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John Geiger - El Tercer Hombre

Aquí puedes leer online John Geiger - El Tercer Hombre texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2009, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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John Geiger El Tercer Hombre
  • Libro:
    El Tercer Hombre
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2009
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El Tercer Hombre: resumen, descripción y anotación

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Agradecimientos

Me gustaría dar las gracias a los siguientes exploradores y supervivientes, que compartieron sus extraordinarias historias conmigo y me permitieron introducir citas de sus relatos publicados o no publicados: Ron DiFrancesco, Jerry Linenger, Peter Hillary, Doug Scott, Rob Taylor, Jim Wickwire, el comandante William King, Tony Streather, Reinhold Messner, Jim Sevigny, Ann Bancroft, Stephanie Schwabe, sir Ranulph Fiennes, Robert Swan, Greg Child, Avi Ohry, Douglas Robertson, el doctor Paul G. Firth, el capitán Brian Shoemaker, Andrew Prossin, Steve Swenson, Walter Welsh, Alan Parker, y el ya desaparecido doctor Parash Moni Das. También estoy agradecido al fallecido Nicholas Wollaston, hijo de Sandy, y a Ralph Barker.

Peter Suedfeld es una autoridad destacada en el ámbito de la presencia percibida en situaciones extremas y ha sido de gran ayuda e inspiración. Gracias también a Jane S. P. Mocellin, Peter Brugger, Allan Cheyne, Tore Nielson, Olaf Blanke y Michael Persinger.

Mi reconocimiento va asimismo para Heather Wilson, de la Toronto Reference Library; a la Gerstein Science Library, de la Universidad de Toronto; al Massey College; a la Robarts Humanities Library, de la Universidad de Toronto; a la biblioteca estatal de New South Wales; a la Alexander Turnbull Library, de la biblioteca nacional de Nueva Zelanda; a la British Library; a la Paul D. Fleck Library and Archives, del Banff Centre; a la National Library of Canada; a T. Butcher, de la National Post Library; a la biblioteca del National Hospital, Queen Square, Londres; a Anne Morton, de los Hudson’s Bay Company Archives, en los Provincial Archives of Manitoba.

Este libro no hubiera sido posible sin el aliento y la comprensión de muchas personas, incluidos mi agente Patrick Walsh, de Conville & Walsh, y Andrea Magyar, de Penguin Books Canada. Asimismo, doy las gracias a Dianna Symonds, Karen Cossar, Susan Folkins, Sam Hiyate, Jonathan Webb y Carl Honoré. Jeff Warren leyó el manuscrito y me proporcionó sabios consejos, como lo hicieron también Kate Fillion y Sean Fine. Gerald Owen me dio una lección de angiología. Leila Hadley Luce me enseñó coraje. Me gustaría dar las gracias a esos otros amigos y personas que me han acompañado en este viaje, con su apoyo y sus consejos: John R. Smythies, Vincent Lam, Margaret Atwood, Gavin Fitch, Andrew Duffy, el doctor Rhodri Hayward, el doctor John Fraser del Massey College, Anna Luengo, el profesor Abraham Rotstein, el doctor Denis St-Onge, Veikko Kammonen, Robert Burton, el padre David Harris, Nicolas Jiménez y Tony Hendrie. También a Peregrine Adventures, hoy Quark Expeditions.

Estoy muy agradecido a Edward Greenspon, jefe de redacción de The Globe and Mail, por haber considerado los «estanques idiosincrásicos del conocimiento» como algo bueno.

Finalmente, quiero dar las gracias a Shirley y Eddie Keen, al doctor K. W. y a Jean Geiger, a Becky Geiger y, en especial, a mis hijos, Álvaro y Sebastian, y a Marina Jiménez, que viajó conmigo durante esta larga travesía y permaneció junto a mí compartiendo los milagros, las sorpresas y las pérdidas.

