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Juan Antonio Vallejo-Nágera - Mishima o el placer de morir

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Juan Antonio Vallejo-Nágera Mishima o el placer de morir

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A doña Yoko Hiraoka viuda de Mishima por su estímulo el generoso permiso - photo 1

A doña Yoko Hiraoka, viuda de Mishima, por su estímulo, el generoso permiso para reproducir párrafos de su esposo y el material gráfico que me habría sido inasequible.

A los Excmos. Sres. de Keigawa, embajadores del Japón en Madrid, por su valiosa ayuda. A Fernando Zobel, fuente inagotable de «japonerías».

A June Shirage, Yosuke Yamashita y Kozo Okano. A mis amigos japoneses de Madrid. Gracias a todos ellos porque me ayudaron a «entender».

En este ensayo, el Dr.Vallejo-Nágera trata de penetrar la mente de Mishima, descifrando sus motivaciones. Tras un detallado estudio de las características fundamentales de su personalidad —sus sentimientos de inferioridad, su exhibicionismo narcisista, su discutido homosexualismo— el autor analiza aquellos aspectos de la cultura japonesa que pueden explicar en parte los rasgos de la conducta de Mishima mas incomprensibles para la mentalidad occidental, entre ellos su espectacular suicidio.

Juan Antonio Vallejo-Nágera Mishima o el placer de morir ePub r11 - photo 2

Juan Antonio Vallejo-Nágera

Mishima o el placer de morir

ePub r1.1

SoporAeternus23.03.15

Título original: Mishima o el placer de morir

Juan Antonio Vallejo-Nágera, 1978

Diseño de portada: SoporAeternus

Editor digital: SoporAeternus

ePub base r1.0

CAPÍTULO PRIMERO La noticia El 26 de noviembre de 1970 toda la prensa del mundo - photo 3

CAPÍTULO PRIMERO
La noticia

El 26 de noviembre de 1970 toda la prensa del mundo publica, como noticia sensacional, que la víspera el famoso escritor japonés YUKIO MISHIMA secuestró, ayudado por cuatro jóvenes seguidores, al general en jefe de las Fuerzas de Autodefensa Japonesas en el propio despacho del militar.

Tras varios preliminares Mishima y algunos de sus colaboradores realizaron «SEPPUKU», el trágico ceremonial de autoeliminación que los occidentales solemos llamar «HARA-KIRI» (que es en realidad su forma incompleta).

El motivo explícito de Mishima fue realizar el supremo sacrificio en honor del Emperador, pretendiendo dar con su muerte un aldabonazo en la conciencia de sus compatriotas e inducirlos a la restauración de las virtudes tradicionales de Japón. Especialmente al retorno, en toda su pretérita dignidad, de la «Institución Imperial».

¿Por qué este suicidio atroz e innecesario?

En Japón no se había producido ningún hara-kiri desde los meses siguientes a la última guerra. Durante estos veinticinco años los japoneses no hablan del seppuku. El rechazo generacional de esta tradición es tan evidente que ningún escritor nipón (con la excepción de nuestro protagonista) lo ha utilizado como tema literario. ¿Por qué había de realizarlo Mishima?

Desde el momento de su dramática autoinmolación, muchos sospecharon que los motivos alegados eran solo un pretexto.

El presente ensayo trata de penetrar la mente de Mishima, descifrando sus motivaciones.

CAPITULO II
El «Incidente»

Era un día claro y soleado. Aun así hace frío en Japón a fines de noviembre. Uno de los grandes balcones del despacho del general Mashita, comandante en jefe del «Ejército del Este» japonés, lleva abierto una hora. El descenso de temperatura en la habitación no parece afectar al ilustre prisionero. Sujeto con cuerdas de los pies a los hombros contra el sillón, tiene la frente perlada de sudor.

