• Quejarse

Luis Suárez Fernández - Enrique IV de Castilla

Aquí puedes leer online Luis Suárez Fernández - Enrique IV de Castilla texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2001, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

Novela romántica Ciencia ficción Aventura Detective Ciencia Historia Hogar y familia Prosa Arte Política Ordenador No ficción Religión Negocios Niños

Elija una categoría favorita y encuentre realmente lee libros que valgan la pena. Disfrute de la inmersión en el mundo de la imaginación, sienta las emociones de los personajes o aprenda algo nuevo para usted, haga un descubrimiento fascinante.

Luis Suárez Fernández Enrique IV de Castilla

Enrique IV de Castilla: resumen, descripción y anotación

Ofrecemos leer una anotación, descripción, resumen o prefacio (depende de lo que el autor del libro "Enrique IV de Castilla" escribió él mismo). Si no ha encontrado la información necesaria sobre el libro — escribe en los comentarios, intentaremos encontrarlo.

Luis Suárez Fernández: otros libros del autor


¿Quién escribió Enrique IV de Castilla? Averigüe el apellido, el nombre del autor del libro y una lista de todas las obras del autor por series.

Enrique IV de Castilla — leer online gratis el libro completo

A continuación se muestra el texto del libro, dividido por páginas. Sistema guardar el lugar de la última página leída, le permite leer cómodamente el libro" Enrique IV de Castilla " online de forma gratuita, sin tener que buscar de nuevo cada vez donde lo dejaste. Poner un marcador, y puede ir a la página donde terminó de leer en cualquier momento.

Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer
CAPÍTULO I DIEZ AÑOS EN LA VIDA DE UN INFANTE El nacimiento Aquel infante - photo 1
CAPÍTULO I

DIEZ AÑOS EN LA VIDA DE UN INFANTE

El nacimiento

Aquel infante, futuro rey, fue el producto de un matrimonio entre primos hermanos, al que se había atribuido profunda significación política: pues Juan II, que llegó a reinar siendo de escasísima edad, era hijo de Enrique III, mientras que su esposa María había nacido del hermano de éste, Fernando, a quien llamaron «de Antequera» por la hazaña que le permitiera conquistar esta ciudad en guerra de moros. Fernando, que llegó a ser rey de Aragón por medio del llamado compromiso de Caspe, tuvo, hasta su muerte, responsabilidades de regencia y tutoría respecto al que llegaría a convertir en su yerno, y supo manejar, con suma destreza, la propaganda política, lo que le permitió rodearse de una gran fama, como el mejor príncipe que nadie pudiera imaginar. En su doble condición de monarca y regente, desplegando además su influencia sobre Navarra, pudo aparecer como el hombre que ejercía mayor influencia sobre toda la Península.

Siguiendo una línea que se venía trazando desde los primeros Trastámara, el infante, ahora rey, dotado de un número de hijos legítimos que parecían romper la tradición de sus antecesores, ordenó un programa destinado a conservar, en favor del linaje, suyo, esta preeminencia que podían reforzar señoríos jurisdiccionales y grandes oficios capaces de generar rentas. La endogamia constituía una necesidad; las leyes de la Iglesia acerca del matrimonio entre parientes podían ser fácilmente salvadas porque las relaciones con la Sede romana, gracias al papel de la delegación española en Constanza, totalmente dominada por los colaboradores de don Fernando, aseguraban la condescendencia más absoluta. Es algo que heredará también Enrique IV. Poco antes de su fallecimiento, el monarca dio a sus hijos un consejo: que «Leyesen la Crónica del rey don Pedro». Quería decir que si permanecían sólidamente unidos, nadie podría discutir su poder. Controlaban entonces el Consejo Real y las Órdenes Militares; sus rentas eran fabulosas.

