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Jules Verne - Veinticuatro minutos en globo (Edición SHJV)

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Jules Verne Veinticuatro minutos en globo (Edición SHJV)
  • Libro:
    Veinticuatro minutos en globo (Edición SHJV)
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1873
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Veinticuatro minutos en globo (Edición SHJV): resumen, descripción y anotación

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Asociación literaria y cultural sin ánimo de lucro creada en el 2012 en Palma de Mallorca, España.

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Sociedad Hispánica Jules Verne
Ensayos de Julio Verne

La obra ensayística escrita por Jules Verne (1828-1905) nos presenta un conjunto de obras donde se manifiesta el interés del autor por describir el mundo que le rodeaba, manifestado a través de sus trabajos geográficos donde detalla la exploración hacia nuevas tierras liderada por los conquistadores. De igual manera, narra sus experiencias personales ya sea cuando vuela en un globo, cuando describe los esfuerzos de su amigo fotógrafo Nadar por el desarrollo de la aviación en la época, o ensalzando y dedicando un copioso ensayo a uno de sus autores preferidos: Edgar Allan Poe.

Títulos que forman la colección:

  1. Geografía de Francia y sus colonias (Géographie illustrée de la France et de ses colonies) 1866-1868 [no traducido aún]
  2. Historia de los grandes viajes y grandes viajeros (Découverte de la Terre. Histoire générale des grands voyages et des grands voyageurs). Noviembre de 1878.
  3. Los grandes exploradores del siglo XIX (Les voyageurs du XIXe siècle). Junio - noviembre de 1880.
  4. Los grandes navegantes del siglo XVIII (Les navigateurs du XVIIIe siècle). Junio - octubre de 1879.
  5. Salon de 1857 [no traducido aún]. Junio - Septiembre 1857
  6. A propósito del Gigante (A propos du Géant). Diciembre de 1873.
  7. Edgar Poe y sus obras (Edgar Poe et ses œuvres). Abril de 1864.
  8. Veinticuatro minutos en globo (24 minutes dans un ballon). 1873.
  9. Recuerdos de infancia y juventud (Souvenirs d’enfance et de jeunesse). Primavera de 1890.

Mi estimado señor Jeunet,

A quí están las breves notas que me ha solicitado escribir sobre el viaje del Meteoro.

Ya usted conoce en qué condiciones se efectuó la ascensión. El globo era relativamente pequeño, de una capacidad de 900 metros cúbicos y su barquilla pesaba 270 kilogramos, con sus aparatos y demás, inflado por un gas, excelente para la iluminación, pero por la misma razón de un poder ascensional pobre. El globo debía llevar cuatro personas, el aeronauta Eugenio Godard, además de tres viajeros: el señor Deberly, abogado; el señor Merson, teniente del regimiento 14; y yo.

En el momento de partir, fue imposible elevar a todo el mundo. El señor Merson que ya había participado con anterioridad, en Nantes, en algunas ascensiones aerostáticas con Eugenio Godard, consintió, un poco contrariado, a ceder su lugar al señor Deberly, que hacía, como yo, su primera excursión aérea. Ya iba a pronunciarse el tradicional «Suelten amarras» y ya casi estábamos listo para partir…

Pero no contábamos con el hijo de Eugenio Godard, un intrépido chico de nueve años, que escaló la barquilla, y por el que fue necesario sacrificar dos de los cuatro sacos de lastre. ¡Dos sacos solamente! Jamás Eugenio Godard había despegado en estas condiciones. La ascensión no podía, por tanto, durar mucho tiempo.

Partimos a las 5:24 de la mañana, lenta y oblicuamente. El viento nos llevaba hacia el sudeste, y el cielo era de una pureza incomparable. Solo algunas nubes surcaban el horizonte. El mono Jack, lanzado con su paracaídas, nos permitió elevarnos más rápidamente y, a las 5:28, estábamos navegando a una altura de 800 metros, tal y como lo indicaba el barómetro aneroide.

La vista de la ciudad era magnífica. La plaza Longueville parecía un hormiguero colmado de hormigas rojas y negras, unas civiles y otras militares. La cúspide de la catedral se alejaba poco a poco, y marcaba como una aguja los progresos de la ascensión.

En un globo no hay ningún movimiento, ni horizontal, ni vertical que sea perceptible. El horizonte parece siempre mantenerse a la misma altura. Su radio se incrementa, eso es todo, mientras que la tierra, por debajo de la barquilla, se hunde como en un entierro. Al mismo tiempo, silencio absoluto, calma completa de la atmósfera, que solo se siente perturbada por los crujidos del mimbre que nos lleva.

