Helene Holzman - Esta niña debe vivir
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- Libro:Esta niña debe vivir
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:2000
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Esta niña debe vivir: resumen, descripción y anotación
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Nuestra especial gratitud para con Fruma Viktin-Kučinskiene y su marido, Dominikas Kučinskas, de Kaunas, que nos ayudaron, con gran interés y mucha paciencia, sobre todo a encontrar y aclarar hechos y nombres de personas. También merece enorme gratitud Maria Schmid, de Jena, que desde la exposición de trabajos artísticos de Helene Holzman del año 1991 no se cansó de reclamar una y otra vez la publicación de estas anotaciones. Nuestro agradecimiento también a Jocheved Inčiuviene, de Kaunas, por la cesión de un plano de la ciudad; a Knut Stang, de Göttingen, por sus útiles informaciones, y a Ruth Kaiser, de Viersen, por la foto del pañuelo con el mensaje bordado de Marie Holzman.
REINHARD KAISER, MARGARETE HOLZMAN
Frankfurt y Giessen, 9 de abril de 2000.
El viernes 29 de junio de 1945 vino a vernos Tolja [Szabszewicz]. Iba de camino a Kedainiai, pero primero quería preguntar por telegrama, a los amigos de su esposo, si era bienvenida allí. Había conseguido nuestra dirección de amigos por caminos indirectos. La invitamos a quedarse provisionalmente con nosotras. Las primeras indicaciones que nos hizo acerca de su persona eran contradictorias, nos parecieron un tanto inverosímiles y contrastaban con su forma de ser, sencilla y sincera. Al cabo de una semana, cuando ya tenía confianza en nosotras, aclaró los datos incorrectos, que nos había dado forzada por la situación. No hay duda de la veracidad de todo lo demás que contó. Tanto los grandes acontecimientos como muchos detalles han sido confirmados por otros.
Tolja tenía trece años cuando el Ejército alemán conquistó Polonia y ella tuvo que trasladarse con su familia al gueto de su ciudad natal, Lask. Eran seis hermanos: un chico y cinco chicas. La hermana mayor, casada, había huido a tiempo a [la] URSS con su marido cuando los alemanes invadieron Polonia.
Durante los primeros años, el gueto no estuvo vallado. Sin duda a los judíos no se les permitía la estancia en los otros barrios de la ciudad, pero no era difícil eludir la prohibición, y las relaciones con los polacos eran muy vivas. También iban al gueto gendarmes, soldados y, a menudo, incluso habitantes de la ciudad. Un gran taller de sastrería en medio del mismo servía de pretexto a los vecinos para acudir, y en él se hacían florecientes negocios.
Tolja trabajaba en una sastrería en la que se cosían abrigos para oficiales del Ejército alemán. Cuando, como a menudo sucedía, no había trabajo, la requerían para otras ocupaciones. En una ocasión la reclutaron para fregar suelos. Una joven alemana uniformada le exigió que fregara con agua fría una gran estancia del edificio del mando. No le dieron bayeta:
—Quítate las bragas y friega con ellas.
Tolja se negó, lloró, imploró. La mujer fue implacable. Volvería por la tarde. Ay de ella si el trabajo no estaba hecho. La estancia estaba helada, el agua a punto de congelarse. No había nada que hacer. Se quitó las bragas y fregó con ellas. Cuando vino la mujer, el trabajo estaba hecho. Ni una palabra de agradecimiento.
—Puedes irte, ramera.
—¿Qué significa ramera? —preguntó Tolja cuando me lo contó.
En el camino de vuelta al gueto la acompañó un soldado. Cuando llegó a su casa, la encontró vacía. Todos se habían escondido en el cobertizo, porque en casa de los vecinos, los Gad, el inspector del gueto había obligado a toda la familia a desnudarse. Primero los padres, luego el hijo y la hija. La hija no estaba limpia, dijo el inspector, y el hijo tuvo que coger un cepillo de púas, de los de fregar suelos, y frotar con él el cuerpo de su hermana.
La noticia de esa monstruosidad había asustado tanto a la familia Szabszewicz que durante toda la noche no se atrevieron a entrar en su casa, y sólo al amanecer se fueron a dormir. A las seis de la mañana el inspector se presenta en la casa:
—¡A desnudarse todos!
