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Jack London - El crucero del Snark

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Jack London El crucero del Snark
  • Libro:
    El crucero del Snark
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1911
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El crucero del Snark: resumen, descripción y anotación

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Jack London un maestro de las novelas de aventuras nos relata aquí una - photo 1

Jack London, un maestro de las novelas de aventuras, nos relata aquí una aventura real: su propio viaje a través del océano Pacífico. La permanente búsqueda de nuevas vivencias lo llevó a encargar la construcción de un velero de quince metros aparejado en queche, en el que empleó una verdadera fortuna y no menos paciencia.

Sin saber mucho de navegación, zarpó de San Francisco a bordo del Snark cuyos defectos incluían la falta de estanqueidad y la incapacidad de orzar y ponerse proa al viento. Le acompañaron su mujer y unos amigos. La determinación y el espíritu aventurero que los guiaba los llevó hasta Hawai, de allí a las islas Marquesas y más tarde hasta las islas Salomón; en todos estos lugares se vieron desbordados por la hospitalidad de la gente de los Mares del Sur.

Jack London nos narra la vida de las islas y la dureza y los peligros de una singladura oceánica de dos años de duración, en este apasionante relato donde se combinan la aventura y la navegación con el interés científico de un verdadero antropólogo.

Jack London El crucero del Snark Hacia la aventura en el Pacífico Sur ePub r11 - photo 2

Jack London

El crucero del Snark

Hacia la aventura en el Pacífico Sur

ePub r1.1

Titivillus 16.11.15

Título original: The cruise of the Snark

Jack London, 1911

Traducción: Enrique Dauner

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

Para Charmian patrón del Snark que lo gobernó de día y de noche entrando o - photo 3

Para Charmian

patrón del Snark, que lo gobernó

de día y de noche, entrando o saliendo de los puertos,

sorteando escollos y en cualquier emergencia,

y que tanto lamentó que interrumpiésemos el viaje

tras dos años de navegación.

CAPÍTULO PRIMERO

PRELIMINARES

Todo empezó en la piscina de Glen Ellen. Entre nuestros chapuzones nos gustaba tumbarnos en la arena y dejar que nuestra piel respirase el aire cálido y se tostase al sol. Roscoe era un navegante. Yo no sabía demasiado acerca del mar pero era inevitable que hablásemos de barcos. Hablábamos de barcos pequeños y de la gran navegabilidad de estas embarcaciones. Solíamos comentar el viaje de tres años alrededor del mundo realizado por Joshua Slocum a bordo del Spray.

Estábamos seguros de que nos atreveríamos a efectuar la vuelta al mundo en una embarcación pequeña, digamos de unos trece metros de eslora. También estábamos seguros de que disfrutaríamos mucho haciéndolo. Finalmente llegamos a la conclusión de que nada en este mundo nos haría más ilusión que intentar llevarlo a cabo.

Bromeábamos diciendo: «Hagámoslo».

Un día le pregunté discretamente a Charmian si ella estaría realmente dispuesta a hacerlo, y me contestó que le parecía demasiado maravilloso para ser cierto.

En la siguiente ocasión en que coincidí con Roscoe junto a la piscina le dije: «Vamos a hacerlo».

Notó que yo hablaba en serio, por lo que se limitó a contestarme: «¿Cuándo partimos?».

El caso es que en mi rancho quería construir una casa, plantar un huerto y una viña, colocar setos, y tenía también muchísimas otras cosas que hacer. Calculábamos que podríamos zarpar en cuestión de cuatro o cinco años. Pero la fiebre de la aventura empezó a afectarnos. ¿Por qué no irnos ya? Ninguno de nosotros sería nunca más joven que ahora. El huerto, los viñedos y los setos podrían crecer solos mientras nosotros estuviésemos fuera. A nuestro regreso ya disfrutaríamos de ellos, y podríamos vivir en el granero mientras construyésemos la casa.

Por lo tanto, decidimos llevar a cabo el viaje y se inició la construcción del Snark. Le pusimos el nombre de Snark porque no se nos ocurrió ningún otro, lo digo en beneficio de todos aquellos que de otra manera podrían creer que hay algo oculto en este nombre.

