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Josep Fontana - Capitalismo y democracia 1756-1848

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Josep Fontana Capitalismo y democracia 1756-1848
  • Libro:
    Capitalismo y democracia 1756-1848
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
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  • Año:
    2019
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Capitalismo y democracia 1756-1848: resumen, descripción y anotación

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Capítulo 1. Un mundo en proceso de cambio

Capítulo 1

UN MUNDO EN PROCESO DE CAMBIO

Tras los desastres sucedidos en el siglo XVII en la Europa occidental, afectada además por el cambio climático de la pequeña glaciación, el XVIII fue sin duda un tiempo de recuperación, sobre todo en su segunda mitad. El primero tuvo como protagonista a la burguesía de negocios implicada en el comercio internacional, asociada en la gestión de los capitales a los terratenientes, que completaría ahora una larga etapa de progreso. En cambio, el segundo factor sería obra del campesinado y menestralía, que iniciarían un proceso de crecimiento interno. La combinación de ambos estímulos redundó en un cambio esencial en la historia.

LA FORMACIÓN DE UN MERCADO MUNDIAL

La expansión del comercio internacional europeo se produjo en dos direcciones distintas. Por un lado, se inició en el territorio continental de América, donde los españoles obtenían la plata, que durante mucho tiempo sería la mercancía fundamental del comercio internacional, conseguida con una fuerza de trabajo que sometían a la presión combinada de la compulsión —«presupuesta la repugnancia que muestran los indios al trabajo, no se puede escusar el compelerlos»— con las formas de integración forzada en el mercado del trabajo asalariado, expulsándolos de sus economías de subsistencia. Posteriormente, en el siglo XVIII, comenzaría una nueva etapa de la expansión de América, centrada en el Caribe, de la que hablaremos más adelante.

Muy diferente fue la extensión hacia Oriente, hacia el Índico, donde en un principio encontraron un comercio local bastante desarrollado, al que llegaban como participantes de segunda categoría para negociar y proporcionar servicios, casi inadvertidos al inicio. Como «las moscas a la miel», así se ha calificado la presencia de los holandeses en las islas que forman la actual Indonesia. Como no tenían superioridad militar ni naval en la región, sus ansias de conquista se limitaron inicialmente a imponerse en las pequeñas comunidades locales sin enfrentarse a las potencias dominantes, o a gestionar establecimientos consentidos por dichas potencias, como harían los portugueses en Macao o en Nagasaki.

Los primeros en llegar e instalarse en el Índico fueron los portugueses, que no solo se dedicaban al intercambio de productos entre Oriente y Occidente, sino que participaban en el comercio interior entre los países de aquella zona, pero al carecer a menudo de marinos y de barcos para atender al tráfico, se veían obligados a recurrir a marineros nativos de dichas tierras o a los ingleses, en virtud de la alianza establecida con Inglaterra tras conseguir la independencia en 1640, con el fin de asegurarse una protección contra España.

En el siglo XVII irrumpieron en este escenario asiático otros importantes grupos europeos, entre ellos los holandeses, ingleses y franceses, que actuaban a través de compañías oficiales: la Verenigde Oostindische Compagnie holandesa (VOC), la East India Company británica (EIC) y la Compagnie Française des Indes Orientales, creada por Colbert en 1664, a las que se añadirían, entre otras, las compañías danesas y suecas.

Los holandeses, que a mediados del siglo XVII tenían ya la flota más grande del mundo, fueron los primeros en imponerse. Dado que las rutas tradicionales de su comercio en el Mediterráneo y el Báltico sufrían las consecuencias del enfrentamiento con España, a partir de 1590 se dedicaron al tráfico de productos de lujo procedentes de Oriente. En 1602 fundaron la VOC, a la que se le atribuía la facultad de usar las armas, tal y como hizo al principio para establecerse en las islas de la actual Indonesia, centro del aprovisionamiento de las especias, fijando su capital en Bantam, en la isla de Java, hasta su traslado a Yakarta en 1619. Los holandeses eran partidarios de asegurar la continuidad del comercio mediante el uso de la fuerza: construyeron fortalezas y amurallaron ciudades. Consiguieron así desplazar a los portugueses de muchas de sus bases, como Colombo y Malaka, y dominar el comercio de las especias con Europa en una situación de monopolio que se vio reforzada en 1652 al fundarse la colonia de El Cabo, en el sur del continente africano, enclave que haría las veces de lugar de reposo y de depósito.

