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Luis Zaragoza Fernández - Radio Pirenaica

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Luis Zaragoza Fernández Radio Pirenaica

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Agradecimientos

Agradecimientos

Este libro tiene su origen en la tesis doctoral que realicé en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid. Cuando alguien lleva a cabo una investigación durante un largo tiempo, siempre acumula deudas de gratitud con diferentes personas, que contribuyen de uno u otro modo a que el resultado final sea como es. Por eso, la inmensa mayoría de los trabajos de este tipo van encabezados por un apartado de «agradecimientos» o de «dedicatoria».

Pero si para algunos estas líneas son una mera formalidad, para mí son algo imprescindible. En mi caso, no es que hubiera sido más difícil, sino que habría sido imposible, realizar mi tesis doctoral sin la colaboración de multitud de personas que me ayudaron a afrontar las distintas etapas de su desarrollo, y en particular a superar los obstáculos derivados de mi ceguera. Así pues, debo expresar y expreso desde aquí mi sincero agradecimiento:

En primer lugar, a mis padres y mis hermanos, no sólo por su constante aliento y confianza en mí, sino porque, en el terreno práctico, siempre me ayudaron en todo lo que necesité: desde acompañarme a los lugares a los que tenía que ir y cuyo trayecto no conocía, hasta leerme aquellas páginas que no eran reconocidas por mi OCR, pasando por cualquier otro aspecto relacionado con el desarrollo cotidiano de la investigación. Su apoyo ininterrumpido, en los tiempos de euforia y en los de desánimo, fue vital para culminar esta tarea. Su colaboración allanó muchas de las dificultades que se fueron presentando. Para ellos, pues, por estar siempre ahí, vaya mi mayor reconocimiento.

A mis directores de tesis. A Ángel Bahamonde, que aceptó embarcarse conmigo en una aventura de la que ninguno de los dos sabíamos cómo íbamos a salir. Y a Alejandro Pizarroso, que cuando la burocracia asomó la patita por debajo de la puerta se sumó al proyecto, se implicó de lleno en él e impulsó su realización final. Y también a la Complutense, por haberme otorgado la beca predoctoral que me permitió dedicarme durante cuatro años en exclusiva a esta labor investigadora.

A mis «ojos» en los archivos. A Carlos, que recorrió conmigo buena parte del camino, aunque al final desertó a pesar del aliciente de los pinchos de tortilla. A Cristina, que sustituyó a Carlos en la parte final de la tesis, posibilitando que pudiera acabar la búsqueda de los fondos. A las cuerdas vocales de ambos, que se desgastaron leyendo cartas, expedientes, transcripciones de emisiones, catálogos… Sin su ayuda, sin su paciencia, no hubiera podido acceder a las fuentes primarias, fundamentales en esta obra. En este apartado debo nombrar también a Mónica, que desgastó sus cuerdas vocales al final del proceso de elaboración de la tesis leyendo buena parte de la documentación que había recogido.

A las personas que aceptaron ser entrevistadas, aportando sus experiencias y sus conocimientos sobre Radio España Independiente. Lástima que, en el ámbito de las fuentes orales, el paso del tiempo haya dejado huecos irremplazables que habrían ayudado a aclarar algunos puntos. En especial, me gustaría agradecer en este terreno las aportaciones de José Barrio (hijo de Jacinto Barrio, uno de los directores de la emisora) y de José Fernández-Cormenzana, autor de un excelente documental sobre La Pirenaica para Televisión Española. Sus archivos personales (además de sus propias vivencias) contribuyeron a paliar en buena parte esa ausencia de fuentes orales.

A los que con sus opiniones y sugerencias enriquecieron de forma notable el resultado final de la investigación. En este sentido, debo destacar a Martí García-Ripoll, quien no sólo me envió los guiones sobre la radio clandestina que había realizado para el programa «L’Altra rádio», en RNE Radio 4, sino que desde entonces mantuvo conmigo un fructífero —al menos para mí— diálogo electroepistolar y que me facilitó material siempre interesante que iba encontrando en sus propios trabajos.

