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Josep Fontana - Por el bien del imperio. Una historia del mundo desde 1945

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Josep Fontana Por el bien del imperio. Una historia del mundo desde 1945
  • Libro:
    Por el bien del imperio. Una historia del mundo desde 1945
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    Pasado y presente
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    2011
  • Ciudad:
    Barcelona
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Por el bien del imperio. Una historia del mundo desde 1945: resumen, descripción y anotación

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Obra de referencia para entender todos los acontecimientos históricos posteriores a la segunda guerra mundial. En especial la guerra fría, la caída de la URSS y el intervencionismo americano. Este libro tiene su origen en una preocupación personal. Su autor tenía 14 años cuando terminó la segunda guerra mundial y creció con la esperanza de que se cumplieran las promesas que habían hecho en 1941, en la Carta del Atlántico, los que iban a resultar vencedores en la lucha contra el fascismo, en un programa en que nos garantizaban, entre otras cosas, «el derecho que tienen todos los pueblos a escoger la forma de gobierno bajo la cual quieren vivir» y una paz que había de proporcionar «a todos los hombres de todos los países una existencia libre, sin miedo ni pobreza». Cuando se han cumplido ya setenta años de aquellas promesas la frustración no puede ser mayor. No hay paz —Irak, Afganistán, Libia o Darfur dan testimonio de ello—, la extensión de la democracia es poco más que una apariencia, y en algunos lugares ni siquiera esto, como lo demuestra la frecuencia con que los derechos humanos son vulnerados, en un registro que va desde la existencia de millones de trabajadores forzados hasta extremos como el del canibalismo de que son víctimas los pigmeos bambuti del Congo.[1] Y, lejos de la prosperidad global que se nos anunciaba, vivimos en un mundo más desigual, puesto que la divergencia entre los niveles de vida de los países desarrollados y los de aquellos que se acostumbraba a denominar «en vías de desarrollo», lo cual parece hoy un sarcasmo, no solo es mayor ahora que en 1945 —lo que implica que la globalización ha actuado como un factor de empobrecimiento relativo— sino que sigue aumentando día a día. La pobreza no solo no ha desaparecido en la actualidad, sino que se ve todavía agravada por el encarecimiento de los alimentos, en un mundo que no consigue evitar que centenares de miles de seres humanos, en especial niños, sigan muriendo de hambre cada año.

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ÍNDICE

Porque sabéis tan bien como nosotros que la cuestión de la justicia, tal como van las cosas en este mundo, se plantea entre los que son iguales en poder, mientras que los fuertes hacen lo que pueden y los débiles sufren lo que deben. (...) Estamos aquí por el bien de nuestro imperio y lo que os vamos a decir es para la salvación de vuestro país, porque queremos ejercer nuestro dominio sin causar ningún trastorno y que os salvéis, tanto por vuestro interés como por el nuestro.

T UCÍDIDES ,

Historia de la guerra del Peloponeso , v, 17.

¿A quién le pediremos cuentas, qué tribunal podría purgar la podredumbre de la historia?

J OSÉ M ANUEL C ABALLERO B ONALD ,

«Documental», de Pliegos de cordel , 1963.

INTRODUCCIÓN

Este libro tiene su origen en una preocupación personal. Su autor tenía 14 años cuando terminó la segunda guerra mundial y creció con la esperanza de que se cumplieran las promesas que habían hecho en 1941, en la Carta del Atlántico, los que iban a resultar vencedores en la lucha contra el fascismo, en un programa en que nos garantizaban, entre otras cosas, «el derecho que tienen todos los pueblos a escoger la forma de gobierno bajo la cual quieren vivir» y una paz que había de proporcionar «a todos los hombres de todos los países una existencia libre, sin miedo ni pobreza».

Cuando se han cumplido ya setenta años de aquellas promesas la frustración no puede ser mayor. No hay paz —Irak, Afganistán, Libia o Darfur dan testimonio de ello—, la extensión de la democracia es poco más que una apariencia, y en algunos lugares ni siquiera esto, como lo demuestra la frecuencia con que los derechos humanos son vulnerados, en un registro que va desde la existencia de millones de trabajadores forzados hasta extremos como el del canibalismo de que son víctimas los pigmeos bambuti del Congo. Y, lejos de la prosperidad global que se nos anunciaba, vivimos en un mundo más desigual, puesto que la divergencia entre los niveles de vida de los países desarrollados y los de aquellos que se acostumbraba a denominar «en vías de desarrollo», lo cual parece hoy un sarcasmo, no solo es mayor ahora que en 1945 —lo que implica que la globalización ha actuado como un factor de empobrecimiento relativo— sino que sigue aumentando día a día. La pobreza no solo no ha desaparecido en la actualidad, sino que se ve todavía agravada por el encarecimiento de los alimentos, en un mundo que no consigue evitar que centenares de miles de seres humanos, en especial niños, sigan muriendo de hambre cada año.