La boda de Juan y de María, impuesta por razones estrictamente políticas se celebró, con muy escaso ceremonial, según uno de los testigos presentes, Alvar García de Santa María, el 4 de agosto de 1420. Los hermanos de la nueva reina, Juan, Enrique y Pedro, dominaban el ambiente. Pasaron cuatro años antes de que María conociera que iba a tener descendencia. No se conocían, entonces, las consecuencias que de uniones entre consanguíneos podían resultar. El 5 de enero de 1425, en las casas que el contador Diego Sánchez poseía en la calle de Teresa Gil, en Valladolid, morada transitoria de los reyes, nació el que estaba destinado a ser único hijo, varón, de este matrimonio que no se hizo notar por su entendimiento. La casa se conservó basta no hace mucho tiempo, remodelada desde luego. Ha sido demolida para edificar en su solar una vivienda chata y sin gracia alguna. Escogiendo un nombre adecuado para quien estaba llamado a reinar, se propuso el de Enrique, el abuelo, muerto muy joven, víctima de persistente dolencia.

El Centón que se atribuye al bachiller de Ciudad Real, nos da una noticia importante: la reina, en el momento de dar a luz, sufrió una fuerte hemorragia, accidente que repercutiría en ciertos aspectos en la salud del niño. En sus caracteres físicos y morales heredaría muchas más cosas de su padre que de su madre: Juan II es descrito por sus cronistas como de «grandes miembros pero no de buen talle», «blanco y rubio, los hombros altos, el rostro grande» y, en lo moral como débil de carácter, sugestionable y cobarde. Es cierto que de la reina no se conserva ninguna descripción que nos permita establecer relaciones. Sería Enrique aficionado a la lectura y a la conversación, de espíritu relativamente cultivado, y mostrando afición por la música. Si tenemos que acoger con reservas los elogios un poco ingenuos de su cronista oficial, Diego Enríquez del Castillo, menos crédito merecen las difamaciones sistemáticas del capellán Alfonso de Palencia.

Ocho días más tarde, en aquella iglesia de Santa María, que apenas podemos adivinar en su belleza por escasos restos, el obispo de Cuenca, Álvaro de Isorna, que era una de las grandes figuras del humanismo religioso español, le administró las aguas del bautismo. Parecía amortiguada la presencia de los poderosos tíos. Actuaron como padrinos, cuatro matrimonios que representaban la cúspide de aquella aristocracia que comenzaba a considerarse grandeza, es decir, la verdadera elite política: don Álvaro de Luna, privado del rey, el duque de Arjona, don Fadrique (que se hizo representar), el almirante Alfonso Enríquez, que descendía de un hermano de Enrique II y, probablemente, de una bella judía, y el adelantado mayor de Castilla don Diego Gómez de Sandoval. Según la Crónica del Rey, el torneo y la procesión que con tal motivo se habían preparado tuvieron que suspenderse a causa del mal tiempo.

El nacimiento de un infante significaba el refuerzo de la Monarquía. De modo que, en relación con la legitimidad de origen, ninguna duda iba a establecerse. Se cuidaron todos los detalles para la ceremonia del juramento que fue convocada para el día 21 de abril del mismo año en el convento de los dominicos de San Pablo. Se había preparado en la iglesia un asiento solemne, con baldaquino, para el rey; a su lado, una cuna. En ella sería depositado el niño que fue llevado hasta el altar por el almirante de Castilla, en brazos. Como era ya casi una costumbre en las reuniones de Cortes, los procuradores de León, Burgos y Toledo, que invocaban su condición de cabezas de reino, disputaron ásperamente acerca de a quién correspondía la primacía en ese intercambio de reconocimiento que implicaba el derecho de sucesión. Don Álvaro de Isorna, en nombre de los obispos prestó el primer juramento. Después lo hizo el infante don Juan, cabeza del estamento nobiliario y sucesor ya reconocido de Navarra gracias a su matrimonio con Blanca. Se trata de los padres de quien llegaría a convertirse en la primera esposa de aquel infante.

