Hélène Berr - Diario: 1942-1944
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- Libro:Diario: 1942-1944
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2008
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Diario: 1942-1944: resumen, descripción y anotación
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Diario: 1942-1944 — leer online gratis el libro completo
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Esto es mi diario.
El resto se encuentra en Aubergenville.
Martes, 7 de abril
4 horas
Primera página del Diario, martes 7 de abril de 1942, p. 17.
© Memorial del Holocausto - Col. Job.
Vuelvo… de casa de la portera de Paul Valéry. Por fin me he decidido a ir a buscar mi libro. Después de comer, el sol brillaba; no había amenaza de chubasco. Tomo el 92 hasta l’Etoile. Al bajar la avenida Victor Hugo han empezado mis aprensiones. En la esquina de la rue de Villejust, he tenido un momento de pánico. Y de inmediato la reacción: «Tengo que asumir la responsabilidad de mis actos. There’s no one to blame but you [Sólo puedes culparte a ti misma]». Y he recobrado toda mi confianza. Me he preguntado cómo había podido tener miedo. La semana pasada, incluso hasta este momento, esto me parecía totalmente natural. Es mamá la que me ha intimidado al mostrarme que estaba muy asombrada de mi audacia. De lo contrario me parecía muy normal. Siempre mi estado de semiensueño. He tocado el timbre del 40. Un fox terrier se abalanza sobre mí ladrando, la portera le llama. Me pregunta con aire desconfiado: «¿Qué desea?» Le respondo con mi tono más natural: «¿El señor Valéry no ha dejado un paquetito para mí?» (No obstante, a distancia, yo me asombraba de mi aplomo, pero desde muy lejos.) La portera ha entrado en su garita: «¿A qué nombre?» «Señorita Berr». Se ha dirigido hacia la mesa. Yo sabía de antemano que estaba allí. Ella rebusca y me entrega el paquete, envuelto con el mismo papel blanco. Le digo: «¡Muchas gracias!». Muy amable, me responde: «A su disposición». Y me he ido, con el tiempo justo de ver que mi nombre estaba escrito con una letra muy clara, en tinta negra, sobre el paquete. Lo he deshecho en cuanto he llegado al otro lado de la puerta. En la guarda, había escrito con la misma letra: «Ejemplar de la señorita Hélène Berr», y debajo: «Al despertar, tan suave la luz y tan hermoso este azul vivo», Paul Valéry.
Y el júbilo me ha inundado, una alegría que confirmaba mi confianza, que armonizaba con el sol alegre y el cielo azul completamente límpido por encima de las nubes algodonosas. He vuelto a pie, con un pequeño sentimiento de triunfo al pensar lo que dirían los padres, y la impresión de que en el fondo lo extraordinario era lo real.
Ahora espero a Miss Day, que viene a merendar. El cielo se ha oscurecido de repente, la lluvia fustiga los cristales; se diría que es grave, ahora mismo ha habido un relámpago y truenos. Mañana tenemos que ir de picnic a Aubergenville con François y Nicole Job, Françoise y Jean Pineau, Jacques Clére. Al bajar la escalera de Trocadero, pensaba en mañana con alegría; al fin y al cabo habría muchos claros. Ahora mi alegría se ha ensombrecido. Pero el sol volverá a salir. ¿Por qué este tiempo es tan inestable? Es como un niño que ríe y llora a la vez.
Anoche me dormí después de haber leído la segunda parte de El monzón. Es magnífico. A medida que avanzo descubro la belleza de este libro. Anteayer era la escena entre Fern y su madre, las dos viejas. Anoche era la inundación, la casa de los Bannerjee y los Smiley. Tengo la sensación de vivir entre estos personajes. Ransome es ahora un viejo conocido, es muy atractivo.
La excitación de mañana ha ocupado la noche. No era un desbordamiento, sino una especie de alegría subyacente que a veces olvidabas y que volvía suavemente a ratos. Los preparativos eran como para un viaje. El tren sale a las ocho y treinta y tres. Hay que levantarse a las seis cuarenta y cinco.
