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Juan Antonio Vallejo-Nágera - Locos egregios

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Juan Antonio Vallejo-Nágera Locos egregios

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A la memoria de mi padre y maestro Antonio Vallejo-Nágera que hace treinta - photo 1

A la memoria de mi padre y maestro Antonio Vallejo-Nágera, que hace treinta años publicó un libro con este mismo título, «Locos egregios», que en su recuerdo he querido conservar.

Nos encontramos ante un estudio psicobiográfico de varios personajes históricos, cuyos trastornos mentales o particularidades psicológicas han influido en su vida, y a través de ella en la de todos nosotros.

El doctor Vallejo-Nágera logra constantemente la amenidad, el dato sorprendente, la interpretación original, para convencer al lector de que «La cultura no es un penoso deber; es un gozoso privilegio». El propio autor la califica de «erudición jocosa».

Va dirigida a los jóvenes, para aficionarles al estudio «como diversión», y, aunque es la obra de un científico, y, en cierto modo, una obra científica, hasta los problemas técnicos están tratados de modo que los pueda entender sin esfuerzo cualquier persona culta.

Juan Antonio Vallejo-Nágera Locos egregios ePub r10 Hechadelluvia - photo 2

Juan Antonio Vallejo-Nágera

Locos egregios

ePub r1.0

Hechadelluvia21.10.13

Juan Antonio Vallejo-Nágera, 2002

Editor digital: Hechadelluvia

ePub base r1.0

Notas 3 El lector quizá tenga curiosidad en conocer hasta qué punto era esto - photo 3

Notas

[3] El lector quizá tenga curiosidad en conocer hasta qué punto era esto cierto. Por supuesto, Maquiavelo pasó años de terrible penuria, como hemos comprobado antes en la carta sobre Donato dal Corno, pero su pequeño patrimonio heredado (la casita de Florencia, el bosque de San Casciano, y la huerta y casa en San Andrea in Percussina), lo retuvo hasta el final, legándolo a sus descendientes (que lo conservan en la actualidad) gracias a un inesperado golpe de suerte, que tan adversa le fue en lo fundamental. Pocos meses antes de su muerte, no recibiendo ningún encargo de La Signoria, aceptaba cualquiera que pudiera surgir, y el Gremio de la Lana le encomendó por unos pocos florines el empleo de su talento de diplomático-negociador en una misión insignificante y pintoresca, la de negociar en la corte del Dux de Venecia el rescate de tres mercaderes de lana que cuando regresaban habían caído en las manos de una colonia de sodomitas, que los retenían. Mientras esperaba en Venecia (último de sus viajes, en los que se calcula que cabalgó más de 60.000 kilómetros), se le ocurrió jugar a la lotería, y… ganó más de 2.000 ducados (importe equivalente a la suma de varios años de su antiguo salario). Con ellos pudo saldar las agobiantes deudas, deshipotecar la heredad, y algo sobró para festejar a su último y más intenso destello pasional, Barbera Salvati. Es tragicómico el haber encomendado tan menguada misión a quien acaba de escribir El Arte de ser Diplomático para orientar al novato Girolami, recién enviado en embajada a España, puesto para el que se había pensado en el propio Maquiavelo, y el no dárselo nos ha privado de tener el mejor retrato posible del emperador Carlos V , como el que hizo de su abuelo Maximiliano.

