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Jean Starobinski - La posesión demoníaca

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Jean Starobinski La posesión demoníaca
  • Libro:
    La posesión demoníaca
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1975
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La posesión demoníaca: resumen, descripción y anotación

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Luz

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ADVERTENCIA

Tres furores.

Tres nocturnos. Tres posesiones. Los trabajos que aquí reunimos atañen, los tres, a situaciones extremas, en las que el individuo, así en la violencia como en la inercia, se halla sometido a la ley de un poder superior: Ayax descuartizando ganado, el endemoniado de Gerasa lanzando alaridos entre peñas y sepulcros, la durmiente desamparada ante el espanto.

Tres potencias opresivas: Atenea, el demonio Legión, el íncubo. Figuras en las que aparece nombrado, perfilado con trazo distinto sobre fondo de tinieblas, el enemigo que hurta al hombre el dominio de sus actos. Figuras hostiles que acaso nazcan de la interpretación que otorgamos a los estados de impotencia. Figuras formadas asimismo por el deseo perverso de entregarnos al más fuerte que nosotros, de abandonamos a una fuerza ajena, incluso maléfica, y de precipitar nuestra perdición —nuestra liberación negra— al permitir que sobrevenga lo peor.

Tres cegueras: la nube engañadora envuelve los ojos de Ayax, el demonio se niega a someterse al Salvador, los párpados de la durmiente están cerrados. Los posesos son seres separados: no tienen acceso a la luz. Su miseria, su culpa, está en haber dejado de pertenecerse al dejar de pertenecer al día.

Pero las tres obras indican asimismo el retomo —doloroso, triunfante— de una conciencia acrecentada, el nuevo nacimiento del sujeto para sí mismo, el desposeimiento superado. Tras el eclipse delirante, recobra Ayax el juicio bajo la luz de un saber acerado que exige la muerte. El endemoniado en libertad recibe misión de narrar su libramiento, propagando el verbo que lo sustrajo al enemigo. La obra de Füssli es el testimonio de una conciencia fascinada, pero que no pestañea; la reflexión se convierte en espectadora de la ceguera; ve y permite ver, en dibujo nítido, a la mujer de ojos cerrados, víctima de las tinieblas.

Saber nuevo, palabra nueva, mirada nueva: tal es lo que se alcanza, una vez atravesados el furor y la ausencia. Mas precisa que sean bastante vigorosas las energías empleadas en favor de la vuelta en sí. De lo contrario no habrá travesía, y el furor sólo será hundimiento y disolución en la noche. Así podrá apreciarse una razón más para que estas líneas se titulen: advertencia.

BIBLIOGRAFÍA RECIENTE

Ch. MASSON, «Le démoniaque de Gérasa (Marc 5, 1-20)», Vers les sources d’eau vive. Etudes d’exégèse et de théologie du Nouveau Testament, Lausana, 1961, pp. 20-37.

P. LAMARCHE, «Le possédé de Gérasa», Nouvelle Revue théologique, 90, 1968, pp. 581-597.

J. F. CRAGHAN, «The Gerasene Demoniac», The Catholic Biblical Quarterly, 30, 1963, pp. 522-536.

J. VENCOVSKY, «Der gadarenische Exorzismus», Communio Viatorum, 14, 1971, pp. 13-29.

R. PESCH, «The Markan Version of the Healing of the Gerasene Demoniac», The Ecumenical Review, 23, 1971, pp. 349-376.

O. BÖCHER, Christus Exorcista. Dämonismus und Taufe im Neuem Testament , Kohlhammer, Stuttgart, 1973.

IV

35 Ese día, al atardecer, les dice:

36 «Pasemos a la otra orilla.» Despiden a la gente y le llevan en la barca, como estaba; e iban otras barcas con él.

37 En esto se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de suerte que ya se anegaba la barca.

38 El estaba en popa, durmiendo sobre un cabezal. Le despiertan y le dicen: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?»

39 El, habiéndose despertado, increpó al viento y le dijo al mar: «¡Calla, enmudece!» El viento se calmó

40 y sobrevino una gran bonanza. Y les dijo: «¿Por qué estáis con tanto miedo?

41 ¿Cómo no tenéis fe?» Ellos se llenaron de gran temor y se decían unos a otros: «Pues ¿quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?»

