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Javier Rodrigo - Hasta la raíz

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Javier Rodrigo Hasta la raíz
  • Libro:
    Hasta la raíz
  • Autor:
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    ePubLibre
  • Genre:
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    2008
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Paredones de fusilamiento fosas comunes cárceles clandestinas o campos de - photo 1

Paredones de fusilamiento, fosas comunes, cárceles clandestinas o campos de concentración forman parte del paisaje que observamos cada vez que nos asomamos a la ventana de nuestro pasado reciente. Un pasado de violencia, de trauma y de terror que invade de polémicas el presente y que nutre las memorias colectivas de la Guerra Civil española. Pero precisamente por polémico y complejo, el análisis de esas violencias debe alejarse de simplificaciones y maniqueísmos, de martirologios alimentados por la mitificación y la propaganda. Debe apartarse de confusas cosmovisiones de la guerra en clave de equiparadora, determinista y cómoda «locura trágica», y de las violencias desplegadas durante la misma en términos de correlación, simetría y responsabilidades colectivas. Frente a esa visión desdibujada que habla de violencias coyunturales, espontáneas o irracionales, este libro plantea las asimetrías, las lógicas, los fines y los límites de unas políticas de terror y exterminio supraindividual que marcaron a fuego el siglo XX español.

Javier Rodrigo Hasta la raíz Violencia durante la Guerra Civil y la dictadura - photo 2

Javier Rodrigo

Hasta la raíz

Violencia durante la Guerra Civil y la dictadura franquista

ePub r1.1

Titivillus 08.09.17

Título original: Hasta la raíz

Javier Rodrigo, 2008

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

Per Ale e per Río Prólogo PRÓLOGO UN LIBRO RADICAL Isaac Rosa No es habitual - photo 3

Per Ale,

e per Río.

Prólogo

PRÓLOGO

UN LIBRO RADICAL

Isaac Rosa

No es habitual que un historiador joven, que con sólo treinta años se encuentra al comienzo de su carrera, decida hacer un alto en el camino, aparcar sus investigaciones y dedicar un tiempo y unas páginas a la síntesis y a la reflexión. Parece este ejercicio algo más propio de historiadores veteranos que, al cabo de años e investigaciones, utilizan el saber acumulado para una reflexión más interpretativa. Claro que, puestos a señalar rarezas, tampoco es habitual que un novelista prologue a un historiador, pues suele ser más bien al contrario —somos los creadores de ficción quienes buscamos la legitimación científica de los historiadores—, pero esta anomalía en todo caso es responsabilidad de quien solicita el prólogo, no de quien acepta el encargo.

Es inusual, en efecto, que un historiador joven decida empeñar sus fuerzas en una reflexión teórica de fondo, y que además lo haga con el propósito, nada menos, de enfrentarse a un asunto tan controvertido como el de la violencia política, y no desde un enfoque descriptivo como es habitual: se trataría, nos dice, de abordar la «ecuación» cuya resolución debería explicar «la aberración moral» que supuso la violencia en la guerra y la posguerra. Pero nos engañaríamos si valorásemos las posibilidades de éxito o fracaso del empeño en función de la edad del autor. Antes bien, pese a su juventud, Javier Rodrigo no es un recién llegado, y para desafiar esa lógica académica que pone a investigar a los jóvenes y deja la síntesis y la especulación para los veteranos, se presenta con la garantía de sus investigaciones previas, reconocido como autor del primer gran estudio sobre los campos de concentración franquistas, que vino a llenar un hueco tan importante como escandaloso de la historiografía española.

Pero más que debatir sobre la capacidad de Rodrigo para hacer ese ejercicio de reflexión, deberíamos preguntarnos por la pertinencia del propio ejercicio, por su necesidad. Y convendremos en que había que hacerlo: resultaba necesario detenerse a pensar, hacer recuento de las investigaciones precedentes, y mirar de frente al complejo fenómeno de la violencia en guerra y dictadura. Es cierto que sabemos cada vez más y mejor sobre esa violencia. Las publicaciones de los últimos años, que completan, amplían o corrigen las ya existentes, nos permiten conocer con mayor certeza cuánto se mató, cómo se mató, dónde, cuándo, a quién y por quién. Pero sigue sin ser respondida, o al menos no de forma rotunda, la pregunta básica de toda investigación: por qué. Tan importante como conocer la magnitud de la violencia es comprender su carácter, su origen, sus fines. Es decir, la labor descriptiva debe completarse con la labor reflexiva. De lo contrario, seguiremos conformándonos con explicaciones tranquilizadoras que apelan a la locura colectiva, al cainismo hispano, a la venganza o incluso a la perversa naturaleza humana, o remitiendo lo sucedido en exclusiva a dinámicas históricas, sociales o políticas, de enfrentamiento. Explicaciones que no resuelven esa «ecuación», pero que nos ofrecen un sucedáneo de interpretación que consuela y nos convence de que aquello es lejano y ajeno, además de irrepetible; caso cerrado.

