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Hugh J. Schonfield - El partido de Jesús

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Hugh J. Schonfield El partido de Jesús
  • Libro:
    El partido de Jesús
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2016
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El partido de Jesús: resumen, descripción y anotación

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Introducción

En los últimos tiempos se ha producido una gran transformación en la comprensión de los orígenes del cristianismo. Y ello ha ocurrido de un modo tan natural que no podía esperarse una confirmación oficial por parte de ninguna de las secciones de la Iglesia católica, obligada a pensar en los efectos que produciría tal confirmación entre sus creyentes. A pesar de todo, buena parte de dicha transformación se debe a la diligencia, integridad y objetividad de los propios eruditos cristianos, ayudados por el descubrimiento de materiales nuevos, como los manuscritos del mar Muerto.

El siglo XIX fue testigo de un enorme progreso en la arqueología, sobre todo en los llamados países bíblicos, así como en los descubrimientos literarios y monumentales hechos en Mesopotamia, Egipto y Palestina, lo que contribuyó a cambiar radicalmente el pensamiento sobre las Escrituras, la forma de su composición y su valor como registro histórico. Al margen de su valor espiritual, los nuevos descubrimientos permitían aplicar a las Escrituras los mismos criterios que ya se aplicaban a otras reliquias de la antigüedad. Ya no se las podía considerar como sacrosantas, ni aceptarlas como verdaderas en cada uno de sus detalles tácticos. Se presentó una considerable resistencia a admitir el tratamiento secular de la Biblia, especialmente en todo lo relacionado con el Nuevo Testamento, ya que, según les parecía a los conservadores, la arrogancia de los mortales falibles se atrevía a desafiar la verdad de los principales dogmas del cristianismo.

Afortunadamente, la mayoría de los eruditos cristianos no dejaron por ello de continuar sus investigaciones, abriendo así una época muy fructífera para el estudio de los documentos del Nuevo Testamento, en un esfuerzo por determinar su calidad y el grado de confianza que podía depositarse en ellos; se investigaron las fuentes de tales documentos y se trabajó arduamente para determinar qué partes de los textos eran fundamentales y cuáles eran secundarios.

Tales actividades exigieron necesariamente altas calificaciones académicas, lo que, a su vez, impidió que el gran público tomara una adecuada conciencia de los progresos que se estaban llevando a cabo. En consecuencia, cuando se dio publicidad a algunos de los resultados alcanzados, éstos crearon mucha confusión e indignación entre los fieles, ya que las mentalidades de los laicos no estaban preparadas para aceptarlos. Por su parte, los clérigos, que habrían estado en disposición de ayudarles a entender, se mostraron mucho más reacios de lo que hubieran debido a actuar como medios de comunicación, y quienes se pronunciaron al respecto no se dieron cuenta de que se habría necesitado un trabajo educativo básico para amortiguar la conmoción de aquello nuevo que afirmaban. Es comprensible que los eruditos se preocuparan fundamentalmente por comunicarse entre sí los resultados de sus investigaciones, de acuerdo con su propio y peculiar estilo académico; a pesar de todo, es deplorable que muy pocos de ellos se ocuparan de la necesidad de ilustrar al público en general, sobre todo cuando sus trabajos abordaban cuestiones directamente relacionadas con la fe. Para que se produzca el progreso de la humanidad se tienen que encontrar los medios para llevar la información a la mayor cantidad posible de personas. Debemos aspirar a que la vasta mayoría de ellas se conviertan en estudiantes en la universidad de la humanidad.

En el campo de la investigación sobre los orígenes del cristianismo se han realizado grandes cambios, tanto en las actitudes como en los logros alcanzados. Tales cambios ya eran muy notables cuando empecé a trabajar en este tema, hace medio siglo. Uno de mis consejeros de aquellos tiempos, el profesor Burkitt de Cambridge, lo expresó con cierta suavidad cuando escribió: «A partir de los datos que nos proporciona el Nuevo Testamento, consideramos el cristianismo primitivo como un problema [la cursiva es suya], lo que me parece algo completamente nuevo. Ahora somos capaces y, de hecho, nos vemos obligados a considerar objetivamente los comienzos del cristianismo, de un modo que no ha podido hacer ninguna otra generación de cristianos, ya fueran sinceros o nominales» (Christian Beginnings, pág. 40).

