Joseba Sanz - Silvio. Memoria trovada de una revolución
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- Libro:Silvio. Memoria trovada de una revolución
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1994
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Silvio. Memoria trovada de una revolución: resumen, descripción y anotación
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E N marzo de 1983 se grabó en el Teatro Salamanca de Madrid el disco Entre amigos, con la intención de reunir las canciones más conocidas de Luis Eduardo Aute, interpretadas por amigos del mundo de la canción: Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Teddy Bautista y Joan Manuel Serrat. Aute a su vez interpretaría canciones de ellos. De Silvio cantó Te doy una canción y Silvio hizo una muy buena interpretación de Dentro de Luis Eduardo. Antes de cantarla, acompañado por un suave arpegiado de su guitarra, dirigió estas palabras al público:
«… muchas gracias. Recuerdo muy nítidamente, cuando allá por el año 70, me acuerdo que estaba en casa de Pablo cuando, una noche, llegó un amigo de España y nos trajo unas cintas de un cantautor español que nos impresionaron tremendamente a Pablo y a mí. Nos sentimos inmediatamente identificados con el lenguaje, con la poesía, con el espíritu que movía a aquel artista. Recuerdo que una de las canciones que estaba en aquella cinta es ésta que voy a cantar ahora y quiero decir que esas cintas, esas canciones, esta canción, son parte desde entonces de mi quehacer creador, y se lo debo a mi hermano Eduardo».
Seguidamente Silvio y Pablo se presentaron en directo a través de la Televisión Española en el programa Buenas Noches, dirigido por Mercedes Milá. Allí fueron entrevistados e interpretaron diversas canciones. La presentadora destacó en su diálogo con ellos que «el éxito tremendo que tienen en España es algo evidente».
Poco después, en abril, Silvio participó en el segundo Festival de la Nueva Canción, en Managua. Tenía especial importancia por realizarse en Nicaragua a apenas tres años de la Revolución Sandinista y cuando la agresión yanqui cobraba su máxima intensidad. Los conciertos se realizaron en el anfiteatro de la Laguna de Tiscapa, en el cráter de un volcán inactivo, sobre un escenario flotante, entre el 18 y el 23 de abril, y finalizaron el día 24 con un concierto de 12 horas, «por la paz y la no intervención en Centroamérica», en la Plaza Carlos Fonseca Amador. Tomaron parte Carlos Mejía Godoy y los de Palacagüina, su hermano Luis Enrique, los grupos nicaragüenses Mancotal y Pankasán; Isabel Parra (que visitaba Nicaragua por primera vez); los cubanos Silvio Rodríguez, Noel Nicola, Vicente Feliú y los grupos Los Cañas y Manguaré; los venezolanos Lilia Vera y Alí Primera; los mexicanos Amparo Ochoa y Gabino Palomares; Daniel Viglietti, de Uruguay; Luis Rico, de Bolivia; Chico Buarque y Raimundo Fagner, de Brasil; Silverio Pérez y el Quinteto Puertorriqueño de Puerto Rico; Adrián Goizueta y el grupo Experimental, de Costa Rica; y Mercedes Sosa, de Argentina.
A las actuaciones de la Laguna de Tiscapa asistieron Tomás Borge y Ernesto Cardenal, entre otros. Silvio interpretó varias canciones a lo largo de la semana de actuaciones, en que se leyeron también diversos comunicados de solidaridad con Nicaragua de distintas organizaciones políticas latinoamericanas, entre ellas el FMLN.
El concierto final fue grabado por ENIGRAC (Empresa Nicaragüense de Grabaciones), con la colaboración de diversas organizaciones internacionales, y se editaría simultáneamente en varios países un disco doble con una selección de lo mejor de aquellas doce horas de concierto.
A la izquierda del escenario se había instalado una gran imagen de Sandino, y varias pancartas en la catedral y el palacio presidencial rezaban: «La lucha es el más alto de los cantos» y «Nuestra causa triunfará porque es la causa de la justicia y el amor».
La tremenda voz de Mercedes Sosa gritando «campesino, campesino» estremeció las piedras de la ruinosa catedral destruida por el terremoto del 72. Los latifundios se habían acabado y los terratenientes estaban fuera del país. Ahora la tierra nicaragüense era de los campesinos. La Revolución marchaba y el pueblo tomaba parte en ella. Sandino revivía en los cantos solidarios que colmaron la plaza de gritos y palmas dedicados a El Salvador, a Puerto Rico, a Cuba, a Nicaragua… «El canto por el amor debe ser esencialmente colectivo» afirmó Alí Primera. Los brasileños pusieron la nota de samba solidaria en la plaza y los puertorriqueños cantaron:
Aprendan los borincanos lo que Nicaragua enseña:
hay que defender señores la bandera puertorriqueña.