Capítulo 1
El Tercer Hombre

Ron DiFrancesco se encontraba ante su escritorio de Euro Brokers, una compañía de comercio financiero situada en el piso 84 de la torre sur del World Trade Center de Nueva York, cuando el avión se estrelló contra la torre norte, que se hallaba frente a él. Eran las 8.46 del 11 de septiembre de 2001. Se oyó un inmenso estruendo, y las luces de la torre sur parpadearon. La torre norte despidió un espeso humo gris. En el momento del impacto, todas las escaleras a partir del piso 92 se hicieron intransitables, y 1356 personas quedaron atrapadas. Algunas agitaron las manos pidiendo ayuda desesperadamente. La mayoría de los que trabajaban en Euro Brokers empezaron a evacuar el edificio, pero DiFrancesco no lo abandonó. Minutos después, a través del sistema de megafonía, un lacónico aviso se difundió por todo el bloque de oficinas. Se había producido un incidente en el otro edificio: «La Torre 2 está a salvo. No hay necesidad de evacuar la Torre 2. Si están ustedes evacuando el inmueble, pueden volver a sus oficinas por las puertas de entrada alternativas de cada piso y después tomar los ascensores. Repetimos, la Torre 2 está a salvo…». exclamó. Después hablaron brevemente, y DiFrancesco accedió a salir. Llamó a algunos de sus clientes más importantes y de nuevo a su mujer Mary para informarles de su cambio de planes. Acto seguido se encaminó hacia los ascensores.

A las 9.03, 17 minutos después del primer impacto, se produjo el choque del segundo avión. La aeronave 175 de United Airlines, que volaba a 950 kilómetros por hora, se estrelló contra la segunda torre, provocando un intenso fuego alimentado por 90 000 litros de combustible. El Boeing 767, en el que viajaban 56 pasajeros, dos pilotos y siete auxiliares de vuelo, había sido secuestrado por terroristas de Al Qaeda tras despegar del aeropuerto Internacional Logan de Boston con destino a Los Angeles, y chocó contra la cara sur del edificio entre los pisos 77 y 85. El aparato se ladeó justo antes del violento impacto. El ala más elevada atravesó las oficinas de Euro Brokers, y el fuselaje golpeó las de Fuji Bank, entre los pisos 79 y 82.

DiFrancesco salió despedido contra la pared. Le cayeron encima paneles del techo y otros escombros. Repisas, tubos de ventilación y cables se desprendieron del techo. El edificio se balanceó. La sala de operaciones comerciales por la que acababa de pasar ya no existía. DiFrancesco entró en la escalera A. La torre sur tenía tres escaleras de emergencia. Por fortuna, se había topado con la única que podía permitir escapar a la gente que se encontraba por encima de la zona del impacto. La escalera estaba protegida por la enorme sala de máquinas del ascensor, situada en el piso 81, donde chocó la parte delantera del 767. La maquinaria del ascensor ocupaba más de la mitad de la planta, lo que había obligado a los arquitectos de la torre a situar el arranque de las escaleras A en el centro del edificio y terminarlas en la esquina noroeste, el punto más alejado del núcleo de la colisión..

Discutieron sobre la posibilidad de subir —y esperar a que llegaran los bomberos o a ser rescatados por helicóptero en la azotea— o seguir bajando, enfrentándose al humo y a las llamas. Clark iluminó cada una de las caras de sus compañeros con la linterna, y preguntó: «¿Arriba o abajo?». Oyeron a alguien que pedía auxilio. Brian Clark agarró a DiFrancesco por la manga. «Vamos, Ron. ¡Ayudémosle!» DiFrancesco decidió dar la vuelta y volver a bajar. Pero la situación era ya mucho peor. Un humo denso subía por la estrecha escalera.

Empezó a bajar a tientas, incapaz de ver más allá de un paso. Se detuvo en un rellano que se hallaba en medio de la zona del impacto, el piso 79 o el 80. Invadido por la humareda, se unió a un grupo de unas doce personas. Unos se tumbaban boca abajo contra el suelo de hormigón, otros se agazapaban en las esquinas, todos respirando con dificultad. Una pared desmoronada les impidió seguir descendiendo. DiFrancesco leyó el pánico en sus ojos, y el miedo. Algunos lloraban. Otros comenzaban a desfallecer. Y, en ese momento, ocurrió algo extraordinario: «Alguien me ha dicho que me levante». Pero era más que una simple voz; era también la percepción vivida de una presencia física.

Ese día muchas personas tomaron decisiones en fracciones de segundo que determinaron si habían de vivir o morir. Lo extraordinario del caso de Ron DiFrancesco es que, en un momento crítico, recibió ayuda de una aparente fuerza externa. Tuvo la sensación de que «alguien lo levantaba». Se cubrió la cabeza con los antebrazos y continuó bajando, ahora ya corriendo. El fuego lo alcanzó varias veces. Creyó que había descendido por lo menos tres pisos en llamas. Finalmente alcanzó un tramo de escaleras despejado e iluminado bajo el fuego, en la planta 76. Sólo entonces esa alma benevolente, que había permanecido junto a él durante cinco minutos, desapareció. DiFrancesco dijo: «Creo que me dejó ir en ese momento».

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