Existen varios estímulos provocadores de la sudoración. Uno de ellos es el espanto. El general Mashita, independientemente del adiestramiento castrense para controlarlo, no tenía motivos reales de temor. Desde el principio se le comunicó que su secuestro, el más breve y extraño que se conoce, tendría una duración de solo dos horas, y que no sufriría ningún daño si se cumplían unas condiciones a las que no era difícil acceder. Lleva una hora con una daga rozándole el cuello. De todos modos no parece que el temor haya sido el motivo de su hiperhidrosis frontal; tampoco la rabia impotente ante el ultraje sufrido.

Tres de los secuestradores desatan el torso y brazos del general, para que con las manos aún atadas y sujeto al sillón de la cintura a los pies, pueda hacer reverencias a los dos jefes del grupo que le ha sometido al humillante trauma del secuestro en el puesto de mando de su propio cuartel.

¿Se trata de un nuevo sarcasmo que añadir a la serie de imposiciones de que viene siendo objeto? No.

El general Mashita realiza las reverencias ceremoniosamente y con sincero recogimiento. La cortesía protocolaria no va dirigida a sus captores, sino a las cabezas de estos, cuidadosamente colocadas en posición vertical en el suelo, sobre la mancha de sangre que manando lentamente de ellas se extiende por la moqueta, hasta confluir con los charcos mayores que rodean a los dos cadáveres decapitados y con una incisión transversal en el abdomen.

Los raptores supervivientes, tres muchachos en los primeros años de universidad, no pueden dominar al fin la emoción y comienzan a llorar.

La reacción del general Mashita, todavía prisionero, nos sorprende: «Llorad, llorad, desahogaos».

Les sobran motivos para necesitarlo. Han hecho por imposición de su jefe el «supremo sacrificio de RENUNCIAR a morir». Mishima se lo exigió para que en el subsiguiente juicio puedan dar testimonio y hacer proselitismo de sus motivaciones. Uno de ellos, Furu Koga, tuvo que pasar por el terrible trance de ser el ejecutor de la decapitación «kaishaku», del jefe reverenciado y de su mejor amigo.

Desatan al fin las piernas y pies del oficial, pero no las manos pues otro de los fines de su «abnegada» supervivencia es entregar sano y salvo al general para impedir que este, en un probable contagio emocional, o para lavar su honor ultrajado, se suicide. Mishima tenía un proceso mental implacablemente crítico y desmenuzador, y planificó el «INCIDENTE» (este es el eufemismo con el que siempre se ha referido a él) durante muchos meses y hasta en los menores detalles.

El general hace un ruego: que le desaten las manos. «No podemos, nos hemos comprometido a entregarle indemne». «Les prometo que no voy a intentar nada, pero no me sometan a la vergüenza de comparecer maniatado ante mis subordinados». Los tres muchachos saben que la «vergüenza» es el mayor drama para un japonés. Cortan las últimas ligaduras y, tras abrir la puerta, salen con el general, más que sujeto, sostenido de cada brazo por un secuestrador. El tercero, ante ellos, porta solemnemente en alto la espada ensangrentada de Mishima. Luego extienden los brazos para ser esposados.

El «INCIDENTE» ha terminado.

CAPITULO III El genio extravagante Quién era Yukio Mishima En España un - photo 4

CAPITULO III El genio extravagante Quién era Yukio Mishima En España un - photo 5

CAPITULO III
El genio extravagante

«¿Quién era Yukio Mishima?». En España, un desconocido. «¿No es el premio Nobel?». No, ese se llama Kawabata.

Casi todos los españoles siguen ignorándolo. Algunos le recuerdan vagamente por su muerte espectacular.

En 1970 tenía obras traducidas en quince países, ninguna al español. Hoy hay cuatro que han pasado casi inadvertidas. Por supuesto en el mundo literario se conoce a Mishima y su obra, pero sigue siendo un autor inexistente para el público. Claro que también continúa en esta situación Kawabata, pese al premio Nobel; y no pasan de unas docenas los españoles que han saboreado el Gengi Monogatari, la obra cumbre de la literatura japonesa, cuya autora es una cortesana del siglo X, Doña Murasaki.

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