Carlos Mejía Godoy, fundador de los Talleres de Sonido Popular y máximo representante del Nuevo Canto Nicaragüense, cantó, entre los gritos de «Viva Nicaragua Libre» varios temas clásicos como Nicaragua, nicaragüita, Chilotito tierno y especialmente No pasarán, tal vez la más bella canción de amor y revolución creada jamás en Nicaragua, en la que Gioconda Belli y Mejía Godoy habían unido su aliento poético y el amor por su pueblo revolucionario. La fuerza del amor aparecía como obstáculo infranqueable para el enemigo. Vivir, luchar e incluso matar por amor eran una realidad más que palpable. La guerra estaba allí, muy cerca, alentada por Estados Unidos, mientras en Nicaragua se amaba y se moría por lo mismo.
Vendrá la guerra, amor, y en el combate
no habrá tregua ni freno para el canto,
sino poesía naciendo incontenible
del cañón de fusiles libertarios.
Vendrá la guerra amor y en el combate
nos fundiremos en las barricadas
deteniendo las hordas criminales
a punta de corazón, fuego y metralla,
cavando sudorosos el futuro
en las faldas de la patria.
No pasarán,
los venceremos, amor, no pasarán,
si mañana que irrumpa el nuevo día
con su fiesta de pájaros y niños
aunque no estemos juntos te lo juro
no, no pasarán.
Vendrá la guerra, amor,
y yo me envolveré en tu sombra invencible,
como un fiero león protegeré
esta tierra y mis cachorros.
Nadie, nadie detendrá esta victoria
armada de futuro hasta los dientes…
Un «No pasarán» unánime que salió de la plaza para llegar hasta la frontera, haciendo vibrar cada palmo de tierra nicaragüense, escalando volcanes y atravesando lagos, puso fin a la interpretación.
Aquel día Daniel Viglietti con su Declaración de amor a Nicaragua, Carlos Mejía Godoy, Silverio Pérez, Silvio Rodríguez y todos los demás hicieron aparecer a Sandino en la plaza.
El pueblo nicaragüense encontró a su «Elegido» en la voz de Silvio. La canción, originalmente compuesta para Abel Santamaría, era también para Carlos Fonseca y Sandino, para Leonel Rugama que murió gritando «Que se rinda tu madre», para aquellos «animales de galaxia» que en su periplo de «planeta en planeta» habían escogido Nicaragua para, con sus «cañones de futuro», tratar de cambiar el curso de la historia. Aquella canción era para sus batallas enterradas, que nunca muertas, para su lucha heroica, para la semilla que sembraron, hoy florecida en los miles de managüenses reunidos en la plaza, en los niños que por fin accedían a una educación, en los campesinos que al fin se organizaban, en la lucha de todo un pueblo que recobraba la dignidad robada por siglos de explotación y gritaba con voz firme: «No pasarán».
Durante un concierto, en Cuba.
Con Pablo.
Silvio recordaba cómo conoció a Carlos Fonseca Amador, sin saber quién era, ni a qué se dedicaba, en casa del escritor Quintín Pino Machado, en Santiago de Cuba. Carlos andaba registrando bibliotecas, buscando temas de historia, preparándose intelectualmente. Unos años después Quintín le confesaría la verdadera identidad de aquel joven que murió en el 76, en la lucha insurreccional contra Somoza. También recordaba cómo conoció a Tomás Borge y a Ernesto Cardenal, las lecturas de Darío que le hacía su padre y la historia de Ulloa, un piloto nicaragüense que murió defendiendo Cuba en el ataque de Playa Girón. Siempre se había identificado con las luchas de Centroamérica, con El Salvador, con Nicaragua, y conservaba en la casa, como un valioso tesoro, una moneda que un combatiente guatemalteco le había enviado, a través de su compañera guerrillera, en el momento de su muerte. También había conocido otras muchas historias sobre su música en las guerrillas centroamericanas: las que le contara Roquito y la que transmitió una periodista búlgara, testigo casual de una masacre de los contras a un batallón sandinista: el jefe del pelotón sin saber cómo levantar el ánimo de la diezmada tropa puso en un viejo aparato una cinta de Silvio.
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