Jean-Paul Sartre - El ser y la nada
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- Libro:El ser y la nada
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:1943
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El ser y la nada: resumen, descripción y anotación
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El ser y la nada es la obra donde Jean-Paul Sartre expone técnica y acabadamente su existencialismo y aquella que facilita la plena comprensión de su obra literaria. La primera edición francesa fue publicada en 1943, es decir, en el seno de una Europa arrasada por la guerra. Sartre tenía entonces 38 años y ya había escrito tres obras de carácter filosófico en las cuales explicaba el método de Husserl con vistas a la constitución de una psicología fenomenológica. Había publicado también su primera novela, La náusea, y una serie de cuentos, El muro. A partir de ese momento la producción de Sartre se sucederá sin pausa, abarcando todas las modalidades del pensamiento y de la literatura, pero las tesis centrales de este ensayo de antología fenomenológica seguirán nutriendo y otorgando significado a tan diversificada producción.
Jean-Paul Sartre
ePub r1.1
Titivillus 04.06.16
Título original: L’être et le néant
Jean-Paul Sartre, 1943
Traducción: Juan Valmar
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
AL CASTOR
JEAN-PAUL CHARLES AYMARD SARTRE (París, 21 de junio de 1905 – París, 15 de abril de 1980), conocido comúnmente como Jean-Paul Sartre, fue un filósofo, escritor, novelista, dramaturgo, activista político, biógrafo y crítico literario francés, exponente del existencialismo y del marxismo humanista. Fue el décimo escritor francés seleccionado como Premio Nobel de Literatura, en 1964, pero lo rechazó explicando en una carta a la Academia Sueca que él tenía por regla declinar todo reconocimiento o distinción y que los lazos entre el hombre y la cultura debían desarrollarse directamente, sin pasar por las instituciones. Fue pareja de la también filósofa Simone de Beauvoir.
Del presente libro existe una primera versión española, con prólogo exegético y crítico del traductor, profesor M. A. Virasoro (J. P. Sartre, El ser y la nada, 3 vols., Iberoamericana, Buenos Aires, 1946/ 2.a ed., 1954). Como, aparte de que no puede haber traducción inmejorable, siempre hay diversos criterios con que hacerla, expondremos los que han guiado a la presente. Lo primero ha sido procurar un riguroso equivalente expresivo del original; este libro, al cual se ha calificado de «difícil y muy técnico», tiene un estilo abstruso y premioso a fuerza de precisión; no cabe esperar, pues, que la traducción le dé una elegancia y fluidez que no posee; en cambio, el traductor se ha esforzado por que el lector de habla española no tenga menos dificultades que el lector francés, pero tampoco más, y por ello se ha cuidado de evitar esa serie de pequeñas ambigüedades que la sintaxis del idioma a que se traduce introduce en un texto originariamente unívoco; es decir que, en la medida en que el traductor ha logrado su propósito, si una expresión es ambigua en la traducción lo es también en el original. Para ello, y para guardar el rigor terminológico, se han usado ciertas libertades con el idioma (galicismos, por ejemplo), prefiriéndose la precisión al purismo. En los casos en que no ha sido posible lograr un equivalente expresivo exacto, se indica al pie de página el matiz de la expresión francesa. Los términos técnicos han sido vertidos con el mayor rigor, calcándoselos en lo posible, inclusive formaciones lingüísticas aberrantes, como négatité o aspatial.
No tratándose de un libro escolar, se ha creído preferible dejar las citas bibliográficas del autor tal como las da en francés. Además se ha respetado el uso —a veces bastante singular— del original en cuanto a comillas, bastardillas y mayúsculas.
EN BUSCA DEL SER
El pensamiento moderno ha realizado un progreso considerable al reducir lo existente a la serie de las apariciones que lo manifiestan. Se apuntaba con ello a suprimir cierto número de dualismos que causaban embarazo a la filosofía, y a reemplazarlos por el monismo del fenómeno. ¿Se ha logrado hacerlo?
Cierto es que se ha eliminado en primer lugar ese dualismo que opone en lo existente lo interior a lo exterior. Ya no hay un exterior de lo existente, si se entiende por ello una piel superficial que disimularía a la mirada la verdadera naturaleza del objeto. Y esta verdadera naturaleza, a su vez, si ha de ser la realidad secreta de la cosa, que puede ser presentida o supuesta pero jamás alcanzada porque es «interior» al objeto considerado, tampoco existe. Las apariciones que manifiestan lo existente no son ni interiores ni exteriores: son equivalentes entre sí, y remiten todas a otras apariciones, sin que ninguna de ellas sea privilegiada. La fuerza, por ejemplo, no es un conato metafísico y de especie desconocida que se enmascararía tras sus efectos (aceleraciones, desviaciones, etc.); no es sino el conjunto de estos efectos. Análogamente la corriente eléctrica no tiene un reverso secreto: no es sino el conjunto de las acciones físico-químicas (eléctricas, incandescencia de un filamento de carbono, desplazamiento de la aguja del galvanómetro, etc.) que la manifiestan. Ninguna de estas acciones basta para revelarla. Pero tampoco apunta hacia algo que esté detrás de ella, sino que apunta hacia sí misma y hacia la serie total. Se sigue de ello, evidentemente, que el dualismo del ser y el aparecer tampoco puede encontrar derecho de ciudadanía en el campo filosófico. La apariencia remite a la serie total de las apariencias y no a una realidad oculta que habría drenado para sí todo el ser de lo existente. Y la apariencia, por su parte, no es una manifestación inconsistente de ese ser. Mientras ha podido creerse en las realidades nouménicas, la apariencia se ha presentado como algo puramente negativo. Era «lo que no es el ser»; no tenía otro ser que el de la ilusión y el error. Pero este mismo ser era un ser prestado; consistía en una falsa apariencia, y la máxima dificultad que podía encontrarse era la de mantener con suficiente cohesión y existencia a la apariencia para que no se reabsorbiera por sí misma en el seno del ser no-fenoménico. Pero, si nos hemos desprendido de una vez de lo que Nietzsche llamaba «la ilusión de los trasmundos», y si ya no creemos en el ser-por-detrás-de-la-aparición ésta se torna, al contrario, plena positividad, y su esencia es un «parecer» que no se opone ya al ser, sino que, al contrario, es su medida. Pues el ser de un existente es, precisamente, lo que parece. Así llegamos a la idea de fenómeno, tal como puede encontrarse, por ejemplo, en la «fenomenología» de Husserl o de Heidegger: el fenómeno o lo relativo-absoluto. Relativo sigue siendo el fenómeno, pues el «aparecer» supone por esencia alguien a quien aparecer. Pero no tiene la doble relatividad de la Erscheinung kantiana. El fenómeno no indica, como apuntando por sobre su hombro, un ser verdadero que tendría, él sí, carácter de absoluto. Lo que el fenómeno es, lo es absolutamente, pues se devela como es. El fenómeno puede ser estudiado y descrito en tanto que tal, pues es absolutamente indicativo de sí mismo.
Al mismo tiempo cae la dualidad de la potencia y el acto. Todo está en acto. Tras el acto no hay ni potencia, ni «
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