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John Coates - La biología de la toma de riesgos

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John Coates La biología de la toma de riesgos
  • Libro:
    La biología de la toma de riesgos
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2012
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La biología de la toma de riesgos: resumen, descripción y anotación

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El objetivo principal de este libro es destruir definitivamente sobre la base - photo 1

El objetivo principal de este libro es destruir definitivamente, sobre la base de las neurociencias, la concepción racionalista según la cual el ser humano toma decisiones mediante el uso exclusivo de una razón completamente separada del cuerpo. A través de múltiples experimentos científicos ajenos y propios, así como de ejemplos to­mados de deportistas de élite, el autor expone la intervención de todo el cuerpo en la toma de decisiones en momentos cruciales de riesgo, así como el nivel preconsciente en el que se producen tales procesos. Luego muestra, de modo igualmente convincente, que lo mismo ocurre en la sala de transacciones financieras.

«Coates es a la vez neurocientífico, economista, exoperador de Wall Street y un escritor extraordinario. Un libro magnífico» (Robert Sapolsky).

«¡Fascinante! Un experto agente de Wall Street de pronto abandona y entra subrepticiamente en el mundo de la neurociencia para estudiar a sus colegas Amos del Universo en plena acción» (Tom Wolfe).

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John Coates

La biología de la toma de riesgos

Cómo nuestro cuerpo nos ayuda a afrontar el peligro en el deporte, la guerra y los mercados financieros

ePub r1.0

turolero 24.09.15

Título original: The Hour Berween Dog and Wolf. Risk-Taking, Gut Feelings and the Biology of Boom and Bust

John Coates, 2012

Traducción: Marco Aurelio Galmarini

Editor digital: turolero

Aporte original: Spleen

ePub base r1.2

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A Ian, Eamon, Iris y Sarah

John Coates es investigador en neurociencias y finanzas en la Universidad de - photo 4

John Coates es investigador en neurociencias y finanzas en la Universidad de Cambridge. Previamente trabajó en Wall Street para Goldman Sachs y también para el Deutsche Bank. En 2004 volvió a Cambridge para investigar la fisiología de la toma de riesgos financieros. Sus trabajos han sido publicados en Proceedings of the National Academy of Sciences y en el Financial Times, entre otros.

[La hora] entre el perro y el lobo, es decir, el anochecer, cuando es imposible distinguir uno del otro […] La hora en la que […] todo ser se convierte en su propia sombra y, por tanto, en algo distinto de sí mismo. La hora de las metamorfosis, en las cuales la gente espera y al mismo tiempo teme que un perro se convierta en lobo. La hora que nos llega desde tiempos remotos, al menos desde los comienzos de la Edad Media, cuando los campesinos creían que la transformación podía producirse en cualquier momento.

EAN GENET , Un prisionero del amor

PRIMERA PARTE

Mente y cuerpo en los mercados financieros

INTRODUCCIÓN

La asunción de riesgos es el recordatorio más insistente de que poseemos un cuerpo, pues, por su propia naturaleza, el riesgo amenaza con dañarnos físicamente. Un conductor que conduce a una velocidad excesiva en una carretera sinuosa, un surfista cabalgando sobre una ola monstruosa en el preciso momento en que pasa sobre un arrecife de coral, un alpinista que continúa su ascenso pese a la inminencia de una ventisca, un soldado que atraviesa a toda carrera una tierra de nadie, todos y cada uno de ellos afrontan una elevada probabilidad de resultar heridos, cuando no de morir. Y esa misma posibilidad agudiza la mente y desencadena una abrumadora reacción biológica conocida como respuesta de «lucha o huida». En efecto, tal es la sensibilidad del cuerpo a la toma de riesgos, que podemos vernos inmersos en este torbellino visceral incluso cuando la muerte no constituye una amenaza inmediata. Toda persona que practique un deporte o lo mire desde las gradas sabe que, aun cuando «se trata sólo de un juego», la sensación de riesgo se apodera de todo nuestro ser. Winston Churchill, curtido veterano de las guerras más mortíferas, reconocía esta capacidad del riesgo no mortal para apoderarse de nosotros en cuerpo y alma. Al escribir sobre los primeros años de su vida, habla de un partido de polo que su regimiento disputaba en el sur de India y que llegó al último chukker con el marcador igualado: «Pocas veces he visto rostros tan tensos en ambos equipos», recuerda. «Nadie habría pensado en absoluto que se trataba de un juego, sino de una cuestión de vida o muerte. Situaciones críticas mucho más graves provocan una emoción menos exaltada.»