Miércoles, 8 de abril
Vuelvo de Aubergenville. Hasta tal punto saciada de aire libre, de sol brillante, de viento, de aguaceros, de cansancio y de placer que ya no sé dónde estoy. Sólo sé que he tenido una crisis depresiva antes de cenar, en la habitación de mamá, sin causa normal o visible, pero cuyo origen era la tristeza de ver que se acababa este día maravilloso, de separarme completamente de su atmósfera. Nunca he podido acostumbrarme a que las cosas agradables tengan fin. No me esperaba esta crisis de desesperación. Creía haber olvidado estas chiquilladas, pero me ha ocurrido sin que me diera cuenta, sin que tampoco intentara combatirlo. Y además al volver he encontrado una carta de Odile y otra de Gérard, ésta malvada, hiriente. Se burla de mí, de mi carta. Ya no me acuerdo de qué se trataba, pero pensaba que él me entendería. Voy a responderle en el mismo tono.
Los ojos se me cierran aunque no quiera. El día desfila a jirones por mi mente embrutecida, vuelvo a ver la partida en la estación bajo un chaparrón y un cielo gris; el viaje en tren con las bromas alegres, la impresión de que todo iba a salir bien este día, el primer paseo por el jardín con la hierba mojada, bajo la lluvia, y la brusca aparición del pequeño campo, la partida de deck tennis antes de comer, la mesa de la cocina y el almuerzo muy animado y divertido, y luego todos han ayudado a fregar los platos, Françoise Pineau los secaba metódicamente, Job los ponía en su sitio, con la pipa en la boca. Jean Pineau ordenaba un tenedor o un plato al mismo tiempo y se reía cada vez que le atrapábamos, abriendo los brazos con aire evasivo; el paseo por la carretera de la meseta, a pleno sol, el chubasco recio y breve, mi conversación con Jean Pineau, el regreso al pueblo, donde nos hemos encontrado con Jacques Clére, el paseo hasta Nézel, bajo un cielo límpido, y un horizonte cada vez más amplio y luminoso, la merienda simpática con el chocolate sin azúcar e insípido, el pan, la mermelada; la sensación de que todos éramos felices, el regreso con Denise y las dos Nicole apretujadas sobre una banqueta para que Job se pudiera sentar con nosotros, mis mejillas ardiendo; la hermosa cara de Jean Pineau enfrente de mí, con sus ojos claros y sus rasgos enérgicos, las despedidas en el metro y las sonrisas que expresaban el placer sincero y franco del día. Todo esto me parece a la vez extrañamente cercano y extrañamente lejano. Sé que se ha acabado, que estoy aquí, en mi habitación, y al mismo tiempo oigo las voces, veo los rostros y las siluetas como si estuviese rodeada de fantasmas vivos. Es porque el día no es ya del todo presente y no es aún pasado. La quietud a mi alrededor bulle de recuerdos y de imágenes.
«Regreso al pueblo, donde nos hemos encontrado con Jacques Clére, el paseo hasta Nézel, bajo un cielo límpido, y un horizonte cada vez más amplio y luminoso, la merienda simpática con el chocolate sin azúcar e insípido, el pan, la mermelada; la sensación de que todos éramos felices».
Diario, miércoles 8 de abril de 1942, p. 20.
© Memorial del Holocausto - Col. Job.
Jueves por la mañana, 9 de abril
Me despierto a las siete. Todo se embrollaba en mi cabeza. La alegría de ayer, la decepción de anoche, el estado de unpreparedness [incapacidad de reaccionar] en que me encuentro para el día de hoy, no habiendo previsto nada anteayer para más allá de este día, mi irritación contra Gérard que, si la razono, desaparece porque en el fondo tiene razón en burlarse de mí; la cara seria y apasionada a la vez de Jean Pineau en el tren; el pensamiento de que Odile se ha ido definitivamente, en el momento justo en que había una plenitud y nuestra amistad empezaba a ser más profunda. ¿Qué voy a hacer sin ella ahora?
Sábado, 11 de abril
Esta noche he tenido unas ganas tremendas de mandarlo todo a paseo. Ya estoy harta de no ser normal; harta de no sentirme ya libre como el aire, como el año pasado; harta de sentir que no tengo derecho a ser como antes. Me parece que estoy atada a algo invisible y que no puedo apartarme de ello a mi antojo, llego a odiar esa cosa y a deformarla.
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