Capítulo 1
¿Cómo guardamos los recuerdos?
En la terraza de un edificio abandonado, bajo la torrencial lluvia de una posmoderna Los Ángeles, termina la persecución. Rick Deckard (Harrison Ford), el cazador de androides, apenas puede arrastrarse en el piso tratando de escapar de su inexorable destino a manos de Roy Batty (Rutger Hauer), un androide Nexus 6, líder de los “replicantes”. El replicante observa cómo, ya vencido, Deckard aún pelea por su vida y, a punto él mismo de morir, toma una paloma entre sus manos, se sienta a su lado y le dice:
He visto cosas que ustedes, humanos, no creerían. Naves de ataque en llamas en la constelación de Orión. Vi rayos-C brillar en la oscuridad en la Puerta de Tannhäuser. Todos estos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Tiempo de morir.
Los recuerdos de Roy Batty son lo que lo diferencia de otros replicantes, lo que lo lleva a ser distinto. Estos recuerdos son, de hecho, lo que lo hacen sentirse persona a pesar de no ser humano y que justifican su afán de aferrarse a una corta vida (predeterminada por quien lo fabricó) y finalmente tratar de prolongarla. Quiero así comenzar este libro, con la escena final de Blade Runner , un clásico de ciencia ficción, basado en otro clásico de la literatura del género ( ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? ), escrito por Philip Dick. Pero el título de este libro – Qué es la memoria – impone una pregunta y de alguna manera apremia al menos una breve respuesta.
La Enciclopedia británica define a la memoria como “la codificación, el almacenamiento y la evocación en la mente humana de experiencias pasadas”. Este tipo de definiciones enciclopédicas, sin embargo, dista mucho de dar siquiera una mínima idea de la magnitud del problema y el interés que despierta. Y, dentro de este grupo de definiciones, la provista por la Enciclopedia británica es algo restrictiva pero, por otro lado, más que interesante porque da lugar a una serie de preguntas. Por ejemplo, la definición refiere a la mente humana. Pero ¿qué decir de los animales, de un androide Nexus 6 o, sin ir más lejos, de una computadora? ¿Tienen memorias como los humanos? ¿Son, a partir de sus memorias, conscientes de su propia existencia? ¿Y cómo podríamos saber si lo son? Hurgando aún más en la definición, podríamos también preguntarnos qué es la mente. ¿Es simplemente la actividad del cerebro en funcionamiento? ¿Es el resultado de la actividad de billones de neuronas, o algo más? Y si fuese la actividad de neuronas, ¿cómo hacen estas para guardar y evocar tanta información? Más aún, en el momento de la muerte, de la extinción de nuestro cerebro, ¿se perderán nuestras memorias como lágrimas en la lluvia?
La memoria ocupa un rol protagónico al plantearse este tipo de inquietudes, porque de alguna manera define quiénes somos. Si perdiera la capacidad de escuchar y comenzara a usar un implante de cóclea, no hay duda de que seguiría siendo la misma persona. Si debido a una grave deficiencia cardíaca se me implantara un corazón artificial, también seguiría siendo el mismo. Si a partir de un accidente perdiera un brazo y lo reemplazara con un miembro biónico, aún sería yo. Llevando el argumento al extremo, mientras mi cerebro y mis recuerdos queden intactos, aun cambiando cada parte de mi cuerpo seguiré siendo la misma persona. Pensemos ahora en el argumento opuesto. Si un conocido sufre Alzheimer y sus memorias comienzan a distorsionarse, decimos que “ya no es el mismo”, a pesar de que su cuerpo sea idéntico al que tenía antes de la enfermedad. He aquí, entonces, la importancia de la memoria para definir quiénes somos, para entender cómo está constituida y plantearnos si hay algo que nos diferencia de los animales, de procesos que puede realizar un robot, una computadora o sistemas complejos como Internet.
La ciencia se dispara a través de preguntas y las preguntas son justamente el alimento del científico, lo que nos atrapa casi obsesivamente hasta quitarnos el sueño. Si pudiera elegir un mensaje de este libro, uno solo, sería intentar transmitir la magnitud del problema, la fascinación de tratar de entender cómo nuestro cerebro logra cosas tan increíbles como recordar detalles de la escena de Blade Runner , los compases de una partitura de Beethoven o distintos momentos de nuestra infancia.
Podemos, en principio, considerar el cerebro como una caja negra, un órgano extremadamente complejo que genera la mente y los pensamientos, y que es capaz de atesorar recuerdos y traerlos al nivel consciente. Quizás sea para muchos suficiente, pero la postura del científico va más allá; es la del chico que ve una radio y saca cuatro tornillos para comprobar qué hay dentro y que, con la radio ya desguazada, mueve el dial y los distintos botones para tratar de entender sus funciones. La pregunta inicial generará más preguntas y siempre, inevitablemente, la impresión de qué poco entendemos. Pero lo importante es generar esa cascada de preguntas y la fascinación por tratar de entender. Digo esto porque probablemente varios interrogantes quedarán sin contestar del todo. Es que simplemente no sabemos. En las últimas décadas la neurociencia ha avanzado más que en toda la historia de la humanidad, pero muchas de las dudas más profundas, quizás aquellas que más nos fascinan, aún siguen en pie. Lo interesante es que estos cuestionamientos trascienden el ámbito puramente científico. Justamente, tratar de entender cómo la actividad de las neuronas codifica los recuerdos de nuestras experiencias nos lleva de narices a preguntarnos por la conciencia de nosotros mismos, aquello que nos hace sentir que somos una persona. De allí, pasando por la distinción entre mente y materia, nos topamos con las dudas más antiguas de la filosofía; temas que entre muchos otros trataron Platón, Aristóteles, Descartes y que siguen aún preguntándose los filósofos del siglo XXI ; temas que son recurrentes en la literatura y el cine de ciencia ficción y que están presentes tanto en foros de inteligencia artificial o neurociencia como en debates sobre religión.