Burkitt se refería a que los documentos, y más especialmente los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles, ya no podían ser tratados como registros auténticos que informaban de lo que había sucedido realmente, sino más bien como expresiones de lo que en un período posterior, que se localiza en el siglo V d. de C., se quiso ocultar sobre lo sucedido. Objetivamente, debemos tener en cuenta las motivaciones de los escritores en relación con las circunstancias que alteraron materialmente, y que determinaron tanto la forma de presentar los materiales como el propio contenido de éstos. Debemos reconocer que el pasado se configuró de acuerdo con las necesidades del presente, y debemos llevar a cabo una paciente tarea para ver bajo una nueva luz los elementos más antiguos, para que éstos, a su vez, nos dirijan hacia conclusiones de las que podemos llegar a depender.

Sin duda alguna, durante los últimos cincuenta años se ha incrementado notablemente nuestra capacidad para la objetividad, a pesar de que eso no ha sido nada fácil de alcanzar. Muchos confiaron en que sus estudios confirmarían que la figura histórica de Jesús se correspondía con la imagen que los cristianos nos dieron de él, y que tal imagen fue la aceptada por sus primeros seguidores. Las pruebas, sin embargo, no confirmaron lo que se esperaba de ellas, y eso produjo entre las personas de mentalidad más teológica una gran desconfianza hacia el método de aproximación histórica. Después de un proceso de desmitologización, parecieron quedar muy pocas cosas en pie, y algunos llegaron incluso a renunciar al descubrimiento del Jesús histórico, con lo que pasaban a depender por completo de la Iglesia como fuente de inspiración. Dicha actitud realmente pesimista estimuló a su vez a los escépticos del lado opuesto, dispuestos a eliminar al Jesús histórico por considerarlo como una creación de la leyenda cristiana.

De hecho, la cuestión del Jesús histórico terminó por imponerse en un grado muy notable. No obstante, lo que se descubrió sobre él no se adaptó lo bastante a lo que esperaban la piedad y la adoración cristianas y, en lugar de reconocerlo de acuerdo con las dimensiones que le eran apropiadas, pareció preferible afirmar que nos hallábamos enfrentados al Gran Desconocido.

La investigación siguió su curso y tuvo éxito, tanto negativa como positivamente. Negativamente en la medida en que reconoció que una buena parte de la historia de Jesús había sido inventada con posterioridad. Tanto a su imagen como a sus enseñanzas se les sobreimpusieron gran cantidad de cosas extrañas sin ninguna historicidad. Hubo tendencias anacrónicas, apologéticas y antijudías. La nueva aproximación a los Evangelios y a los Hechos puso al descubierto el hecho de que reflejaban muchas de las circunstancias e interpretaciones que se dieron posteriormente. Se descubrieron ciertas fuentes primitivas, anteriores a los Evangelios y a los Hechos, que pudieron ser adecuadamente definidas y reconstruidas. Los dichos y hechos de Jesús se nos presentaban con excesiva liberalidad, sin tener en cuenta las circunstancias en que se produjeron. Existía una gran incertidumbre en cuanto a las fechas y las secuencias. En la descripción de los acontecimientos se observó una gran influencia de la interpretación profética, de tal modo que, en algunos casos, se llegaron a inventar detalles con tal de adaptarse al cumplimiento de supuestas exigencias proféticas. Aparecieron indicios de que, al manejar sus fuentes, los evangelistas habían alterado o descartado materiales que no les parecieron convenientes y, en consecuencia, se barajó la posibilidad de que hubieran omitido mucho más de lo que dijeron cuando el material se oponía a la imagen que ellos deseaban dar de Jesús. La ventaja del aspecto negativo fue la de eliminar en buena medida una gran parte de las extravagancias y florituras con las que se había adornado la imagen de Jesús.

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