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Guillaume Apollinaire - El paseante de las dos orillas

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Guillaume Apollinaire El paseante de las dos orillas

El paseante de las dos orillas: resumen, descripción y anotación

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Un largo y asombroso paseo por el París vibrante de las vanguardias de - photo 1

Un largo y asombroso paseo por el París vibrante de las vanguardias de principio del siglo XX.

Guillaume Apollinaire El paseante de las dos orillas ePub r10 Titivillus - photo 2

Guillaume Apollinaire

El paseante de las dos orillas

ePub r1.0

Titivillus 30.06.17

Título original: Le flâneur des deux rives

Guillaume Apollinaire, 1918

Traducción: Elena Fons & Jérôme Gauchet

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

Recuerdos de Auteuil E l hombre no se separa de nada sin pesar y ni siquiera - photo 3

Recuerdos de Auteuil

E l hombre no se separa de nada sin pesar, y ni siquiera de los lugares, las cosas y las personas que le hicieron de lo más infeliz, se aparta sin dolor.

Así es como en 1912 os dejé, no sin amargura, lejano Auteuil, barrio encantador de mis grandes tristezas. Allí volvería en el año 1916 para ser trepanado en la Villa Molière.

Cuando me instalé en Auteuil en 1909, la calle Raynouard se parecía aún a lo que era en tiempos de Balzac. Ahora es bien fea. Queda la calle Berton, iluminada por lámparas de petróleo, pero pronto, sin duda, cambiarán esto.

Es una vieja calle situada entre los barrios de Passy y de Auteuil. Sin la guerra habría desaparecido o al menos se habría vuelto ir reconocible.

La municipalidad había decidido modificar su aspecto general, ensancharla y abrirla al tránsito rodado.

Se hubiera suprimido así uno de los rincones más pintorescos de París.

Antiguamente era un camino que, desde la ribera del Sena, subía a la cima de las colinas de Passy a través de los viñedos.

Calle Berton La fisonomía de la calle no ha cambiado apenas desde los tiempos - photo 4

Calle Berton

La fisonomía de la calle no ha cambiado apenas desde los tiempos en que Balzac la recorría cuando, para escapar de algún inoportuno, cogía la diligencia de Saint-Cloud que lo llevaba a París.

El transeúnte que desde el muelle de Passy se fija en la calle Berton, sólo percibe una vía mal cuidada, llena de piedras y de rodadas y con muros ruinosos que la bordean, cercando a la izquierda un parque admirable y a la derecha un terreno que ha sido destinado por quienes lo poseen a fines diversos y muy singulares.

Una parte está arreglada como jardín; en otra parte hay un huerto; también hay materiales, y de una gran puerta que da sobre el muelle sale un ancho camino arenoso que lleva a un gran teatro de madera. Monumento bien inesperado en este lugar y que llaman la sala Juana de Arco. Jirones de anuncios ya antiguos mostraban, en 1914, que una vez, quizá unos cinco o seis años atrás, la Pasión de N. S. Jesucristo se había representado allí. Los actores, eran quizás gente de mundo y quizás os hayáis encontrado en un salón al Cristo de Auteuil; un as de la bolsa, quizás representó allí a la perfección el ingrato papel de ese santo cainita, Judas, que empezó con las finanzas, siguió con el apostolado y acabó en sicofante.

Pero si el transeúnte coge la calle Berton, verá primero que los muros que la rodean están sobrecargados de inscripciones, de grafiti, para hablar como los anticuarios. Así, sabréis que Lili de Auteuil ama a Totor de Point du Jour y que para indicarlo ha trazado un corazón atravesado por una flecha y la fecha de 1884. ¡Qué lástima! Pobre Lili, tantos años transcurridos desde ese testimonio de amor deben haber curado la herida que estigmatizaba este corazón. Unos anónimos han manifestado todo el impulso de sus almas con este grito profundamente grabado: «¡Vivan las Gachís!»

