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José Andrés Cervantes López - El verdadero origen de la iglesia católico romana

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José Andrés Cervantes López El verdadero origen de la iglesia católico romana

El verdadero origen de la iglesia católico romana: resumen, descripción y anotación

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Margarita Yourcenar, la famosa autora de las Memorias de Adriano, se consagra como cuentista con sus Cuentos orientales. En estos hace las delicias, pero también causa la envidia de los teólogos católicos romanos, eternos inventores de fábulas virginales. En «Nuestra Señora de las Golondrinas», la autora relata que María convierte a las ninfas en golondrinas, mostrando su poder y magnificencia (a la manera de los antiguos magos), cambiándolas de forma, pero no de hábitat —pues las ninfas también habitan en cuevas y en cuerpos de agua dulce—. La escritora se aproxima profusamente a develar la verdadera identidad de María, pues las ninfas no son otras que las divinidades menores del séquito de Venus. Sin embargo, yerra al pretender asustarlas con una cruz, ante la cual «retrocedían horrorizadas»; como sabemos, esta es en realidad el mismísimo símbolo de su patrona Venus.

La compenetración en la conciencia colectiva de los conceptos religiosos de la santa cruz, la santidad de María y de la exaltación al Sol han permeado a través de los siglos en la sociedad occidental. Se encuentran presentes en las obras más insospechadas, resurgiendo del subconsciente más recóndito en diversas piezas artísticas y literarias, gracias a la copiosa y deliberada intencionalidad de la profusa compilación hagiográfica.

Pedro Calderón de la Barca, en El divino Orfeo, describe que en su bastón vendrá hecha una cruz. El camino real de la cruz de Benedicto Haenseno (1721) muestra su portada infestada de cruces. Surgió la invención de un santo romano, san Expedito —para las causas urgentes— (1781), un soldado romano que cambió la espada por la cruz. La leyenda de santa Clara de Montefalco relata que esta murió, casualmente, un 15 de agosto y que llevaba la cruz ¡tatuada en el corazón (cardiomorfosis)! El milagroso caso de san Roque cuenta que, en el momento de su muerte (también un quince de agosto), descubrieron que este poseía tatuada en el pecho una cruz. En el Fausto de Goethe (Escena XIV), se hace alusión al crucifijo, con cuya imagen, en la ópera homónima de Gounod, casi fumigan a Mefistófeles. En la ópera Parcifal de Richard Wagner, el protagonista hace la señal de la cruz, sin olvidar Otelo de Giuseppe Verdi, donde Desdémona se desmorona, rezando arrodillada un avemaría en un adagio, en la Escena Segunda del Acto IV. A todos estos se añaden la famosa canción La mamma de Charles Asnovour y la pintura La tentación de san Antonio del famoso pintor surrealista Salvador Dalí (1946), en la cual el no menos famoso santo utiliza una cruz para ahuyentar a los demonios. En la película La monja (2018), con guion de Gary Dauberman y James Wan, de sonado éxito (nada que ver con la religiosa de Diderot —una denuncia de la ominosa vida conventual monjeril del siglo XVIII—), se comenta que la cruz, lejos de repeler el mal, lo atrae. Sin embargo, termina, como siempre, exorcizándose al demonio con una gracias a la ayuda del agua bendita. La lista de prodigios de cruces y milagros se alarga copiosamente; continúa interminable…

Respecto a la obra de Horacio Ferrer y Piazzola, María de Buenos Aires, observe la coincidencia: la obra de marras, estrenada en mayo de 1968, fue protagonizada por María Amelia Baltar (Amelita Baltar); María interpreta a María. Gracias a esta obra y a su subsecuente colaboración con Ferrer y Piazzola, la actriz ganó reconocimiento internacional.