Era lógico que me sintiera engañado y con derecho a preguntar por las causas de este fracaso, y mi oficio de historiador me llevó a hacerlo en la forma propia de mi trabajo: el estudio de lo sucedido en estos años, que vienen a coincidir en gran medida con lo que se suele llamar la guerra fría, algo que la Wikipedia, reproduciendo una visión generalmente aceptada, define como el «enfrentamiento político, ideológico, económico, tecnológico y militar entre los bloques occidental-capitalista, liderado por los Estados Unidos, y oriental-comunista, liderado por la Unión Soviética».

Un enfrentamiento que desde el bando dirigido por los Estados Unidos, que fue finalmente el de los vencedores, se definía como un combate por las libertades individuales y el gobierno democrático contra el totalitarismo soviético. Mientras el bando de los perdedores lo presentaba, en contrapartida, como la lucha por un proyecto de sociedad socialista igualitaria contra la opresión del imperialismo capitalista.

Muy pronto me pude dar cuenta de que algunas cosas no encajaban bien en este esquema. Para empezar, de acuerdo con la visión establecida la guerra fría empezó en marzo de 1947, cuando el presidente norteamericano Truman enunció la doctrina que proclamaba la confrontación total contra el comunismo, y concluyó en diciembre de 1991, cuando culminó el proceso de disolución de la URSS. A partir de esta fecha no existía ya el enemigo que justificaba la existencia misma de tal guerra; el nuevo enfrentamiento, definido de manera muy confusa como la «guerra contra el terror», iba a tardar diez años en ofrecer un nuevo pretexto bélico. Pero aunque no hubiese enemigo identificable, tampoco hubo paz en estos años.

«Comenzó entonces a circular por Washington todo tipo de insensata charlatanería acerca de una supremacía global permanente y del propósito de alcanzar la plenitud de la historia en el modo de vida norteamericano.»

Cuando se comienza a ahondar un poco más en el conocimiento de estos años se van encontrando una serie de documentos y testimonios que cuentan otra cosa, y que mueven a pensar que el objetivo fundamental de la guerra fría fue en realidad, por una y otra parte, el de asegurar y extender a escala mundial un determinado orden político, económico y social, disfrazándolo como un combate entre «el mundo libre» y el «socialismo». En el bando encabezado por los Estados Unidos ese orden aparece definido en los primeros planteamientos de Truman como «el modo de vida americano» (lo que tanto en Truman como en su sucesor, Eisenhower, aparece ligado a la religión; el enemigo es «el comunismo ateo»), mientras después, y de manera más consistente, se define como el «sistema de libre empresa». Nunca se ha empleado, en cambio, el término «capitalismo», que era el que usaban para definirlo sus enemigos del llamado bando socialista. Incluso hoy, al cabo de tantos años de acabada la guerra fría, se mantiene el tabú: en marzo de 2010 el Departamento de Educación del Estado de Texas proponía que en los libros de texto se usase la expresión «sistema de libre empresa», porque consideraba que el término «capitalismo» tiene connotaciones negativas.

Desde el primer momento estuvo claro que para asegurar el funcionamiento de este sistema se precisaba mantener un clima de estabilidad política internacional bajo una hegemonía norteamericana. George Kennan, uno de los padres de la guerra fría, expresó uno de los condicionamientos fundamentales de esta necesidad en un documento interno de febrero de 1948: «Tenemos alrededor del 50 por ciento de la riqueza del mundo, pero solo el 6,3 por ciento de su población (...). En esta situación no podemos evitar ser objeto de envidia y resentimiento. Nuestra tarea real en el período que se aproxima es la de diseñar una pauta de relaciones que nos permita mantener esta posición de disparidad sin detrimento de nuestra seguridad nacional».

El problema, está claro, iba más allá de la seguridad, para incluir, como dice Kennan, la conservación de «esta posición de disparidad». Este aspecto condicionaba la pauta de las relaciones que había que establecer con el resto del mundo. Como dijo Eisenhower en su discurso de toma de posesión de la presidencia, el 20 de enero de 1953: «Pese a nuestra fuerza material, incluso nosotros necesitamos mercados en el resto del mundo para los excedentes de nuestras explotaciones agrícolas y de nuestras fábricas. Del mismo modo, necesitamos, para estas mismas explotaciones y fábricas, materias vitales y productos de tierras distantes». Este sistema de intercambios debía basarse en la unidad de «todos los pueblos libres», a lo que se añadía que «para producir esta unidad (...) el destino ha echado sobre nuestro país la responsabilidad del liderazgo del mundo libre».

Esta del liderazgo universal es una idea que ha recorrido la política norteamericana desde 1945 hasta la actualidad. Lo dijo con toda claridad el secretario de Defensa, Robert McNamara, en un memorándum destinado al presidente Johnson, en que afirmaba su convicción de que la función dirigente que los norteamericanos habían asumido «no podía ejercerse si a alguna nación poderosa y virulenta —sea Alemania, Japón, Rusia o China— se le permite que organice su parte del mundo de acuerdo con una filosofía contraria a la nuestra».

Estas ideas se han mantenido vivas incluso después del fin de la guerra fría, como lo muestran los objetivos expresados por la Defense Planning Guidance

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