Juan Eduardo Zúñiga - Desde los bosques nevados
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- Libro:Desde los bosques nevados
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2020
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Desde los bosques nevados: resumen, descripción y anotación
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Qué desolada es la perspectiva vital descubierta, cuando se es joven, a través de las obras de Leonid Andréyev. Es una pesadilla, aun cerrado el libro persiste su angustia y el lector se siente impregnado de desaliento.
Todo en la obra de Andréyev es trágico, aterrador, enigmático; por las páginas de este escritor ruso pasan dolientes seres de la vida cotidiana y tétricas figuras formadas en el aliento entrecortado de los sueños y apenas separadas de su abrazo. Se creería que las alude la estrofa de Tiútchev, el poeta romántico: «como el océano que ciñe la tierra así el sueño abraza nuestra vida»; los símbolos de sus obras parecen desprenderse de brazos abismales y ascender al nivel de su conciencia incomprensibles y herméticos. Se entiende que Andréyev no pudo, o no quiso, arrancar sus claves a estos oscuros mensajeros y hubo de darse por vencido ante secretos tan inaccesibles. Pero aún sin haber identificado a estos espectros de su subconsciente, él los utilizó en relatos y dramas sin saber de lo que eran símbolo. Esa impotencia de conocimiento psicológico queda patente en buena parte de sus obras donde hay un elemento escalofriante que enriquece el argumento con su aportación de terror, pero el lector comprueba que su simbolismo es insuficiente, que no llega a totalizar el cometido de su significado e incluso por un cierto aislamiento en el texto, parece un error de concepción lo que fue un acierto inicial.
Pese al gran talento de Andréyev, a su fértil inventiva, a la belleza del estilo, estos símbolos a veces son eclipsados por elementos no significativos o quedan sin culminar en su necesario desarrollo. A esto se debe el que la lectura de Andréyev en algunos casos desconcierte y cause la impresión de estar ante un confuso secreto. Por alguna razón, el intuitivo Chéjov, que leyó a Andréyev antes de sus grandes éxitos, dijo en una carta a Olga Knipper: «Hay en él cierta falta de sinceridad y poca sencillez».
Por ejemplo, en uno de sus relatos más sugerentes, Misterio, es evidente esa confusión en el factor básico del argumento. Un estudiante es contratado como preceptor en un palacete aislado al borde del mar. Observa que el dueño de la casa se esfuerza, en las horas de las comidas, en ser divertido y casi pide a sus dos niños, a la institutriz y al estudiante que rían sus gracias. Pero en la lujosa mansión hay un orden, un silencio y una atmósfera lúgubre poco propicia a las explosiones de alegría forzada. Sin embargo, ellos deben reír e incluso bailar como autómatas alucinantes. En unas habitaciones del piso alto vive, al parecer, la esposa, a la que nunca se la ve; los sirvientes son en extremo discretos. Este planteamiento sugestivo y con connotaciones psicoanalíticas, se rompe cuando empieza a visitar al estudiante el fantasma de un hombre muy alto que le contempla por la ventana del jardín y acaba entrando en su habitación. No tiene conexión con la situación anterior y el estremecimiento producido por esa alegría que oculta algún drama ignorado, se eclipsa ante esta intromisión fantasmal que nada explica, aun en la lógica irreal de la fantasía.
A conclusión parecida se llega con una obra teatral de Andréyev cuyo argumento es coherente pero sin el preciso desarrollo de los símbolos para que el público los integre y pueda identificarse con la acción que ve en el escenario y, arrastrado por esa nueva vida en que se desdobla, goce la obra literaria como una enajenación vivificante.