Las chicas están confusas, miran a la madre:
—Niñas, desnudaos.
Pero el inspector la golpea con la porra de goma:
—Tú también, vaca vieja.
La más pequeña, la angelical Liuba, se ha escondido debajo del edredón, pero el monstruo la saca:
—¿Quién diablos sigue durmiendo aquí?
Se quitan la ropa, sólo la digna madre se niega, a pesar de los golpes.
—¡Súbete el camisón!
No ceja hasta consumar el oprobio.
Al día siguiente oyen que a muchos otros les han hecho lo mismo y cosas peores. El rabino tuvo que tumbarse en la mesa con su mujer y…
Estas incesantes humillaciones se habían dado en el gueto de Lask, exactamente igual que en los otros, y allí como en todos los guetos se ahorcaba a la gente. En Vilna los propios judíos habían ejecutado a un ladrón y asesino. En Lask no se halló ningún criminal. Por eso se tachó de tales a inocentes. Se exigió al judío más anciano, Kochmann, que entregase a veinte criminales. Él dijo que no había ninguno, que no podía entregarles ninguno, que buscasen ellos mismos.
—¡Escoge tú!
Todo el mundo temblaba ante la posibilidad de ser el chivo expiatorio.
Los hermanos Scher, de diecisiete y dieciocho años, son acusados de haber robado carbón en el trabajo. Se levanta un patíbulo. Los jóvenes apenas entienden aún que son ellos las víctimas. Los llevan atados, guiados por policías judíos. El más anciano, Kochmann, lee la sentencia:
—Itzter ween zwei Idn gehengt, weil sei hobn gemacht a Varbrechn. Wen a Id ganwet oder geit af die ander Seit vun Gheto, wet men em machn wie mit die zwei.
Los jóvenes oyen todo esto y no pueden comprenderlo. También han traído a su madre y su hermana. Tienen que presenciar el espectáculo. Se les hace subir los cuatro peldaños, y el Katte, el verdugo, exige que el mayor le ponga la cuerda al cuello al más pequeño. El joven se queda plantado, con su redondo rostro infantil.
—Dejadme vivir cinco minutos más.
Entonces el propio Katte le pone la cuerda al cuello, y los policías abren la trampilla. La madre contempla cómo el rostro infantil se amorata. El segundo le sigue. Los Katte se suben a sus coches y se marchan.
Los ahorcados estuvieron en el cadalso hasta el día siguiente. La gente lloraba y se lamentaba. Nadie cocinó ni comió ese día.
A pesar de todos los horrores, hasta el comienzo de la guerra con Rusia no hubo un peligro mortal agudo para los judíos como comunidad. La aniquilación sistemática no empezó hasta el verano de 1941. Entonces se produjo el primer recuento exacto de los habitantes del gueto y su sellado. Todos, desde los ancianos hasta los bebés, tuvieron que desnudarse y fueron examinados por un médico y por el tristemente famoso inspector, cuyo especial campo de actividad era al parecer el «sector sanitario». A los capaces de trabajar les ponían en el pecho, los brazos y los muslos un sello de tinta con una A, a los mayores una B, a los enfermos y niños una P. La labor de sellado tenían que hacerla muchachas judías.
Unos diez días después, en agosto de aquel año, la policía alemana llamó al más anciano a la pequeña ciudad de Zdunska Vola, situada a catorce kilómetros de distancia. Habían llegado de Posen cincuenta judíos, treinta oriundos de Zdunska Vola y veinte de Lask, entre ellos también el joven Szabszewicz, el hermano de Tolja. El más anciano debía ir a recogerlos. Antes de ponerse en camino, Kochmann comunicó mediante un mensajero la alegre noticia a todos los familiares de los recién llegados. La familia Szabszewicz estaba fuera de sí ante tan inesperada dicha. Limpiaron su cuarto a toda prisa, prepararon comida y toda la familia esperó en la calle al largamente anhelado.
Así estaban, aguardando en alegre excitación, cuando una mujer se acercó a ellos y les hizo notar que en la plaza del mercado, fuera del gueto, se estaba congregando un sospechoso número de coches de gendarmería. Los gendarmes recibieron sus órdenes. Ya se ve cómo entran al gueto porra en mano. La familia vuelve corriendo a casa. Ellos ya están entrando.
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