Javier Sanz - De lo humano y lo divino

Se cuenta que en el siglo IX ocupó el trono de San Pedro una mujer, la conocida como Papisa Juana. Y digo se cuenta porque no es más que otra leyenda urbana alimentada por el descubrimiento en el Vaticano de un asiento con un agujero al que se le atribuyó la función de demostrar la masculinidad del futuro Santo Padre. El Papa se habría sentado en ella mientras un cardenal comprobaba, visualmente o palpando, la existencia de testículos, confirmándolo al grito de «Duos habet et bene pendentes» (tiene dos y le cuelgan) para que ninguna otra mujer fuese nombrada Papa.

Realmente, aquel asiento no es otra cosa que la sedia stercoraria (la silla de los excrementos) donde los Papas se sentaban… a leer el periódico. Además, nunca lo hacían en soledad, siempre iban acompañados por un funcionario pontificio encargado de ayudarle. El primer Papa que se atrevió a ir solo al excusado y proceder como el resto de los mortales fue Anastasio II.

En «De lo humano y lo divino» encontraréis historias que hablan del lado más humano de los padres de la Iglesia: cuando se armó la de Dios es Cristo, la tisana del Papa Luna, cuando Drácula se convirtió en el gran aliado del Vaticano, el año en que febrero tuvo 30 días, los peligros de ser médico del Papa, el que salvó la vida por saber idiomas, el origen de la expresión «dar el agua»… un buen puñado de historias algunas sobrecogedoras o emocionantes, hilarantes otras, que demuestran algo tan evidente como que debajo de la mitra y las vestiduras pontificias no hay ni más ni menos que un hombre… que bien podría ir en vaqueros y zapatillas.

Javier Sanz

La más divertida recopilación de anécdotas y curiosidades de la Historia de los Papas

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Titivillus 10.08.17

Javier Sanz, 2013

Ilustraciones: Xurxo Vázquez

Diseño: Xurxo Vázquez

Editor digital: Titivillus

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A los que tuve la suerte que me tocasen por familia…

Teresa, Alfredo, Ángel, Montse, Adrián —allí donde estés—,

Mª Jesús y, especialmente, a los mejores padres del mundo,

Manuel y Pascuala.

Álvarez, Miguel. El joven que llegó a Papa, Casals, 2012.

Apeles Santolaria, José. El Papa ha muerto ¡Viva el Papa! Altera, 2005.

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Enciclopedia Católica Online. Decenas de blogs/webs y, sobre todo, el blog Historias de la Historia.

En este libro no están todos los que fueron Papas pero todos los que están sí lo fueron. Supongo que echaréis en falta a los dos últimos, Benedicto XVI y Francisco, y aunque he estado tentado de incluirlos, al final de ellos sólo habréis encontrado alguna referencia. Alguien me dijo una vez que la historia comenzó «ayer», y no digo que no tenga razón, pero he preferido no incluirlos y dejar que de ellos se ocupen los medios y, lo que es peor, las crónicas de sociedad. Yo he tenido suficiente con el resto…

A Francisco I, o Francisco a secas, habría que darle un periodo de cortesía de 100 días… si se lo estamos dando hasta a los políticos. Y les aconsejo a los cardenales que para el próximo cónclave —dentro de muchos años— tengan en cuenta a los cardenales españoles. Con un Papa español sabes que no se repetirá una renuncia como la Benedicto XVI… en nuestros genes no se contempla la dimisión o la renuncia.

Según lo acordado en la Convención Naval de Barcelona de 1921, y ratificado por cada uno de los países que asistieron, se extendía a los Estados que no poseen litoral marítimo los mismos derechos y prerrogativas de que gozan los bañados por el mar. De esta forma, los Estados sin costas naturales pueden armar sus propios barcos y ondear en ellas sus propias banderas con los únicos condicionantes de constituir un Registro naval en dicho país y notificarlo a todos los países firmantes del acuerdo. Por tanto, el Estado Vaticano podría tener marina mercante…

En 1958 se constituyó el Registro marítimo en el Vaticano y se comunicó a los países firmantes del Convenio de Barcelona. El caso es que a fecha de hoy todavía ningún barco ha surcado los mares bajo pabellón del Estado Vaticano. Muy distinto es si echamos marcha atrás, hasta los gloriosos años de los Estados Pontificios, cuando tenían su propia armada. Por ejemplo, en la batalla de Lepanto (1571) las fuerzas pontificias aportaron 12 galeras al mando de Marco Antonio Colonna, aunque en aquella ocasión bajo estandarte amarillo y granate (colores tradicionales del Senado y del Pueblo romano). El origen de los colores actuales, amarillo y blanco, hay que buscarlo en 1808. Pío VII y Napoleón vivían en un continuo tira y afloja hasta que el Emperador se hartó y ordenó invadir los Estados Pontificios. El 2 de febrero, las tropas francesas del general Miollis entraron en Roma y obligaron a las fuerzas romanas a integrarse en el ejército francés, los pocos que no lo hicieron se retiraron con el Papa a resistir en el castillo de Sant’Angelo. El Papa ordenó a los pocos que se habían mantenido fieles que cambiaran su estandarte por uno con los colores actuales para distinguirse de las fuerzas pontificias bajo el mando francés.