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Jean Meslier - Memoria contra la religión

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Jean Meslier Memoria contra la religión
  • Libro:
    Memoria contra la religión
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2007
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Memoria contra la religión: resumen, descripción y anotación

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Memoria

de los pensamientos y sentimientos

de Jean Meslier, cura de Etrépigny

y de Balaives, acerca de ciertos errores

y falsedades en la guía y gobierno

de los hombres, donde se hallan

demostraciones claras y evidentes

de la vanidad y falsedad

de todas las divinidades y religiones

que hay en el mundo,

memoria que debe ser entregada

a sus parroquianos después de su muerte

para que sirva de testimonio

de la verdad, tanto para ellos como

para sus semejantes.

In testimoniis illis, et gentibus

Prólogo
1

Objetivo de la obra

Queridos amigos, como no se me habría permitido hacerlo y, además, habría resultado demasiado peligroso y habría tenido molestas consecuencias para mí haberos dicho abiertamente en vida lo que pensaba acerca del gobierno de las personas, sus religiones y sus costumbres, he decidido decíroslo después de muerto. Mi intención y mi disposición era habéroslo dicho de viva voz antes de morir, y lo habría hecho a nada que hubiese visto próximo el fin de mis días y hubiese conservado el juicio y la libertad de palabra.

Pero como no estoy seguro de haber podido disponer en esos últimos días, o en esos últimos instantes, del tiempo necesario ni tampoco de la presencia de ánimo suficientes como para poder exponeros mis opiniones, deseo declararlas por escrito, aportando al mismo tiempo pruebas claras y convincentes sobre todo lo que os digo, a fin de intentar desengañaros, por tarde que pueda ser, tal como ya va siendo tarde para mí, de los vanos errores en los que hemos nacido y vivido y en los que me he visto obligado a manteneros contra mi gusto. Digo contra mi gusto porque ha supuesto realmente una contrariedad verme en semejante obligación. De ahí que la haya cumplido con mucha repugnancia y negligencia, como habréis podido observar.

Eso fue ingenuamente lo que me animó en primer lugar a concebir este proyecto, que deseo llevar a cabo hasta sus últimas consecuencias. Como tuve la suerte de descubrir de forma natural por mí mismo que no había nada tan atractivo, tan agradable y tan amable ni nada que fuese tan deseable para los hombres como la paz, la bondad de corazón, la equidad, la verdad y la justicia, y como también me parecía que no podía haber fuente más inestimable de bienes y felicidad que conservar cuidadosamente unas virtudes tan codiciadas, sentí de forma absolutamente natural en mi interior que no había nada tan odioso, tan detestable ni tan pernicioso como los trastornos producidos por la discordia, así como por la corrupción del corazón y del espíritu. Encontré especialmente odiosa la malignidad que encierran la mentira y la impostura, así como la que se halla detrás de la injusticia y la tiranía, que destruyen todo lo que de mejor puede tener el hombre, por lo que se convierten en las fuentes fatales no sólo de todos los vicios y maldades sino de todas las penalidades que abruman a la gente a lo largo de su vida.

Desde mi más tierna infancia he podido percibir los errores y las mentiras causantes de tantos males como hay en el mundo. Cuanto más he crecido en edad y conocimiento, más me he dado cuenta de la ceguera y la maldad del hombre, más he podido percatarme de la vanidad de las supersticiones que los aherrojan y de las injusticias en que incurren los malos gobiernos. Por lo cual, a pesar de no haber tenido demasiado comercio con el mundo, podría decir, con el sabio Salomón, que he visto, y que he visto con extrañeza e indignación, reinar la impiedad sobre la faz de la tierra, y una corrupción tal en la justicia que los que tenían que encargarse de aplicarla eran los más injustos y criminales y habían puesto en su lugar la iniquidad (Eclesiastés, 3,16).

He conocido tantas maldades en este mundo que ni siquiera la virtud más perfecta o la inocencia más pura parecen encontrarse al abrigo de la malignidad de los calumniadores. He visto, como lo puede ver cualquiera a diario, a una multitud de inocentes perseguidos sin razón y oprimidos por la injusticia, sin que pudieran encontrar un protector caritativo que les socorriese y sin que nadie se conmoviese de su infortunio. Las lágrimas de tantos justos afligidos, y las miserias de tanta buena gente oprimida por los malvados ricos y por los poderosos de la Tierra, me han asqueado tanto como a Salomón y me han causado tanto desprecio por la vida que llegué a considerar, como él, más dichosa la condición de los muertos que la de los vivos, llegando a preferir a quienes no han sido nunca felices antes que a quienes lo son y gimen bajo tan grandes pecados. «Y consideré a los muertos que ya han muerto más dichosos que los vivos que aún viven, y mejor que los dos el que aún no ha existido, porque no ha visto las maldades que se cometen bajo el sol» (Eclesiastés, 4,2).

