexuales y heterosexuales inherentes en la unión de, digamos, Dietrich o Garbo y sus amantes, de Grant y las suyas, o prácticamente de todas las parejas excéntricas, o de prácticamente todas las parejas estelares, es interpretar las películas de forma literal y empeñarse en que sea inequívoco algo cuyo encanto, cuyas diversas implicaciones, se basan en el equívoco.
Molly Haskell
Contemplar a las estrellas de cine puede considerarse una de las religiones de masas de nuestro tiempo.
Andrew Sarris
En mitad del caos se produce el nacimiento de una estrella.
Charlie Chaplin
Introducción
Pese a que protagonizaría seis producciones de Hollywood más, Cary Grant llegó al punto culminante de su carrera con el personaje dual de George Kaplan/Roger O. Thornhill de Con la muerte en los talones, de Alfred Hitchcock, su película número treinta y cuatro. Estrenada en 1959, significó el cénit comercial y artístico no solo de la magnífica trayectoria profesional de Grant, sino también de la de Hitchcock. Con la muerte en los talones, una de las películas más ingeniosas (y más pueriles) del célebre director, permitió al cineasta, cada vez más sentimental, meditar sobre su obsesión fundamental, su propia mortalidad, representada en esa ocasión en la pantalla por la peripecia de su protagonista masculino favorito, Cary Grant, en el que llegaría a ser para ambos el fruto cinematográfico más disparatado de su imaginación.
Durante dos tercios de la película, el falso asesinato de Kaplan plantea la cuestión de si en realidad es quien los demás creen que es, si es alguien totalmente distinto —Roger O. Thornhill— o si de hecho existe siquiera. A partir de esa pregunta surge otra más importante: ¿es Kaplan la creación de Hitchcock, representado por el agente de la CIA (Leo G. Carroll) que hasta ese momento ha permanecido en la sombra, dirigiendo con inteligencia todos los movimientos de Kaplan y Thornhill? ¿O es alguien, o algo distinto, la proyección de una elaborada fantasía, quizá de los deseos más reprimidos de Thornhill de una vida idealizada, llena de aventuras emocionantes, amores y sentido? A Grant debieron de parecerle muy atractivos los múltiples giros del guión, puesto que reflejaban con claridad la batalla que durante toda su vida había librado para equilibrar el enorme escenario circense de la fama y su deseo de llevar una vida privada real, una vida cuya existencia misma dependía de la enorme popularidad de su artificial imagen como estrella de cine.
De hecho, en las pantallas Cary Grant era sencillamente perfecto, «el hombre de la ciudad de los sueños», como le describió Pauline Kael una vez; el apuesto malvado que todos los hombres soñaban ser y el irresistible y atractivo amante que todas las mujeres soñaban tener. Para quienes le conocían y amaban solo a través de sus películas era digno de adoración y reverencia, pese a que todo (desde la seguridad en sí mismo que denotaban sus andares hasta su encanto romántico e imperturbable y la mágica cadencia poética de su nombre ultrabritánico) era tan artificial y calculado como… el mismo George Kaplan.
En 1966, siete años después del estreno de Con la muerte en los talones, Cary Grant se retiró oficialmente del cine por tercera y última vez; entonces ya tenía asegurado un lugar en el panteón de los iconos culturales de Hollywood. Durante los veinte años de vida que le quedaban, como es lógico, sus andares se hicieron más lentos, su piel se apergaminó; su pelo encaneció y sus hombros se encorvaron, hasta que a los ochenta y dos años se unió discretamente a la lista de las leyendas de Hollywood fallecidas. Sin embargo, gracias al magnífico legado de sus películas, para sus seguidores presentes y futuros siempre sería joven, eternamente atractivo, poseedor de una belleza sobrenatural, el máximo exponente de la personificación cinematográfica de la definición del estadounidense del siglo XX «alto, moreno y guapo». Una vez que se hubo convertido en una estrella, con notables y escasas excepciones, Cary Grant nunca se atrevió a alejarse mucho de «Cary Grant» y siempre fue fácil de identificar por su sonrisa deslumbrante, sus piernas un tanto arqueadas y su forma de andar arrastrando los pies, el suave timbre de su voz, el irresistible hoyuelo de la barbilla y los inolvidables y penetrantes ojos de color marrón, que le conectaban al mundo (dos haces de luz que proyectaban sus sentimientos).