Emociones y reacciones biológicas de análoga intensidad pueden dispararse a partir de otra forma de riesgo no letal: la toma de riesgos financieros. Con excepción del ocasional suicidio de algún broker (lo que puede tener más de mito que de realidad), raramente los agentes bursátiles profesionales, los gestores de activos y los individuos que invierten desde su casa afrontan la muerte en sus transacciones. Pero las apuestas pueden amenazar su empleo, su casa, su matrimonio, su reputación y su pertenencia a una determinada clase social. El dinero adquiere un significado especial en su vida, y en la nuestra. Actúa como un poderoso símbolo del que emanan muchas de las amenazas y de las oportunidades ante las que nos hemos visto a lo largo de milenios de evolución, razón por la cual ganar y perder dinero puede activar una antigua y poderosa respuesta fisiológica.

En un aspecto importante, el riesgo financiero entraña consecuencias aún más graves que el breve riesgo físico. Un cambio en los ingresos o en la jerarquía social tiende a ocupar un tiempo más o menos prolongado, de modo que cuando asumimos riesgos en los mercados financieros hemos de arrastrar con nosotros una tormenta biológica interna durante meses, o incluso años, una vez realizadas nuestras apuestas. No estamos hechos para manejar una perturbación tan prolongada de nuestro sistema bioquímico. Nuestras reacciones de defensa están destinadas a activarse en una emergencia y luego desactivarse tras unos minutos, unas horas, o a lo sumo unos pocos días. Una ganancia o una pérdida en los mercados por encima de la media, o una serie continuada de ganancias y pérdidas, puede transformarnos más allá de lo reconocible, al estilo del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. En una racha ganadora estamos eufóricos y nuestro apetito de riesgo se expande de tal manera que nos volvemos maníacos, temerarios ególatras. En una racha perdedora luchamos con el miedo, reviviendo una y otra vez los malos momentos, de tal manera que las hormonas del estrés persisten en el cerebro y promueven una aversión patológica al riesgo, incluso la depresión, y circulan por la sangre contribuyendo a producir infecciones virales recurrentes, hipertensión, exceso de grasa abdominal y úlceras gástricas. La asunción de riesgos financieros es una actividad tan biológica y con tantas consecuencias médicas como la de tener que hacer frente a un oso pardo.

Puede que esta exposición sobre biología y mercados financieros parezca extraña a oídos acostumbrados a la manera en que se enseña la economía. En efecto, los economistas tienden a concebir los juicios sobre riesgos financieros como una tarea puramente intelectual —cálculo de beneficios de los activos, probabilidades y colocación óptima del capital— que en su mayor parte se lleva a cabo de modo racional. Pero quisiera agregar cierta visceralidad a esta fría presentación de la toma de decisiones, porque avances recientes en neurociencia y en fisiología han mostrado que cuando asumimos un riesgo, incluso un riesgo financiero, hacemos mucho más que limitarnos a reflexionar a su respecto; en efecto, nos preparamos fisiológicamente para él. Nuestro cuerpo, en espera de acción, pone en marcha una red de emergencia de circuitos fisiológicos, cuyo resultado es la irrupción de una actividad eléctrica y química que retroalimenta el cerebro y afecta a su manera de pensar. De esta manera el cuerpo y el cerebro, unidos ante el peligro, se entrelazan formando una sola entidad. Normalmente, esta aleación de cuerpo y cerebro nos proporciona las reacciones rápidas y la sensibilidad instintivovisceral necesarias para la asunción satisfactoria de riesgos. Pero en determinadas circunstancias, las oleadas químicas pueden imponérsenos, y cuando esto les sucede a los agentes de bolsa o a los inversores, llegan a padecer una euforia o un pesimismo irracionales, capaces de desestabilizar los mercados financieros y sembrar la confusión en la economía general.

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