Investigación e innovación como factores de crecimiento económico y de bienestar social
Manuel Botana Agra
Catedrático-profesor Emérito
Universidad de Santiago de Compostela
INTRODUCCIÓN
Hasta tiempo relativamente reciente se consideraba que los principales instrumentos determinantes del desarrollo económico estaban centrados en los factores productivos (capital y trabajo), lo que llevaba a concentrar las inversiones ordenadas a ese desarrollo en activos físicos y bienes tangibles (maquinaria, equipos, infraestructuras, etc.). Se aceptaba que mediante la sustitución del trabajo material humano por estos activos y bienes se incrementaba la productividad y se generaba riqueza. Sin embargo, desde hace ya algún tiempo esta forma de búsqueda del crecimiento económico está siendo objeto de profunda revisión y en los últimos años está tomando sostenida fuerza la idea de que el «conocimiento» aplicado a la producción representa el elemento nuclear para generar valor añadido y para aumentar la productividad y la competitividad en los mercados. Fenómenos como el desarrollo explosivo de la informática, la liberación de los mercados de mercancías y factores de producción, la globalización, etc., están acelerando la sustitución de parámetros económicos basados en el concepto de estabilidad por otros inspirados en situaciones de cambio continuo y de incesante mutación en las que el «conocimiento» se manifiesta como un bien especialmente apto para dar respuesta a los retos sociales y económicos que plantea el nuevo escenario.
En efecto, la prestancia que está adquiriendo el «conocimiento» en los procesos productivos de bienes y servicios tiene su origen en las profundas transformaciones sociales, económicas y culturales derivadas de la convergencia de las tecnologías de la información y las comunicaciones y su irrupción en los más diversos y variados ámbitos de la sociedad en general. El vertiginoso progreso tecnológico y social, favorecido por esa convergencia, ha intensificado sustancialmente el grado en el que el «conocimiento» se integra en la actividad económica, hasta el punto de que su aplicación a la producción está determinando unos niveles de bienestar social y de crecimiento económico que exceden notablemente de los niveles alcanzados en tiempos pretéritos por la utilización de maquinarias, bienes de equipo o infraestructuras.
No obstante lo anterior, es afirmación ampliamente compartida la de que en el contexto actual el «conocimiento» no interesa única y exclusivamente por sus efectos sobre la productividad y el crecimiento de nuevas industrias; paralelamente a esto, interesa también por su potente impacto en la organización y gestión de las actividades económicas. Cabe afirmar en este sentido que a medida que aumenta el contenido científico y tecnológico de la actividad económica, cobra también mayor relieve la incorporación del conocimiento a los procesos organizativos y de gestión empresariales.
Erigido el «conocimiento» en eje central de la actividad económica, no debe sorprender que desde distintos ámbitos se caracterice la sociedad de nuestros días como la «sociedad del conocimiento» o la «sociedad del saber». Frente a precedentes denominaciones (la sociedad industrial, la sociedad de la información), «la sociedad del conocimiento» se peculiariza por ser una sociedad con capacidad para generar conocimiento sobre su propia realidad y su entorno, así como para utilizar y aplicar ese conocimiento en el proceso de diseñar, forjar y construir su propio futuro; en ella el «conocimiento» no sólo es un medio para comprender y explicar la realidad de las cosas, sino también un motor de desarrollo y factor dinamizador de cambios en la sociedad en sus diferentes vertientes (cultural, social, económico). Lo singular de la «sociedad del conocimiento» radica en reemplazar la contemplación estática del conocimiento por una concepción dinámica del mismo, poniéndolo en práctica mediante su incorporación a procesos productivos. De este modo, el «conocimiento» se genera e interesa en tanto en cuanto sea capaz de producir una utilidad para la sociedad (el «conocimiento útil»). De ahí que los resultados de la investigación o de la actividad científica sólo se convertirán en «conocimiento útil» si es que al conocimiento generado se asocia una aplicación o utilización práctica del mismo de la que resulte algún beneficio o provecho para la sociedad. Contemplado desde esta perspectiva, bajo la expresión «conocimiento útil» quedan comprendidos los conocimientos, capacidades, habilidades y destrezas que sirven y se aplican para resolver problemas concretos de una organización, de una empresa o de la sociedad misma y que encierran un valor tangible en el mercado. En definitiva, el «conocimiento útil» se orienta principalmente a aplicar de manera inmediata y directa las capacidades adquiridas o desarrolladas en la resolución de problemas reales y concretos. De este modo, frente a concepciones pasadas en las que se concebía como un elemento exógeno, en la actualidad se considera que el «conocimiento útil» representa un factor endógeno de la economía, como uno de sus componentes sistémicos.
El esencial papel que corresponde al «conocimiento» en la hora presente, plantea retos cuya solución con frecuencia se torna compleja. Uno de esos retos reside en las exigencias de educación y formación científica que en relación con el capital humano y los consumidores imponen los procesos productivos en los que el «conocimiento» se alza en elemento estelar de los mismos. En efecto, para una adecuada comprensión y manejo de los conocimientos aplicados en esos procesos es preciso disponer de un capital humano suficientemente capacitado; capacitación que de ordinario sólo se conseguirá mediante un eficiente y apropiado sistema de formación intelectual. Por su lado, la complejidad y diversidad de productos y servicios en los que el «conocimiento» es su ingrediente más valioso, deberá corresponderse también con un suficiente grado de preparación en los potenciales consumidores o usuarios de tales productos y servicios.
Otro reto al que ha de hacerse frente en la sociedad del conocimiento es el relativo a la protección jurídica de que pueden ser objeto muchos de los «conocimientos», a través de derechos de propiedad intelectual (DPI). Ahora bien, en una sociedad en la que los conocimientos constituyen una pieza angular, especialmente en los ámbitos económico y cultural, el acceso libre o abierto a los mismos se torna en una necesidad social, lo que postula replantear el marco jurídico de los actuales sistemas de protección de tales conocimientos (patentes, derechos de autor, diseños industriales, modelos de utilidad, etc.). Forjados en contextos sustancialmente distintos del actual, esos sistemas encierran no pocas distorsiones y trabas que dificultan atender adecuadamente el escenario en el que actualmente operan los conocimientos (posibilidad de copias a coste mínimo, su difusión mundial por encima de territorios y jurisdicciones nacionales o regionales, etc.).
Finalmente, la conveniencia o necesidad de ampliar a nivel global el aprovechamiento del «conocimiento útil», exige idear soluciones que permitan superar las dificultades para una fluida y eficiente transferencia del mismo; dificultades que emergen especialmente en los casos de traspaso del «conocimiento» desde el lugar de su generación hasta el lugar de su aplicación. Tales dificultades pueden surgir en el seno mismo de los potenciales usuarios de los conocimientos (de ordinario, las empresas); en efecto, las organizaciones empresariales son entramados complejos de intereses en los que la incorporación de conocimientos en el proceso productivo puede acarrear efectos no deseados para alguno o algunos de sus grupos de interés (por ejemplo, los trabajadores que debido a los cambios que introducen los conocimientos incorporados pueden ver reducidas sus expectativas profesionales). Otras veces, las dificultades para la transferencia del conocimiento son debidas al modo excesivamente académico con que éste es presentado por quienes lo generan (lenguaje poco comprensible para los no especialistas, publicación en revistas científicas), así como a la ausencia de canales de enlace que hagan atractiva la transferencia del conocimiento desde el científico al profesional, desde el laboratorio al taller y al mercado.