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Luis Suárez Fernández - Los judíos

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Luis Suárez Fernández Los judíos

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LUIS SUÁREZ FERNÁNDEZ nacido en Gijón en 1924 académico de la Historia de - photo 1

LUIS SUÁREZ FERNÁNDEZ, nacido en Gijón en 1924, académico de la Historia de Madrid, correspondiente a las Buenas Letras de Barcelona, y de mérito de la de Lisboa, es un especialista en temas de la Baja Edad Media, aunque ha dirigido también su atención a otras épocas y a distintos temas relacionados con la interpretación de la Historia. Los Trastámara, los Reyes Católicos y los judíos en España son campos de atención preferente. Ha investigado en archivos españoles, italianos, británicos y franceses, buscando elementos que permitan explicar el siglo XV: el reinado de Juan I, la navegación y el comercio en el Atlántico, el Cisma de Occidente, los Concilios y la política de los Reyes Católicos han dado origen a libros de amplia difusión. Destaca en el autor la capacidad para realizar la síntesis y transmitirla.

Un arameo errante fue mi padre y bajó a Egipto en corto número para peregrinar - photo 2

Un arameo errante fue mi padre y bajó a Egipto en corto número para peregrinar allí, y creció hasta hacerse gran muchedumbre de mucha y robusta gente. Afligiéronse los egipcios y nos persiguieron imponiéndonos rudísimas cargas, y clamamos a Yahvé, Dios de nuestros padres, que nos oyó y miró nuestra humillación, nuestro trabajo y nuestra angustia, y nos sacó de Egipto con mano poderosa y brazo tendido, en medio de gran pavor, prodigios y portentos y nos introdujo en este lugar, dándonos tierra que mana leche y miel.

DEUTERONOMIO 26, 5-9

Al investigar el misterio de la Iglesia, este sagrado Concilio recuerda los vínculos con que el pueblo del Nuevo Testamento está espiritualmente unido con la raza de Abraham. Pues la Iglesia de Cristo reconoce que los comienzos de su fe y de su elección se encuentran ya en los patriarcas, en Moisés y en los profetas, conforme al misterio salvífico de Dios. Reconoce que todos los cristianos, hijos de Abraham por la fe (Gal. 3, 7) están incluidos en la vocación del mismo patriarca y que la salvación de la Iglesia está místicamente prefigurada en la salida del pueblo elegido de la tierra de la esclavitud. Por lo cual la Iglesia no puede olvidar que ha recibido la Revelación del Antiguo Testamento por medio de aquel pueblo, con quien Dios, por su inefable misericordia, se dignó establecer la Antigua Alianza, ni puede olvidar que se nutre de la raíz del buen olivo en el que se han injertado las ramas del olivo silvestre que son los gentiles (Rom. 11-17-24). Cree, pues, la Iglesia que Cristo, nuestra Paz, reconcilió por la cruz a judíos y gentiles y que de ambos hizo una sola cosa en Sí mismo (Eph. 2, 14-16).

La Iglesia tiene siempre ante los ojos las palabras del apóstol Pablo sobre sus hermanos de sangre, a quienes pertenecen la adopción y la gloria, la alianza, la ley, el culto y las promesas; y también los patriarcas, y de quienes procede Cristo según la carne (Rom. 9, 4-5) hijo de la Virgen María. Recuerda también que los apóstoles, fundamentos y columnas de la Iglesia, nacieron del pueblo judío, así como muchísimos de aquellos primeros discípulos que anunciaron al mundo el Evangelio de Cristo.

Como afirma la Sagrada Escritura, Jerusalem no conoció el tiempo de su visita (Lc. 19, 42); gran parte de los judíos no aceptaron el Evangelio e incluso no pocos se opusieron a su difusión (Rom, 11, 28). No obstante, según el Apóstol, los judíos son todavía muy amados de Dios a causa de sus padres, porque Dios no se arrepiente de sus dones y de su vocación, La Iglesia, juntamente con los profetas y el mismo Apóstol, espera el día que sólo Dios conoce, en que todos los pueblos invocarán al Señor con una sola voz y le servirán como un solo hombre (Soph. 3, 9; Is. 66, 23, Ps. 65, 4, Rom. 11, 11-32).

Como es, por consiguiente, tan grande el patrimonio espiritual común a cristianos y judíos, este sagrado Concilio quiere fomentar y recomendar el mutuo conocimiento y aprecio entre ellos, que se consigue, sobre todo, por medio de los estudios bíblicos y teológicos y con el diálogo fraterno.

Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de Cristo (Io. 19, 6), sin embargo, lo que en su pasión se hizo no puede ser imputado ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían ni a los judíos de hoy. Y si bien la Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios, no se ha de señalar a los judíos como réprobos de Dios y malditos, como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras. Por consiguiente procuren todos no enseñar cosa que no esté conforme con la verdad evangélica y con el espíritu de Cristo, ni en la catequesis ni en la predicación de la palabra de Dios.

Además, la Iglesia que reprueba cualquier persecución contra los hombres, consciente del patrimonio común con los judíos e impulsada no por razones políticas sino por la religiosa caridad evangélica, deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos.

Por lo demás, Cristo, como siempre lo ha profesado y profesa la Iglesia, abrazó voluntariamente y movido por inmensa caridad, su pasión y muerte, por los pecados de todos los hombres, para que todos consigan la salvación. Es, pues, deber de la Iglesia en su predicación el anunciar la cruz de Cristo como signo del amor universal de Dios y como fuente de toda la gracia.

Declaración Nostra aetate, 28 octubre 1965

CAPÍTULO I

UN ARAMEO ERRANTE FUE MI PADRE

1. Ningún pueblo, salvo el de Israel, dispone de una conciencia histórica tan fuertemente arraigada y transmitida, por medio de ese conjunto de obras que llamamos, en plural, Biblia. Pues todas las demás culturas antiguas del Oriente Próximo han llegado a nosotros a través de tradiciones y relatos muy posteriores, lo que nos obliga a valernos de testimonios indirectos y de datos arqueológicos para penetrar en su pasado. Cierto que los avances en este campo a lo largo del siglo XX han sido extraordinarios. Pero el Judaísmo va mucho más lejos: se presenta a sí mismo como dotado de una doctrina coherente, aquella que invoca también como suya el Cristianismo, e indica, como comienzo de su propia Historia dos acontecimientos fundamentales, empleando este término en su sentido más estricto. Primero fue el llamamiento de Dios a Abraham, a quien cambió su nombre por el de Abraham, ya que iba a ser padre de numerosas generaciones. El segundo es la salida de Egipto a fin de que los diversos grupos gentilicios se fundiesen en una sola comunidad, ligada al mismo Dios, Yahvé, por una Alianza (berit). Los investigadores pueden discutir los detalles evenemenciales de este relato, pero sus observaciones, críticas y reconstrucciones no pueden afectar a esa conciencia, que es eje sustancial para ambas religiones.

Descendientes, pues, en un sentido amplio, de Abraham. Mesopotamia y Egipto aparecen como factores determinantes en el origen de lo que debemos llamar Israel, una nación sobre un territorio, del que fue despojada y al que ha regresado diecinueve siglos después de haberlo perdido. Es precisamente en la Tierra, fruto de la Alianza, donde se produce el nacimiento de la conciencia de Israel, esencialmente religiosa. Pues, según la Biblia, el derecho del Pueblo sobre la Tierra (Eretz) no procede de haber nacido en ella sino de la Voluntad de Dios; por eso los judíos, pese a la larga permanencia y arraigo en ellas, no han reivindicado nunca derechos sobre Misraim o Sefarad. La raíz y fundamento de todo está en el llamamiento a Abraham, a quien, siguiendo la huella de su padre Teraj, Dios mismo ordenara salir de Akkad.

No hay ninguna consecuencia, entre las muchas que pueden adscribirse a ese fenómeno de convulsión de los primeros Imperios del Próximo Oriente, en torno a la fecha convencional del –1200, que pueda compararse, en su importancia, al del establecimiento de Israel en la tierra de Canaan. Con este acto las tribus y grupos que invocaban el nombre de Abraham, Isaac y Jacob, pasaron a constituir una nación y comenzaron a acumular esa experiencia que constituye el inigualable patrimonio de la Biblia. Desde Israel, pues, y por medio de un trabajo paciente, sembrado de obstáculos, ha llegado a la Humanidad esa prodigiosa revelación que significa la creencia en un Dios único, trascendente esencial, rico en misericordia y a quien el Universo debe su existencia. Sobre ella se ha edificado, hasta hoy, cuanto de cultura espiritual, ética y libertad humana ha podido lograrse. Los tropiezos del camino no deben apartarnos de la consideración general. Incluso si prescindimos de cualquier referencia a la fe que, en su núcleo sustancial, aparece en las tres religiones, es preciso destacar que los hombres tienen contraída con la Biblia una deuda que no pueden pagar.

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