Para hacer ese trabajo de reflexión, Rodrigo comienza por recapitular lo que ya conocemos. Para preguntar por el terror, primero lo caracteriza, mediante una completa síntesis que repasa todas las formas que adoptó la violencia política en cada fase: los iniciales asesinatos en caliente, la posterior represión judicializada, la redención mediante campos de concentración, prisiones y trabajos forzados, el control de la disidencia mediante su persecución, exclusión, expolio y tortura, y la creación de una cultura del miedo que incluía una memoria oficial con aspecto de memoricidio total. Una síntesis de gran utilidad y que tiene valor educativo, civil y político, pues en tiempos de revisionismo, cuando algunos intentan negar, minimizar o justificar la violencia, este ensayo permite, en pocas páginas, adentrarse sin amortiguación en el terror de la guerra y la posguerra, desmintiendo la propaganda que aún considera aquella violencia proporcionada y correlativa a la ejercida desde el otro lado. Frente a esa falsificación de origen franquista, el historiador rechaza las equiparaciones y simetrías. No ahorra datos para mostrar la magnitud del terror en la retaguardia republicana, pero afirma la asimetría desde la muy diferente aplicación y alcance de ambas violencias. Paso previo para comprender el sentido y la extensión de la «pedagogía de la sangre» puesta en marcha por los militares sublevados.

Ahí tenemos la violencia como herramienta pedagógica, el terror ejemplarizante, cuyo mejor ejemplo tal vez sea esa inscripción de «garrote y prensa» añadido de propia mano del caudillo cuando firmaba una pena de muerte, y que vinculaba el terror (el garrote) a su función instructiva (la prensa, su publicidad que extendía y amplificaba ese terror en la población). Podemos hablar en términos de pedagogía o mejor aún, siguiendo el símil financiero que utiliza Rodrigo, en términos de inversión y rentabilidad: la violencia como una «inmensa inversión» que el franquismo hizo inicialmente, en la guerra y la posguerra, para luego vivir durante décadas con las rentas de esa inversión, que ya sólo requeriría periódicas inversiones de menor cuantía para mantener e incrementar la rentabilidad asegurada.

Ahí, en ese cálculo económico, estaría la explicación de la larga duración de la dictadura, pero también de su carácter. Una rentabilidad que duró cuarenta años a niveles gananciales altos, aunque podríamos añadir que ni siquiera con el cierre del negocio dejó de rentar: durante la transición, la violencia de la guerra y la posguerra, su memoria, tuvo un efecto coactivo sobre las pretensiones rupturistas. Es ya un lugar común el del «pacto de silencio», la «amnesia», que habrían operado durante la transición, pero basta acudir a una hemeroteca para comprobar cómo durante los años de la transición se habló, y mucho, sobre el pasado violento, de manera que el recuerdo de la Guerra Civil, evocado como error colectivo del que había que aprender lecciones para evitar su repetición, fue un factor determinante en las elecciones de muchos de los actores del proceso político. Incluso podríamos considerar si aquella inversión no seguiría todavía hoy rindiendo pequeñas cuantías, nada despreciables, que condicionan el debate público sobre la memoria colectiva (esos llamamientos a no reabrir heridas y no repetir «errores del pasado»), aparte de por supuesto pervivir en forma de miedo real, nada figurado, para miles de españoles que tienen memoria personal de aquel terror, y que todavía actúan marcados por su recuerdo. Lo saben bien los voluntarios que buscan fosas comunes en pequeños pueblos donde aún se encuentran con confidencias en voz baja, o incluso el silencio.

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