Los detalles cortesanos tienen poca importancia, aunque formaban parte indisoluble de esa especie de representación que esmalta la vida de los príncipes. Ahora, transcurridos tres meses largos, cumplidos los requisitos que reclamaba la costumbre, Castilla disponía de un sucesor reconocido, al que correspondía recibir en su día el Principado de Asturias.

Triste infancia

Las noticias que poseemos acerca de los primeros años en la vida de este niño, por lo menos hasta finales de 1429, carecen de todo relieve. De algún modo iba a verse afectado por los acontecimientos políticos, pues Castilla era ahora el escenario de una pugna entre aquel caballero, descendiente por vía ilegítima del linaje aragonés de Luna, dueño de la débil voluntad del monarca, y los hermanos de la reina, esos «infantes de Aragón» de que guardaba memoria, muchos años más tarde, Jorge Manrique. Estos enfrentamientos repercutían en el mal entendimiento entre los padres de Enrique. Juan II y su esposa, que no engendraron nuevos hijos, reflejaban en su conducta un distanciamiento que hubo de repercutir en la infancia de aquel infante que se apartaba de su padre, siguiendo a la madre en los desplazamientos. Infancia triste, en consecuencia. Tenía poco más de tres años cuando, en la primavera de 1429, Valladolid se vistió de fiesta para recibir y despedir a otra hermana de la reina María, Leonor, que iba a reinar en Portugal: anotemos que se trata de la madre de la segunda esposa de Enrique IV, la bellísima Juana.

Pleamar de los «infantes», buena para la nostalgia posterior —¿qué fue de tanto galán?, ¿qué fue de tanta invención como trujeron?— y probablemente también un destello en los ojos del príncipe. Enseguida volvieron las luchas políticas, la victoria primera del condestable, y el despojo de los poderosos tíos, cuyos «estados» se repartieron entre otros nobles a quienes había que pagar generosamente su colaboración. Para la reina María era un gran golpe: sus parientes debían salir de la tierra castellana. Y aquel valido, que acumulaba oficios, señoríos y rentas, para afirmarse en el poder, que trataba incluso de hurtar al padre difunto la gloria de la guerra de Granada, no se detuvo tampoco ante una decisión áspera: el 22 de noviembre de 1429, antes de que cumpliera los cinco años, Enrique fue separado de su madre, dotado de casa propia, es decir, entregado a manos ajenas. La misantropía será uno de sus rasgos mejor definidos. De todo ese grupo que le rodeaba destacaría Pedro Barrientos, maestro, consejero, educador.

Página siguiente
Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer

Libros similares «Enrique IV de Castilla»

Mira libros similares a Enrique IV de Castilla. Hemos seleccionado literatura similar en nombre y significado con la esperanza de proporcionar lectores con más opciones para encontrar obras nuevas, interesantes y aún no leídas.


No cover
No cover
Alonso Luis Enrique Y Fernandez Carlos
Luis Suárez Fernández - Los judíos
Los judíos
Luis Suárez Fernández
Luis Suárez Fernández - La Europa de las cinco naciones
La Europa de las cinco naciones
Luis Suárez Fernández
Luis Suárez Fernández - Isabel I, Reina
Isabel I, Reina
Luis Suárez Fernández
Luis Suárez Fernández - Historia de España
Historia de España
Luis Suárez Fernández
Luis Suárez Fernández - Fernando el Católico
Fernando el Católico
Luis Suárez Fernández
Luis Suárez Fernández - Benedicto XIII
Benedicto XIII
Luis Suárez Fernández
Reseñas sobre «Enrique IV de Castilla»

Discusión, reseñas del libro Enrique IV de Castilla y solo las opiniones de los lectores. Deja tus comentarios, escribe lo que piensas sobre la obra, su significado o los personajes principales. Especifica exactamente lo que te gustó y lo que no te gustó, y por qué crees que sí.