V

1 Y llegaron al otro lado del mar,

2 a la región de los gerasenos. Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con

3 espíritu inmundo que moraba en los sepulcros y a quien nadie podía ya tenerle atado ni siquiera con cadenas,

4 pues muchas veces le habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos,

5 y nadie podía dominarle. Y siempre, noche y día, anda entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose

6 con piedras. Al ver de lejos a Jesús,

7 corrió y se postró ante él y gritó con gran voz: «¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios

8 que no me atormentes.» Es que él le había dicho: «Espíritu inmundo, sal de este

9 hombre.» Y le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?» Le contesta: «Mi nombre es Legión,

10 porque somos muchos.» Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de

11 la región. Había allí una gran piara de puercos que pacían al pie del monte;

12 y le suplicaron: «Envíanos a los puercos

13 para que entremos en ellos.» Y se lo permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos, y la piara —unos dos mil— se arrojó al mar de lo alto del precipicio y se fueron

14 ahogando en el mar. Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas; y salió la gente a ver qué

15 era lo que había ocurrido. Llegan donde Jesús y ven al endemoniado, al que había tenido la legión, sentado, vestido y en su sano juicio, y se llenaron de temor.

16 Los que lo habían visto les contaron lo ocurrido al endemoniado y lo de los

17 puercos. Entonces comenzaron a rogarle

18 que se alejara de su término. Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado

19 le pedía quedarse con él. Pero no se lo concedió, sino que le dijo: «Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha

20 tenido compasión de ti.» El se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados.

[Evangelio según San Marcos. Trad. española de la Biblia de Jerusalén.]

EL COMBATE CON LEGION

(Evangelio según San Marcos, 5, 1-20)

LA ESPADA DE AYAX

LO QUE LLEVA AL SUICIDIO

Las imágenes del suicidio, en la cultura de Occidente, oscila entre dos tipos extremos: de un lado, el suicidio llevado a cabo en plena lucidez al término de una reflexión en la que la necesidad de morir, estrictamente sopesada, prevalece ante las razones de vivir; en el opuesto, el extravío demente que se entrega a la muerte sin pensar la muerte. Ambos ejemplos antitéticos podrían llamarse Catón y Ofelia. Catón se da la muerte en plena lucidez heroica y viril, se abandona dejándose hundir. El suicidio filosófico, obra cumbre de la autonomía voluntaria, reclama para sí el esplendor del día, el destello de la gloria; aun llevado a cabo en solitario, expónese a todas las miradas; la razón que lo gobierna requiere aprobación universal; en él descubrimos la imagen activa y varonil del hierro vuelto contra sí mismo, prueba de una libertad aún presente al término de la batalla perdida. La imagen inversa es femenina, pasiva y nocturna: implica la derrota interior, la invasión de la sombra, el desposeimiento; retorna el ser a las tinieblas originales y al agua primitiva.

Entre ambos ejemplos tan claramente antitéticos, queda espacio, a buen seguro, para casos menos puros, en los que se invoca a la muerte a un mismo tiempo en virtud de los argumentos del pensamiento voluntario y del maleficio del creciente desasosiego. Según el vocabulario contemporáneo: en el intervalo de la razón intacta y la psicosis se extiende la posibilidad multiforme de la neurosis. Vense abundar las formas mixtas, aquéllas, a saber, en que razón y sinrazón se mezclan y confunden, sin que se haga posible deslindarlas. Ocurre a veces que la razón deliberante se pone al servicio del extravío, la culpabilidad producida por el juego de los humores se rodea de pretextos enunciados con rigor; la lógica, trocada en paralogismo, salva el honor guardando las apariencias, pero obedece a los apremios de un oscuro pánico. El suicidio a lo Werther, ejemplo dominante en la época romántica, corresponde a este fondo turbio. Cierto que, en la práctica, los gestos suicidas son rara vez atribuíbles a una causa simple y única. Se hallan plurideterminados. El presente opresivo (interpretado como opresivo) y el pasado mal olvidado, las circunstancias «exteriores» y las disposiciones «internas», la opción premeditada y los impulsos súbitos forman tan estrecha composición que se hace difícil, para los supervivientes, llegar a descubrir por qué un hombre se haya dado muerte. Se busca una causa, una clave: se encuentran demasiadas. Queda el campo abierto para las reconstrucciones interpretativas.

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