Pero lo que más me sorprendió en medio del total asombro que me producía ver tantos errores, tantas mentiras, tantas supersticiones, tantas imposturas, tantas injusticias y tantas tiranías en curso fue ver que, pese a que había personas consideradas verdaderas eminencias en doctrina, sabiduría y piedad, no había ninguna, sin embargo, que se decidiese a hablar y a declararse abiertamente contra desórdenes tan grandes y tan detestables. No, no vi a ninguna persona distinguida que los reprobase y censurase, a pesar de que les había tocado compartir la misma suerte miserable con una gente que no dejaba de quejarse y de gemir.

Este silencio de tantas personas sensatas, pertenecientes incluso a un rango elevado y una condición distinguida, personas que debían, según mi opinión, oponerse al aluvión de vicios e injusticias, o que debían, al menos, tratar de aportar algún remedio a tantos males, me pareció, para mi gran asombro, una especie de aprobación de semejante estado de cosas, una aprobación cuyas razones y causas no alcanzaba yo a comprender.

Pero habiendo examinado más tarde un poco mejor la conducta de los hombres, y después de haber penetrado un poco más en los secretos misterios de los taimados y tramposos tejemanejes políticos de quienes ambicionan cargos, quienes desean gobernar a los demás y quieren mandar con una autoridad soberana y absoluta, o desean, como mínimo, ser respetados y honrados por los demás, me di cuenta fácilmente de dónde estaban la fuente y el origen de tantos errores, tanta superstición y tantas y tan grandes injusticias. No sólo eso, también me di cuenta del motivo por el cual aquellos a quienes se tiene por verdaderos sabios e individuos instruidos no dicen nada contra tantos y tan detestables errores, pese a que conocen de sobra la miseria en la que se encuentran la pobre gente que vive seducida y engañada por tantos errores y se halla oprimida por tantas injusticias.

2

Ideas y opiniones del autor sobre las religiones del mundo

La fuente, pues, queridos amigos, de los males que os abruman y de las imposturas que, por desgracia, os tienen atrapados en el error, así como presos de la inconsistencia de la superstición, colocándoos al mismo tiempo bajo las leyes tiránicas de los poderosos de la Tierra, no es más que esa odiosa política ejercida por individuos como los que os acabo de comentar. Pues unos quieren ejercer su injusto dominio en todas partes mientras otros quieren darse una vana reputación de santidad, y a veces incluso de divinidad. Y para ello unos y otros se sirven no sólo de la fuerza y la violencia, sino que emplean también toda clase de trampas y artimañas para seducir a la buena gente a fin de conseguir más fácilmente sus propósitos. De tal manera, que todos estos taimados políticos han abusado de la debilidad, la credulidad y la ignorancia de los más débiles y los menos despiertos para hacerles creer lo que han querido. Luego les han obligado a recibir con respeto y sumisión, de grado o por fuerza, todas las leyes que les ha dado la gana. De esta forma, unos se han hecho honrar, respetar y adorar como auténticas divinidades, o al menos como personas inspiradas por la divinidad, a fin de que la gente creyese que lo enviaban los dioses, con lo que así podían imponer su voluntad más fácilmente. Otros se han hecho ricos, poderosos y temibles en el mundo, y habiéndose vuelto, gracias a todo tipo de artimañas, lo bastante ricos y poderosos y lo bastante venerables o intimidadores como para que todo el mundo los temiese y obedeciese, han conseguido sojuzgarlo bajo sus leyes. Cosa que se ha visto favorecida por las divisiones, las querellas, los odios y las animosidades particulares existentes habitualmente entre los hombres, porque, como poseen temperamento, ingenio e inclinaciones muy distintas, no logran convivir durante mucho tiempo sin malquistarse o caer en la discordia. Y entonces, los que son o se encuentran más fuertes, los más osados, e incluso los más sagaces, los más arteros y los peores, se aprovechan de las desavenencias y discordias existentes en el vulgo para convertirse con mayor facilidad en sus señores absolutos.

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