A las 5:32, un rayo de sol emerge desde las nubes que cargaban el horizonte del oeste, y golpea el globo. El gas se dilata, y sin que se lance ningún lastre, nos elevamos a una altura de 1200 metros, la máxima que alcanzamos durante el viaje.

Esto es lo que pudimos ver. Bajo nuestros pies, Saint-Acheul y sus jardines oscuros, encogidos como si se les mirara a través del grueso extremo de un telescopio; la Catedral aplastada, cuya cúspide se confundía con las últimas casas de la ciudad; el Somme, una cinta pálida y delgada; los ferrocarriles, algunas líneas trazadas con un pincel; las calles, sinuosos cordones; los huertos, una simple imagen en el mercado de los hortelanos; los campos, una de esas placas de muestras multicolores que los sastres de antaño colgaban en sus puertas; Amiens, un montón de pequeños cubos grisáceos; se pudiera decir que se había vaciado sobre la llanura una caja de juguetes de Núremberg. Después, las villas cercanas, Saint-Fuscien, Villers-Bretonneux, La Neuville, Boyes, Camon, Longueau, que parecían montones de piedras, dispuestas aquí y allá como preparación para un pavimentado gigantesco.

En ese momento, el interior del aerostato se ilumina. Miro a través del orificio inferior que Eugenio Godard tiene siempre abierto. Dentro, una limpia claridad, sobre la cual se destacan los costados alternativamente amarillos y carmelitas del Meteoro. Nada hace descubrir la presencia del gas, ni su color, ni su olor.

Sin embargo, descendemos, debido a nuestro peso. Es necesario lanzar lastre para mantenerse en el aire. Los millares de prospectos, lanzados afuera, indican una corriente más viva en una zona más baja. Ante nosotros Longueau, pero antes de Longueau, una sucesión de pantanosas penínsulas.

—¿Descenderemos en este pantano? —le pregunté a Eugenio Godard.

—No —me respondió, y, si no tenemos más lastre, lanzaré mi bolsa de viaje. Es absolutamente necesario franquear este pantano.

Seguimos cayendo. A las 5:43, y a 500 metros de la tierra, un viento vivo nos atacó. Pasamos sobre la chimenea de una fábrica, al fondo de la cual se adentraron nuestras miradas. El globo se reflejaba, por una especie de espejismo, en las aguas de los pantanos. Las hormigas humanas habían crecido y corrían por los caminos. Una pequeña pradera se encontraba allí, entre les dos líneas del ferrocarril, delante de la bifurcación.

—¿Y bien? —dije.

—¿Y bien? ¡Pasaremos el ferrocarril y pasaremos la ciudad que está más allá! —me respondió Eugenio Godard.

El viento es vivo. Lo sabemos por la agitación de los árboles. Atravesamos La Neuville. Ante nosotros, está la llanura. Eugenio Godard lanza su cuerda guía de unos 150 metros de largo, después su ancla. A las 5:47, el ancla toca la tierra. Se abre la válvula varias veces. Algunos curiosos muy amables corren, toman la cuerda, y tocamos suavemente la tierra, sin la menor sacudida. El globo se ha posado allí como un gran y pesado pájaro, y no como una caza con plomo en sus alas.

Veinte minutos después, el globo se desinfló, se enrolló, se empaquetó y fue puesto en una carreta, mientras que un auto nos llevó de vuelta a Amiens.

He aquí, mi querido señor Jeunet, algunas impresiones cortas, pero exactas. Permítame agregar que un simple paseo aéreo, y también un largo viaje aerostático, no ofrecen nunca peligro, bajo la dirección de Eugenio Godard. Audaz, inteligente, experimentado, hombre de gran sangre fría, que cuenta ya con miles de ascensiones en el viejo y el nuevo mundo, Eugenio Godard no deja nunca cosa alguna al azar. Él lo prevé todo. Ningún incidente puede sorprenderle. Sabe dónde va y dónde descenderá. Selecciona con maravillosa perspicacia su lugar de parada. Procede matemáticamente, con el barómetro en una mano y el saco de lastre en la otra. Sus aparatos están en admirables condiciones. Nunca existe una falla de la válvula o de la envoltura. Una «cuerda de ruptura» le permite, si es necesario, dividir su aerostato en el caso en que el globo, a ras de la tierra, necesitase ser instantáneamente vaciado por las necesidades del aterrizaje. Eugenio Godard, por su experiencia, su sangre fría, la precisión de su mirada, es verdaderamente un maestro del aire que lo sostiene y que lo transporta, y ningún otro aeronauta, como se sabe, puede comparársele. En estas condiciones, un viaje aéreo ofrece toda la seguridad posible. No es propiamente un viaje, ¡es algo así como un sueño, pero un sueño siempre muy corto!

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