Nuestras amistades no podían comprender qué nos impulsaba a este viaje. No hacían más que proferir quejas y lamentos. Nada podía hacerles entender que lo que hacíamos era dejarnos llevar por la inercia; que para nosotros era más fácil sucumbir a la atracción del mar y surcarlo en una pequeña embarcación que quedarnos en tierra firme, de la misma forma que para ellos era más sencillo quedarse en tierra que lanzarse a la mar. Es un estado mental provocado por un excesivo egocentrismo. No pueden salir de sí mismos. No pueden alejarse lo suficientemente de sí mismos como para darse cuenta de que su fluir quizá sea diferente al de los demás. Creen que sus deseos y preferencias forman un conjunto con el que han de medirse los deseos y preferencias del resto de los seres. Esto es injusto. Y yo así se lo digo. Pero no pueden apartarse lo suficiente de sus propios miserables egos como para llegar a oírme. Creen que estoy loco. Por lo tanto, les soy simpático. Es una situación que ya me es familiar. Todos tendemos a creer que algo debe fallar en la mente de aquellos que no están de acuerdo con nosotros.

La expresión definitiva es «ME GUSTA». Es la base de la filosofía y está íntimamente relacionada con el núcleo de la vida. Cuando la filosofía ha ido madurando durante un mes para indicarle al individuo cuál es el camino a seguir, de repente el individuo dice «ME GUSTA» y la filosofía se va a paseo. Es este ME GUSTA lo que hace que el borracho beba y que el aspirante a mártir lleve un cilicio; lo que convierte a un hombre en juerguista y a otro en anacoreta; lo que hace que unos busquen la fama, otros oro, otros amor y otros a Dios. Muchas veces la filosofía no es más que la forma en que el hombre expresa su propio ME GUSTA.

Pero volvamos al Snark y a por qué quería dar la vuelta al mundo con él. Para mí mis deseos e ilusiones son lo más importante. Y lo que más me gusta es sentirme personalmente realizado —alcanzar, no los logros que provocan el aplauso general, sino los que me satisfacen íntimamente—. Es la sensación de «¡Lo he hecho! ¡Lo he hecho! ¡Lo he hecho con mis propias manos!». Mas, para mí, los logros personales han de ser algo concreto. Prefiero ganar una carrera en la piscina, o permanecer montado en un caballo empeñado en lanzarme por los aires, antes que escribir la gran novela americana. Cada uno tiene sus prioridades. Otros muchos preferirían escribir una gran novela antes que ganar una carrera en la piscina o conseguir domar un caballo.

Probablemente el logro del que me siento más orgulloso, mi vivencia más intensa, ocurrió cuando tenía diecisiete años. Estaba a bordo de una goleta de tres palos frente a las costas de Japón. Y en medio de un tifón. Toda la tripulación había estado en cubierta durante la mayor parte de la noche. A las siete de la mañana me hicieron salir de la litera para que me hiciera cargo del timón. No llevábamos izado ni un palmo de trapo. Navegábamos a palo seco, pero seguíamos avanzando a buena velocidad. La distancia entre olas debía de ser de aproximadamente un octavo de milla, pero el viento batía con fuerza sus crestas llenando el aire con tales rociones que era imposible poder ver más de dos olas a la vez. La goleta era prácticamente ingobernable, escoraba constantemente a estribor y a babor, viraba y cabeceaba hacia cualquier rumbo entre el sudeste y el sudoeste, y crujía cuando las olas la levantaban bruscamente amenazando con volcarla. Si hubiese llegado a volcar se habría perdido irremediablemente junto con las vidas de todos los que íbamos a bordo.

Me puse a la caña. El contramaestre me observó durante un rato. Dudaba de mí por mi juventud: creía que quizá no tuviese la fuerza ni los nervios necesarios; pero cuando me vio gobernar la goleta entre unas cuantas olas se dio por satisfecho y bajó a desayunar. De repente, todos estaban abajo desayunando. Si hubiésemos volcado, ninguno de ellos habría podido llegar jamás a cubierta. Durante cuarenta minutos estuve a solas con la rueda del timón, dominando la salvaje navegación de la goleta y con las vidas de veintidós hombres en mis manos. En una ocasión me entró una gran ola por popa. La vi venir a tiempo y, medio ahogado por las toneladas de agua que me caían encima, logré mantener el rumbo y enfilar correctamente la proa. Al cabo de una hora, empapado y extenuado, me relevaron. Pero ¡lo había conseguido! Con mis propias manos había conseguido dominar el timón y conducir cien toneladas de madera y acero a través del viento y de millones de toneladas de agua.

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