Y he aquí una exclamación más trágica: «Maldito sea el 4 de junio de 1903 y el que lo ha creado». Los grafitis patibularios o alegres continúan así hasta una construcción antigua que ofrece, a la izquierda, una puerta cochera soberbia flanqueada por dos pabellones con cubierta en pendiente; después se llega a una glorieta donde se abre la verja de entrada del maravilloso parque que contiene una célebre casa de salud, y es aquí donde encontramos también la única cosa que une —pero tan poco, pues el correo funciona muy mal— la calle Berton a la vida parisina: un buzón.

Un poco más arriba, encontramos escombros sobre los que se yergue un gran perro de escayola. Este vaciado está intacto y siempre lo he visto en el mismo sitio, donde permanecerá posiblemente hasta el momento en que los obreros vengan a modificar la calle Berton. Luego gira en ángulo recto y, antes de la esquina, aún hay una verja desde la que se ve una casa moderna encajada en una falla de la colina. Parece miserablemente nueva en esta vieja calle, que al doblar la esquina aparece en toda su belleza antigua e imprevista. Se vuelve estrecha, un arroyo corre por medio, y por encima de los muros que la encierran hay un tupido follaje que desborda el gran jardín de la vieja casa de salud del doctor Blanche, toda una vegetación lujuriosa que arroja una sombra fresca sobre el viejo camino.

Unos mojones, de tramo en tramo, se levantan contra los muros y, encima de uno de ellos han fijado una placa de mármol marcando que allí se encontraba antaño el límite de los dominios de Passy y de Auteuil.

Llegamos a continuación a la parte trasera de la casa de Balzac. La entrada principal que conduce a esta casa se encuentra en un edificio de la calle Raynouard. Hay que bajar dos plantas y, gracias a la amabilidad del difunto señor de Royaumont, conservador del museo de Balzac, podíamos, si no bajar la escalera misma que cogía Balzac para ir a la calle Berton y que ahora está condenada, al menos coger otra escalera que conduce al patio que debía atravesar el novelista y pasar bajo la puerta que le hacía desembocar en la calle Berton.

Llegamos, después de esto, a un lugar donde la calle se ensancha y está habitada. Encontramos una casa apoyada contra la calle Raynouard y que la domina. Una parra trepa a lo largo de la casa y, en unas cajas, crecen fucsias. En este lugar una escalera muy estrecha y muy empinada conduce la calle Raynouard frente a la nueva vía que es la antigua avenida Mercedes, llamada hoy avenida Colonel-Bonnet, y que es una de las arterias más modernas de París.

Casa de Balzac en la calle Raynouard Pero más vale coger la calle Berton que va - photo 5

Casa de Balzac en la calle Raynouard

Pero más vale coger la calle Berton que va muriendo entre dos muros horribles detrás de los cuales no asoma ninguna vegetación, hasta un cruce donde la vieja calle va a dar con las calles Guillou y Raynouard, frente a una fábrica de helado que tirita día y noche con un ruido de agua agitada.

Los que pasan por la calle Berton en el momento en que está más bonita, un poco antes del amanecer, oyen un mirlo armonioso dar un maravilloso concierto que acompañan con su música miles de pájaros, y, antes de la guerra, aún palpitaban a esta hora las pálidas llamas de algunas lámparas de petróleo que alumbraban aquí las farolas y que no han sido reemplazadas.

La última vez que antes de la guerra pasé por la calle Berton, fue hace ya mucho tiempo y en compañía de René Dalize, de Lucien Rolmer y de André Dupont, todos ellos muertos en el campo de honor.

Pero hay muchas otras cosas encantadoras y curiosas en Auteuil…

Hay también, entre la calle Raynouard y la calle La Fontaine, una pequeña plaza tan sencilla y tan limpita que sería difícil ver algo más bonito. Vemos aquí una verja detrás de la cual se encuentra el último hotel Des Haricots… Este nombre evoca el Imperio y la Guardia Nacional. Aquí es donde se enviaba a los guardias nacionales castigados. Estaban bien alojados. En él llevaban una buena vida, e ir al hotel Des Haricots se consideraba más una excursión que un castigo.

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