Lydia Cacho - Esclavas del poder
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- Libro:Esclavas del poder
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2010
- Índice:3 / 5
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Esclavas del poder: resumen, descripción y anotación
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Esclavas del poder — leer online gratis el libro completo
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Este libro es mucho más que sólo unas páginas que en unos años desaparecerán de las librerías para dar paso a otra novedad periodística.
Detrás de él hay una aventura de búsqueda, un reencuentro con la raza humana y sus complejidades. Se oculta, o acaso se derrama en cada palabra, el aliento, el impulso y las energías vitales de cientos de personas que me escucharon, me hablaron, confiaron en mí e incluso me protegieron en momentos peligrosos. Tal vez a mi pesar también se oculte un poco de aquellos mafiosos que intentaron hacerme pasar malos ratos durante estos años de investigación. A pesar de que intenté no darles cabida, hay enemigos que se ganan a pulso cuando se arroja luz periodística sobre sus acciones.
Más que un cúmulo de palabras, este libro es un flujo de voluntades para desentrañar la esclavitud de nuestros días, y apenas un esbozo de sus multifacéticas formas de coexistir entre nosotros. Éste no hubiera sido posible sin el cuidado amoroso y nutricio de mi hermana Myriam, mi sanadora de cabecera, y la solidaridad inagotable de mis hermanos José, Alfredo y Paco, así como de mi padre Óscar y su sonriente compañera Olga.
Quiero dar las gracias a Lía, mi otra hermana, que me cuidó en la enfermedad y en la alegría; a María Guadarrama, mi médica experta en bajar el estrés; a Nubia y Ángela, que escucharon mis reflexiones para retroalimentarme y hacerme reír un poco; a mis compañeras de CIAM, en Cancún, inagotables constructoras de paz que atienden diariamente a mujeres, niñas y niños con voluntad de renacer.
A mis colegas y maestras, con quienes aprendí, discutí y disentí; sus palabras y trabajos compartidos, así como sus reflexiones poderosas y sabias, me permitieron avanzar en mi tarea. A Melissa Farley, Kathryn Farr, Alicia Leal, Marta Lamas, Montse Boix y Marcela Lagarde. A Mónica Díaz de Rivera, que leyó con interés estas páginas y corrigió con paciencia algunos errores; a Malú Micher; a Cecilia Loría, que murió antes de ver este libro terminado; a la increíble y tenaz Tere Ulloa; a la ejemplar Norma Hotaling; a Rafaela Herrera, por hacerme entender el poder de la justicia restaurativa; a Marco Lara Klahr, por sus consejos y cariño de colega solidario; a Sanjuana Martínez, Lucía Lagunes, el equipo de CIMAC y Paka Díaz Caracuel, amigas y maestras de la investigación; a Zlatko Zigic y Marinka Franulovik, por los cuidados que me prodigaron durante mi viaje a Asia central y su entrañable amistad desde entonces; su labor profesional en la región para la OIM tiene un impacto monumental en muchas personas.
A Roberto Saviano, Victor Malarek, Ricardo Rocha y Javier Solórzano, cuatro colegas que hicieron que me sintiera acompañada en tiempos difíciles; a Somaly Mam y su equipo en Camboya; a las mujeres de ECPAT Tailandia, que me dieron el abrazo más necesitado que he recibido en años; a Debby Tucker; a Sue Hannah de Australia; a Maki Kubota y Ritsuko Kudo, las fantásticas colegas que me acompañaron durante las aventuras nocturnas en Japón; a Daniel Garret; a las mujeres del Asian Woman Center en Tokio; a Michiko Kaida, que desde Tailandia trabaja por la infancia asiática; a la doctora Jean Nady Sigmond; al entrañable y congruente Mark Lagon; a la paciente Claudia Hill del Buró Federal de Correccionales de Estados Unidos; a Elina, mi amiga croata que me ayudó a disfrazarme y sobrevivir entre tratantes; a Sonya K., que me enseñó a pronunciar ruso y a comprender a las mafias; a John Perkins, por permitirme entender el pensamiento de los empresarios mafiosos; a Alberto Islas, por su paciencia para ayudarme a no perder de vista a los narcos mexicanos y sus redes; a Victoria Thian de Kirguizistán; a M. M. de Italia, que me enseñó cómo se renace en la alegría; a Stephanie Urdang de Sudáfrica; a Philo Nikonya, mi hermana en Kenia; a Malalai Joya, por su entereza para transformar Afganistán, su tierra natal; a Bermet Moldovaeva de Kirguizistán, Madhu Bala Nath de la India, y la doctora Charlotte Faty de Senegal, todas guías y expertas; a mi querida maestra Chivy Sock en Los Ángeles; a Jürgen de Francia y Bangkok, por arriesgarse a mostrarme la ruta de las mafias regionales; a Maria Shriver, Marianne Pearl y Carmen Aristegui, por su honestidad y su compasión.