Es más que probable que Horacio Ferrer se haya inspirado en el poemario de Las flores del mal de Boudelaire para hilvanar la historia de la misteriosa María de Buenos Aires. Boudelaire, de modo análogo a nuestra obra, ciento diez años antes que Ferrer, en 1857, empezando por el título mismo de la obra, hilvana a Venus con las rosas, la astrología, la traición de san Pedro, la obra de Esquilo, la muerte de una mártir, la teología, lo místico, el Infierno, el destierro de Ovidio y con Satanás, entre muchos otros conceptos esotéricos. Relaciona todos ellos con María y delimita los elementos constitutivos de la filosofía secreta (de la Iglesia católico romana) en lenguaje cifrado: «La clé du boudoir ouvre bien des secrets» («la llave de la habitación descubre bien los secretos»). Así se intitula una de las ilustraciones de Paul Gavarni (1804-1866), artista citado por Boudelaire en el Poema XIX, «El ideal».

Por su parte, Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy, mejor conocida como Gabriela Mistral, poetisa chilena, fue la primera escritora latinoamericana en ganar el Premio Nobel de Literatura en 1945. Se proyecta como gran continuadora de la exaltación de la luz, emulando a Prudencio, cuando escribe un himno matinal, que dice:

Oh, Creador; bajo tu luz cantamos

porque otra vez nos vuelves la esperanza.

Como los surcos de la tierra alzamos

la exhalación de nuestras alabanzas

gracias a ti por el glorioso día

en el que van a erguirse las acciones;

por la alborada llena de alegría

que baja al valle y a los corazones.

Se alcen las manos, las que tú tejiste,

frescas y vivas sobre las faenas,

se alcen los brazos, que con luz heriste,

en un temblor ardiente de colmenas.

Trescientos años antes, en pleno siglo XVII, Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), gran poeta del Siglo de Oro español, exaltó las bondades de la devoción a la santa cruz en su obra homónima. Su protagonista Eusebio es protegido de las fieras, de ser ahogado, de morir quemado, de un rayo y, en fin, de fallecer, gracias a su devoción a la santa cruz. Relata a Lisandro que, cuando nació, se encontró al pie de una cruz:

Yo no sé quien fue mi padre;

pero sé que la primera

cuna fue el pie de una cruz

y el primer lecho una piedra.

Para después comentarle que, gracias a ella, logró sobrevivir a las fieras:

Tres días dicen que oyeron

mi llanto y que a la aspereza

donde estaban no llegaron

por el temor a las fieras,

mas ninguna me hizo mal;

pero ¿quién duda por

respeto de la cruz?

Y declara así su nombre:

Eusebio soy de la Cruz

por su nombre y por aquella

que fue mi primera guía

y fue mi guarda primera.

Del poeta y dramaturgo ruso Alexey Tolstoi (1817-1875) podemos apreciar una muestra de su devoción mariana:

¡Madre! Tu duelo es fuego que redime.

¡Sea tu amor la puerta reluciente

abierta al que te implora!

Por último, pero contrario sensu, el sorprendente poeta modernista griego Odysseas Elytis, Premio Nobel de Literatura 1979, en un poema intitulado «Axion esti», traducido como «Dignum est» o «Alabada sea», que proviene de una fórmula de alabanza a la Virgen, dice:

¡Ante los ojos un delfín traedme

que sea veloz y griego, y por hora las once!

Que a su paso la tabla del altar borre

y que cambie el sentido del martirio.

¡Que bulla su blanca espuma,

ahogando al buitre y al sacerdote!

Que a su paso la cruz disuelva

y a los árboles devuelva su madera,

¡que el profundo crujido me recuerde otra vez

que el Yo soy existe!

Oda XII, pág. 95, op. cit.

Diosa en el aire derramada,

llama saltando en nuestro Infierno,

¡escucha a un alma fatigada

que te consaga un canto eterno!

«La plegaria de un pagano»,

Las flores del mal de Charles Boudelaire

Agradecimientos

Agradecimientos

A la directora de la Biblioteca Histórica José María Lafragua: Mtra. Mercedes Isabel Salomón Salazar, así como al Lic. Fermín Campos Pérez y Lic. Marcos Erasto Cruz Pérez, por sus finas atenciones.

A los directivos y personal de las bibliotecas: Fondo México, Carlos Monsiváis, José Luis Martínez, Alí Chumacero y Antonio Castro Leal; a los directivos y personal de la biblioteca de la Universidad Nacional Autónoma de México y de la Biblioteca José Vasconcelos. A la Biblioteca Municipal de la ciudad de Puebla Salvador Cruz Montalvo así como al personal y directivos del Archivo Municipal.

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