A los encargados de los archivos en los que he investigado. Claro está que no todos respondieron de la misma forma a mis consultas y a mis peticiones (el Arxiu Nacional de Catalunya, por ejemplo, debería ser estudiado en las academias y universidades como modelo de dominio de la burocracia sobre el individuo, o al menos ésa es mi experiencia). Pero no es éste el momento para reproches, sino para agradecimientos, así que igualaremos por este último rasero al personal encargado de custodiar la documentación de la historia más reciente del país. En particular, mencionaré el nombre de Victoria Ramos, por el tiempo que tuvo que soportarme en el Archivo Histórico del PCE.

Y a todos aquellos a los que no he nombrado, siempre por descuido. No quisiera que mis omisiones en estas líneas provocaran que alguna persona se sintiera ofendida, así que dense por agradecidos quienes consideran que deberían figurar aquí y no hayan sido mencionados.

A manera de epílogo

A manera de epílogo

La Pirenaica en la memoria

Acabó la historia… y empezó la memoria. Que memoria e historia no son palabras sinónimas, aunque el empleo masivo del concepto «recuperación de la memoria histórica» las haya unido de una forma un tanto confusa. Lo ha escrito en un reciente —y polémico— artículo el novelista Antonio Muñoz Molina:

«La historia es un saber difícil que requiere largas investigaciones, ofrece muchas incertidumbres y da a veces amargas noticias. La memoria no se investiga, sólo se recupera, sin exigir mucha disciplina, incluso, muchas veces, con un propósito de afirmación personal o colectiva que nadie está autorizado a discutir, ya que la memoria, por definición, le pertenece al que la posee. La memoria, si no es vigilada por la razón, tiende a ser consoladora y terapéutica. Modificar los recuerdos personales para que se ajusten a los deseos del presente es una tarea legítima, aunque con frecuencia tóxica, a la que casi todos nosotros somos proclives.

Cuando la memoria se convierte en un simulacro colectivo su efecto empieza a ser más alarmante. Su primacía desaloja a la historia del debate público, porque la historia es mucho menos maleable, y con frecuencia puede desmentir las buenas noticias sobre el pasado que a todos nos gusta regalamos. Al filtrarse a través del recuerdo, y también del olvido, el pasado se convierte en ficción y en materia novelesca. Pero a la novela no le exigimos fidelidad a los hechos privados o públicos que puedan haberla inspirado. La responsabilidad de la novela es estética y moral: la de los discursos públicos, casi como la de la ciencia, debería estar sujeta a las exigencias más severas del conocimiento».

Si aceptamos, con Santos Juliá, que la memoria histórica no es un acto de conocimiento, sino de voluntad, que pretende llenar de sentido el presente trayendo a la conciencia un hecho del pasado.

El concepto de «memoria histórica», así planteado, implica también que de hecho no hay una única memoria histórica, sino que, «como las personas, que son los únicos sujetos dotados de esa facultad, las memorias son muchas y casi siempre conflictivas». En una misma generación y dentro de una misma sociedad, cada colectivo, cada organización, cada institución posee la suya propia, que puede ser distinta e incluso antitética a otras, pero que por definición es igualmente indiscutible.

Por lo tanto, investigar sobre la memoria histórica es útil para averiguar qué acontecimientos, qué textos, qué iconos… del pasado siguen configurando las señas de identidad, los rasgos de pertenencia, la cultura política de los diferentes grupos. Sirve también para comprobar las actitudes de penetración o de resistencia en la memoria histórica de cada grupo respecto de la memoria oficial (las políticas de la memoria) promovida en cada época (por ejemplo, hasta qué punto la visión de la Guerra Civil que construyeron los hijos de los vencidos estuvo influida de forma inconsciente por la versión franquista de la historia de España). Por último, dentro de cada colectivo, permite establecer los posibles puntos de ruptura entre la memoria dominante de los dirigentes y la memoria hegemónica de las bases (sería interesante, por ejemplo, analizar qué papel desempeñó en el PCE de 1977 la discontinuidad entre unos dirigentes que se enfrentaban públicamente a la Unión Soviética y unas bases en cuya memoria hegemónica el sentimiento de admiración hacia la «patria del socialismo» seguía estando muy presente). De todo ello se desprende la paradoja de que investigar sobre la memoria histórica nos ayuda a realizar una radiografía mucho más completa del presente, pero no a profundizar en el conocimiento del pasado.

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