A los agentes de la Interpol, la SIEDO, el extinto KGB, el ICE y el FBI, cuyos nombres no puedo revelar, pero su honestidad me fue inmensamente útil; a mis entrañables Fernando Espinosa, Francesc Relea y Fran Sevilla; a mis cobijas emocionales y económicas, Alicia Luna y mis hermanos y hermanas de la Fundación LC; a Bertha Navarro y Luis Mandoki; a Cristina del Valle y la Plataforma de Mujeres Artistas Contra la Violencia de Género, que unen voluntades y esperanzas; a la ministra Bibiana Aído y a Nuria Varela, por su tenacidad y apertura; a Eve Ensler, por recordarme que soy una criatura emocional y que eso es maravilloso; a mi maestra Jean Shinoda Bolen.
A Lino y doña Carmen, que se aseguraron de que estuviera protegida y bien alimentada en mis noches de desvelo frente a la computadora; a Karla, por cuidarme de mi desorden con una alegre profesionalidad; a Leda y Pita, que me aseguraron cariño, alegría y buen tequila para las noche aciagas.
Un especial agradecimiento a Eduardo Suárez, mi amigo-hermano y compañero de disertaciones, que resistió largas horas de monotemática conversación, por ayudarme a entender el ritmo de mis palabras, por su cuidadosa lectura y su tenaz crítica. A Cristóbal Pera y el equipo de Random House, que pagaron con desvelo su necedad de creer en este trabajo.
Una se acostumbra a vivir bajo amenazas, pero es más llevadero cuando se hace acompañada de un equipo legal que no se doblega ante la corrupción y la impunidad de las mafias (las del Estado y las criminales): Darío, Cynthia, Mario y todo el equipo de Artículo XIX, gracias por reivindicar mi derecho y libertad para expresarme.
A Anna Politkóvskaya, con quien reí y lloré antes de que la asesinaran; nunca creímos que la mataran, pero sabíamos que valía la pena jugarse la vida por los ideales.
Y claro, a Jorge, por reivindicar una masculinidad dulce, amorosa, cachonda y esperanzadora.
Erradicar la trata de mujeres, niñas y niños con fines de esclavitud sexual es una misión tremendamente compleja. Lo fundamental es iniciar la tarea con metas concretas que permitan a cada grupo social y a los líderes políticos esclarecer uno por uno los retos y sus posibles soluciones. Es condición sine qua non admitir que la trata de personas pertenece a la industria global del sexo comercial; como tal, las enormes ganancias que genera no son sacrificables para sus propietarios ni para las redes que sostienen este negocio estratégicamente posicionado alrededor del mundo. Asimismo es importante saber que esta industria recibe protección de diferentes niveles: desde funcionarios del Estado hasta miembros de grupos de la delincuencia organizada a quienes las discusiones filosóficas les dan exactamente igual.
Resulta indispensable conocer cuáles son los factores de riesgo para las víctimas potenciales:
- La pobreza y la pobreza extrema.
- La falta de educación sexual.
- La falta de educación para el amor.
- La falta de oportunidades de educación, empleo, etcétera.
- La promoción de la prostitución dentro del círculo familiar o social.
- El traslado de mujeres, niñas y niños procedentes de países subdesarrollados a países desarrollados.
- Problemas de adicciones, aislamiento y discriminación.
- Haber sufrido abusos sexuales o maltrato en la infancia.
De la misma forma, debemos ser conscientes de las consecuencias de la explotación sexual:
- Enfermedades e infecciones de transmisión sexual.
- Traumas causados por las relaciones sexuales violentas con hombres.
- Aislamiento de mujeres y niñas que, alejadas de sus familias, establecen una relación de dependencia con los proxenetas y los dueños de los prostíbulos.
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