Como nota final comentare (quien haya tenido la paciencia de seguir hasta aquí la letra menuda demuestra estar capacitado para interesarse por cualquier dato singular) mi asombro (y regocijo, no puedo negarlo) al comprobar que en la última carta a su hijo Guido, 2 de abril de 1527, Maquiavelo, ese gran polifacético, da instrucciones (acertadas) para el tratamiento psiquiátrico de una mula que se había vuelto loca: … Dices que la mula joven se ha vuelto loca. Bien, tratémosla justo lo contrario de como suelen hacer con los lunáticos. Se les ata. A la mula desátala; entrégasela a Vangelo para que la lleve a Montepugliano y la suelte, pueda ir a donde quiera, logre su propio sustento y supere su chifladura. Allí hay grandes prados. Es una mula muy joven, allí no puede hacer ningún daño. Entonces, sin preocuparte por ella, mira cómo le va. Podemos esperar para recogerla hasta que veamos que recobró su cordura. En la curiosa manía que tienen muchos intelectuales contemporáneos de adivinar segundas, y terceras, intenciones en todo, Edmond Barincou se empeña en interpretar la historia de la mula como una sutil alegoría, representando el animal a alguna de las jóvenes de las que Maquiavelo tan fácilmente se enamoriscaba. Pero no, la mula existía, y se conserva la respuesta de su hijo, 15 días después, comentando que aún no pudieron subir la mula a Montepugliano porque todavía no había brotado la hierba.

Prólogo y justificación
(Que, como todos los prólogos, no va a leer casi nadie).

La cultura no es un penoso deber; es un gozoso privilegio.

Si en algo mi humilde persona roza la excepcionalidad, es en la capacidad de disfrutar. Por una serie de afortunadas circunstancias he acumulado sobre mí este tesoro en tan gran medida, que me siento obligado a intentar repartirlo. Por eso y para eso se ha escrito este libro. Esta meta, a su vez, ha condicionado algunas de sus características. El tema no puede ser más serio: el talento y su modificación por la enfermedad. El enfoque que le he dado no es, sin embargo, solemne. El Don Juan de Mozart está clasificado como Drama giocosso, y en Erudición jocosa podríamos encuadrar mis Locos egregios. Su talante, afectuosamente burlón, lúdico, es deliberado y esencial; como lo es en todos los aspectos de mi vida, y desearía contagiarlo al lector.

Estas páginas son producto derivado de un libro científico, del mismo modo que las refinerías de petróleo tienen, como productos derivados, plásticos y otros elementos, a veces más interesantes que la gasolina. Lo mismo ha ocurrido aquí. En la preparación de un libro técnico sobre Psicopatología de la Creatividad, fui acumulando tal cantidad de datos fascinantes o pintorescos sobre personajes ilustres, que me pareció absurdo dejarlos sin utilizar. Su inclusión en el libro técnico estaba fuera de lugar y lo hubiese frivolizado. De ahí nació el proyecto de Locos egregios, producto derivado, que, como es mucho más fácil y divertido de escribir, he terminado antes que el que le dio origen, y quizá, aunque de otro modo, sea igualmente útil.

Recuerdo con gratitud a uno de mis profesores de bachillerato: el padre Medina, un jesuita original que nos ha dejado de sus clases de Historia Antigua un recuerdo que todos sus alumnos gustamos evocar.

En las clases, que no se parecían a ninguna otra, vivíamos la Historia. Al explicar la muerte de Germánico (al que, por lo visto, admiraba en extremo), quedaba tan afectado que se echaba a llorar, y teníamos los alumnos que abandonar los pupitres para ir a consolarle. Reíamos con los chaqueteos trapisondistas de Alcibíades, y nos enamorábamos, todos a la vez, de Cleopatra. Mientras tanto, en las restantes aulas del país, profesores rutinarios martilleaban las cabezas de sus alumnos con nombres y fechas, en tediosa acumulación. Sólo años más tarde comprendimos que con aquellas payasadas deliberadas, el P. Medina nos hizo uno de los mayores favores de nuestra vida. Que Dios le bendiga.

Años más tarde vivía yo en Roma, en la casa del profesor Ugo Cerletti (inventor del electrochoque, y también de una variedad de queso llamado formaggino a la Cerletti del que estaba tan orgulloso como del electro), pues debía realizar a su amparo una investigación. Aprendí muchas cosas de Cerletti, pero la más interesante me la enseñó un día de asueto en que paseábamos en su coche por la Roma canicular y desértica. Distraído al mostrar algún monumento, casi atropella a un hombre fornido que empujaba un carro de verduras. Por la calle vacía empezaron a retumbar los convencionales insultos, con la mención final de que la madre del conductor era una

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