Tras los holandeses aparecieron en el Índico los ingleses, con la East India Company. Ambas compañías, que podían colocar sus acciones en los mercados bursátiles de Ámsterdam y Londres, conseguían movilizar grandes capitales y pudieron establecer factorías en las costas de África y Asia, fortificarlas para su defensa y negociar por su cuenta pactos con los poderes locales a fin de mantener activas las relaciones económicas con el interior. Hay que destacar, no obstante, que se trataba de sociedades anónimas que trabajaban en beneficio de sus accionistas, a los que proporcionaban dividendos (los de la VOC oscilaban entre el 12 y el 50 %), y procuraban impedir la participación de comerciantes individuales en el negocio de Oriente.

La compañía inglesa, nacida en 1600 con la idea de limitarse a comerciar, pasó momentos muy difíciles durante los años de la guerra civil en Inglaterra, y tuvo, además, que competir con una nueva Compañía de las Indias creada en 1639 con la idea de comerciar en lugares distintos a los que frecuentaba la primera. En junio de 1698, la Cámara de los Comunes la refundó y generó, con ello, unas expectativas de ganancias que explican la rapidez con la que se cubrieron sus demandas de recursos. La nueva concesión legitimaba su ambición de establecer sitios fortificados en la India, al mismo tiempo que se implicaba en la política interior británica, proporcionando recursos al Estado en forma de aranceles y créditos, mientras este último, por su parte, tenía que encargarse a la larga de proteger la navegación británica contra los holandeses, tal y como se planteaba en las Navigation Acts y en la Cruisers and Convoys Act de 1708, con una marina estatal destinada a la salvaguarda de las naves comerciales para llevar a cabo el ideal propuesto por Bolingbroke en 1738, en The Idea of a Patriot King, de «flotas que cubren los océanos llevando a casa riquezas a cambio de la industria o enviando asistencia o terror al extranjero».

Para evitar los elevados gastos militares que asumían los holandeses en Oriente, los ingleses extendieron sus viajes comerciales a Persia, Siam y China, renunciaron inicialmente a las especias y decidieron asentarse en territorios de la India, pactando con el imperio mogol o enfrentándose a las autoridades locales en un escenario en el que el enemigo a batir eran habitualmente los franceses.

UNA GUERRA PARA REPARTIRSE EL MUNDO

Lo que denominamos Guerra de los Siete Años (1756-1763), que Churchill calificó de primera guerra mundial, y que causó alrededor de un millón de muertos en sus diversos escenarios —lo que la convierte en la guerra más sangrienta conocida hasta entonces en Europa— fue en realidad un conjunto de conflictos que afectaron a la propia Europa, América, África occidental, la India y las islas Filipinas. En el Viejo Continente se enfrentaron dos bandos, uno compuesto por Gran Bretaña, Prusia, Portugal y algunos pequeños estados alemanes contra otro, formado por Francia, Austria, Rusia, España y Suecia. El conflicto, que se había iniciado en América, en una disputa entre colonos franceses y británicos, adquirió una dimensión internacional en Europa con la lucha por la posesión de Silesia entre Prusia y Austria, que comportó un enfrentamiento entre Gran Bretaña, aliada de Prusia, y Francia, aliada de Austria y Rusia, hasta que esta última cambió finalmente de bando. Prusia salió victoriosa y dejó establecida la «pentarquía» de grandes potencias que dominarían la historia de Europa hasta la Guerra Mundial de 1914-1918: Francia, Gran Bretaña, Austria, Prusia y Rusia.

El mayor impacto de la guerra, desde el punto de vista que aquí nos interesa, fue el que se produjo en los escenarios coloniales, donde Gran Bretaña consiguió grandes beneficios sobre Francia y éxitos espectaculares contra España, como la ocupación de La Habana. En Norteamérica el resultado más destacable fue la pérdida, por parte de los franceses, de sus territorios en Canadá. En el África occidental la contienda tuvo como protagonistas a los británicos y a los franceses, en disputa por los dos puertos de Senegal, Saint-Louis y Gorée, que, además de servir de punto de embarque para el tráfico de esclavos, facilitaban el acceso a la goma arábiga producida en el interior, un producto muy buscado por su utilidad en la industria textil.

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