Miguel del Rey - Sahara. La provincia olvidada

SAHARA

CLÍO

CRÓNICAS DE LA HISTORIA

SAHARA

La provincia olvidada

www.edaf.net

MADRID - MÉXICO - BUENOS AIRES - SAN JUAN - SANTIAGO

2018

ISBN de su edición en papel: 978-84-414-3851-4

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© 2018. Miguel del Rey Vicente y Carlos Canales Torres

Diseño de cubierta: Ricardo Sánchez

© 2018. Editorial EDAF, S.L.U., Jorge Juan 68. 28009 Madrid (España) www.edaf.net

Primera edición en libro electrónico (epub): abril 2018

ISBN: 978-84-414-3862-0 (epub)

Conversión a libro electrónico: Ulzama Digital

I N T E R M E D I O

En algún lugar del Sahara.

23 de mayo de 1930.

H abían recorrido decenas de kilómetros sin apartarse de su rumbo en dirección oeste hasta que, alzándose ya el sol en todo su esplendor escarlata, se desviaron hacia el sur. El vuelo que debía llevarlos a los cuatro en dos aparatos de Villa Cisneros a Cabo Juby para recibir al general Balmes, el inspector de aviación que realizaba por primera una vez una visita a los aeródromos del Sahara, había empezado hacía unas horas y, hasta ese momento, todo había trascurrido con absoluta normalidad.

La verdad era que los Breguet XIX daban buenos resultados, pero esta vez, al menos el suyo había fallado. Hacía un buen rato que el motor Hispano-Suiza renqueaba, y su experiencia le decía que no tardaría en verse obligado a tomar tierra.

El cauce de un río seco excavado con profundidad en una planicie le ofreció una buena pista de aterrizaje. Alargó el brazo para llamar la atención del capitán Núñez de Maza, que viajaba junto al sargento mecánico Ferrer, y avisó también de que descendía a su pasajero, el cheij Tale Buya.

Empujó la palanca a la vez que accionaba el timón y el avión respondió de forma instantánea. Era buena señal, pero sabía que sin la ayuda del motor no podía aspirar a otra cosa que a un difícil aterrizaje. La suerte volvió a ponerse en su contra a pocos metros del suelo; el cauce estaba sembrado de cantos rodados de mayor y menor tamaño, y muchos de ellos chocaron ruidosamente contra las láminas de duraluminio del frontal y la protección del tren de aterrizaje trasero. Tras un momento de angustia, el avión se detuvo con un ronroneo inconfundible.

Pasados pocos minutos se posó Núñez Maza, que con similar fortuna enredó su tren de aterrizaje en un enorme matojo. Intentaron reparar un aeroplano y liberar el otro, pero no tuvieron tiempo, a su alrededor apareció un mar de rostros que los estudió con ojos ceñudos. Tenían la traza típica de los beduinos del desierto, armados con mosquetes anticuados, y no tardaron en sumirse en un batiburrillo de voces guturales que no auguraban nada bueno. Por el modo en que algunos señalaban los cuchillos de aspecto espeluznante que llevaban, se podía sospechar que estaban a favor de acabar con ellos sin más preámbulos.

Por suerte, varios de los que formaban una hilera cerca de uno de los aviones, dirigidos por un individuo que se tocaba con un mantel de cuadros en el que se distinguía el escudo de la aviación española, intervinieron para señalar hacia el este. Sus argumentos parecieron resultar convincentes solo hasta que unos y otros se enzarzaron en una violenta lluvia de puñetazos y golpes de gumía. Para su sorpresa, Tale Buya susurró que peleaban para ver quién se quedaba con cada uno de ellos, pues, si los utilizaban bien como objeto de comercio, no era difícil obtener por un cristiano varios fusiles y cinco o seis mil duros.

Al final, les repartieron entre cada grupo, sin hacer caso alguno a Tale Buya, al que nadie pensaba tener en cuenta por vivir con gente ajena a la religión islámica. La peor suerte le correspondió a Núñez Maza que, con las manos firmemente atadas a la espalda, quedó en poder de los más rápidos en el manejo de las gumías, los arosien. Por lo poco que pudo entender de su dialecto hassania supo que eran los asesinos de otros aviadores y de unos pescadores canarios. Le subieron a un camello y huyeron tras amenazar de muerte a todos los demás.

El domingo 25 de mayo el diario ABC daba la noticia de la desaparición del grupo: «Se sigue sin noticias de los aviadores comandante Burguete y capitán Núñez» —decía en titulares—. Más adelante, junto a una semblanza en la que se reconocían los méritos de guerra de ambos pilotos, comentaba que el Ministerio de Marina había dado orden a un cañonero que se encontraba en la costa occidental africana para realizar un recorrido de exploración, a fin de descubrir el paradero de los dos aviones desaparecidos.

La aventura no terminó hasta el 3 de junio, cuando los prisioneros fueron entregados a una dotación del cañonero Canalejas , que, apoyada por el guardacostas Wad Ras , desembarcó dispuesta a pagar una compensación económica de 5000 pesetas por persona.

No era la primera vez, ni sería la última. Había años terriblemente secos en los que encontrar comida en el desierto resultaba casi imposible. La penuria de las tribus del interior era tan grande, que alimentar y, aparentemente salvar la vida a cualquier europeo, podía suponer unos miles de pesetas. Esa era para todos la diferencia entre la vida y la muerte.

I N T R O D U C C I Ó N

D a igual la fuente que ustedes consulten , de la guerra breve pero sangrienta que España libró a mediados del siglo xx en sus territorios y luego provincias de África Occidental, Ifni y Sahara, apenas hay rastro en la memoria popular. Y eso, a pesar de que en los últimos años, especialmente a partir de 2007, cuando la última guerra librada por España hizo su quincuagésimo aniversario, aparecieron muchos y notables libros sobre el conflicto, —incluido el nuestro— que en gran medida recogían las experiencias y vivencias de los jóvenes que, la mayor parte de las veces sin ni siquiera poder imaginarlo, fueron llamados a filas por su quinta y se encontraron en medio de un conflicto armado, de corte antiguo y colonial, en el que muchos de ellos perdieron la vida o la salud. Como siempre, solo llegaron, por desgracia, a una minoría de lectores aficionados a la historia y especialistas, pero no al gran público.

Hagan ustedes la prueba y pregunten sobre la presencia española en Ifni y Sahara o sobre la guerra que allí tuvo lugar. Es posible que, a pesar del tradicional desconocimiento de los españoles de su propia historia, cualquier persona de formación media, no sepa absolutamente nada sobre el conflicto con el Ejército de Liberación Nacional —el Yeicht Taharir —, palabra está última, que a los oídos de los españoles actuales suena más a una película de Ciencia Ficción que al nombre del último ejército enemigo de España.

El casi suicida desconocimiento de nuestro pasado por parte de la juventud actual, es tan absoluto, que parece España con nuestro vecino africano es la única complicada que tenemos, pues el contencioso de Gibraltar podrá no resolverse, pero no es en absoluto una amenaza para la seguridad de nuestra nación.

En 1957 España acababa de salir de una década de aislamiento que había impedido la recuperación de los terribles daños ocasionados por la Guerra Civil y que había prolongado la pobreza de los años de la posguerra mucho más allá de lo que hubiese sido razonable. Convertido en Europa en un régimen apestado y despreciado, el franquismo comenzó a vislumbrar un lugar bajo el sol, cuando su feroz anticomunismo fue aprovechado por los Estados Unidos, que desde 1953, y en medio de la Guerra Fría, dieron a Franco el apoyo que necesitaba para sobrevivir.