Anfisa es una mujer de extraordinaria belleza que va a vivir en casa de su hermana porque ha roto con el marido. Pero se enamora de ella Fiódor, casado con la hermana, y se crea una situación de enervantes fricciones. En la casa habita una abuela sorda que parece oír todo y callar siempre; es como un testigo atemporal de los errores y la maldad. El drama transcurre con la presencia inquietante de esta vieja: ella conoce los choques de afectos opuestos, contempla fríamente cómo Fiódor destruye moralmente a su esposa y a Anfisa y pretende ser amante de la hermana menor de ellas. Por fin, Anfisa le mata y la abuela parece aprobarlo. Este personaje y la misma Anfisa vienen a ser emblemas mudos que despiertan lógico interés pero no inteligibilidad y su función incompleta les resta eficacia literaria como si un exceso de intencionado efectismo no compensara la insuficiencia de la alegoría. Y al terminar, este drama nutre la certidumbre de que toda creación estética tiene una cohesión entre cada uno de sus elementos que cuando falla, condena toda la obra a perecer.
No obstante, la habilidad de Andréyev y su instinto de lo que era adecuado en todo momento, le hizo acertar de forma admirable en otras ocasiones; por ejemplo, en su cuento De la historia que no acabará nunca (en español traducido por La llamada) que expresa una ilusión quizá latente en tantos revolucionarios de aquella época. Una mujer despierta a su marido para decirle que durante la noche han levantado barricadas en la calle. No se dice quiénes ni por qué pero el marido comprende que ha de ir allí por un deber moral esperado mucho tiempo. Ella quiere acompañarle pero él la convence de que quede con los niños. Estos se despiertan y admiran la actitud del padre que se despide de ellos. Va a unirse con los que alzan las barricadas, en una decisión altruista que lleva al sacrificio por una supuesta revolución romántica. El cuento posee un maravilloso poder alusivo y es una breve obra maestra sin ninguna carga subconsciente que la enturbie.
Tras una niñez pobre y una juventud difícil, Leonid Andréyev estudió leyes en San Petersburgo y luego se dedicó a la literatura, logró el éxito a partir de 1901 —de su primer libro de cuentos se llegaron a vender en dos meses cuarenta y siete mil ejemplares—, y pronto alcanzó prestigio y dinero, en especial con sus obras teatrales.
De joven, leía a Schopenhauer, gustándole su negación de la realidad, y estaba influido por el misterio y el pesimismo de las obras de Maeterlinck y el modernismo. Tras la rápida aceptación de su primera fase, acaso intoxicado por la popularidad —en 1908 llegó al cenit de su carrera—, sufrió grandes depresiones y manía persecutoria.
Haberse convertido en un autor de moda podría atribuirse a que sabía utilizar el efectismo del horror unido a conclusiones pesimistas que precisamente coincidían con las que en muchas conciencias rusas se habían creado después de los acontecimientos revolucionarios de 1905 y la represión subsiguiente.
Escribió mucho en aquella época de escepticismo e indiferencia política y recogió las ideas ambientales que el lector gustaba de encontrar explicitadas en literatura como un eco justificativo de su estado de ánimo. Inutilidad del esfuerzo, nulidad de las reglas morales y de cualquier sacrificio: en Judas glorifica la traición, en Anatema demuestra lo inútil de las acciones altruistas, en Vida del hombre sugiere que el mal es inevitable, en unos años en que la clase culta rusa, frustrada en sus esperanzas de libertad política, se inclinaba hacia el individualismo, el erotismo, el ocultismo como un equivalente de la fe en el mejoramiento colectivo y las reformas sociales.
Con el propósito de distanciarse de los compromisos en San Petersburgo, Andréyev se hizo construir una gran mansión cerca del golfo de Botnia. Un lujo que se podía permitir cuando ya había alcanzado un gran renombre y ganado considerable fortuna como autor de éxito.
En 1907 se instaló en aquel elegante palacete donde hasta su muerte vivió con su esposa, hijos y la servidumbre. Gracias a su gran conocimiento de la fotografía, Andréyev es uno de los pocos escritores que ha documentado gráficamente su vida cotidiana. Las amplias habitaciones decoradas con pinturas suyas y con temas de los grabados de Goya, que les daban un aspecto sombrío, las reuniones familiares, las comidas, los paseos por el campo y retratos de amigos escritores, todo se ha conservado.
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