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Rodrigues - El regate

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Rodrigues El regate
  • Libro:
    El regate
  • Autor:
  • Editor:
    Editorial Anagrama
  • Genre:
  • Año:
    2014
  • Índice:
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El regate: resumen, descripción y anotación

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Un tema comentado con frecuencia es la ausencia de grandes novelas sobre fútbol. El regate pone en jaque dicha creencia: a través de una trama de rivalidad y venganza familiar en la que se mezclan el fútbol, la política y el sexo, Sérgio Rodrigues emprende una celebración del glorioso pasado deportivo brasileño, que es, al mismo tiempo, un homenaje nostálgico a la ciudad de Río de Janeiro. «Hacía falta en el panorama de la literatura brasileña una gran novela como ésta, que repasa la historia del fútbol. La descripción del regate de Pelé al portero uruguayo Mazurkiewicz, en el Mundial de 1970, es espectacular. Es el libro que me gustaría haber escrito» (Tostão, Folha de S.Paulo).

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Índice Para H por el aliento Hay quien dice que el fútbol del pasado es el - photo 1

Índice

Para H., por el aliento

Hay quien dice que el fútbol del pasado es el que era bueno. De vez en cuando te topas con un nostálgico. Todos blancos, ninguno negro.

M ARIO F ILHO ,

«El negro en el fútbol brasileño»

El tiempo se bifurca perpetuamente hacia innumerables futuros. En uno de ellos soy su enemigo.

J ORGE L UIS B ORGES ,

«El jardín de senderos que se bifurcan»

Llega a la cabaña Antônio

Encuentra a su papito

Concentrado escribiendo.

Le rasga el pecho el demonio

Y mata al viejito

Como debe ser.

K OPO D ELECHE & K OPO D ERRUM ,

«Coração paterno»

El televisor es un viejo armatoste de rayos catódicos.

La jugada no debe de durar más de diez segundos, pero, con las interrupciones de Murilo, llena minutos enteros, mientras narra sin prisa, play, pause, rew, play, lo que en aquella época fue narrado con asombro.

Lo primero que ves es una imagen congelada que de inmediato identificas como del Mundial del 70 por el short de la selección brasileña, que es de un azul más claro que el habitual, además de escandalosamente corto para los patrones actuales. Tostão, cabezón inconfundible, número 9 en la espalda, conduce la pelota observado a cierta distancia por un sujeto de camiseta celeste y calzoncillo negro. Murilo suelta la imagen tres segundos, Tostão conduce la pelota, y cuando vuelve a detenerla, Pelé aparece en la esquina superior derecha y tú sientes un estremecimiento en la barriga como si la velocidad del mundo se hubiera precipitado de repente, alguien acaba de encender un acelerador de partículas. El viejo sigue con su narración casera, en este momento, dice, fíjate, nosotros vemos lo que Tostão también acaba de ver, a Pelé proyectándose desde la banda derecha como una bestia, una pantera con sangre de guepardo.

El ímpetu es de inmediato contenido, editado, rew, play, pause, play. La pelota sale de los pies de Tostão, vuelve, sale, vuelve. El pase es perfecto, dice Murilo, sentado cerca de ti en el sofá junto a la chimenea encendida, un niño que juega con su pistola láser. Un miligramo más o menos de fuerza y sería casi perfecto, prácticamente perfecto, pero no, es perfecto, lanzado con la zurda desde la banda izquierda como una diagonal de dibujante de Brasilia, una curvatura muy leve, en dirección al centro del área grande. En este momento la imagen comienza a andar hacia adelante en cámara lentísima. De repente, todo lo que vemos, la voz del hombre es baja y gangosa, sin el tono de comando de antes, todo lo que vemos es a Pelé corriendo en dirección a una pelota blanca, pero ahí viene el portero y ahora la pelota está entre Pelé y el portero, más cerca del genio negro pero cada vez menos, porque el portero, que además es el famoso Mazurkiewicz, el portero resuelve ir a la pelea y sale con todo del área, no le importa nada.

Murilo congela la imagen de nuevo y apunta los ojos hacia ti. ¿Cuántos años tienes, Tiziu? ¿Cincuenta, casi? Ah, más que suficiente para haber abandonado la fe ciega en la razón y saber que nuestro cerebro de cazadores prehistóricos hace increíblemente deprisa los cálculos que implica un problema de este tipo: ¿quién va a llegar a la pelota primero? Son tan rápidas esas operaciones mentales que ya ni las llamamos cálculo, las llamamos instinto. Nuestro instinto dice que Pelé va a llegar antes que Mazurka, ¿no? Pero va a ser por poco. El portero uruguayo hace lo que puede, entra al semicírculo un milésimo de segundo antes que Pelé, pero no a tiempo para interceptar la pelota. La pelota queda entre los dos y nosotros volvemos a sentir, como Mazurka siente también, que será del delantero, que viene embalado. Lo que hace el buen portero de la Celeste es arrodillarse y, aunque ya está fuera del área, qué remedio, abrir los brazos.

Congelada, la imagen de la vieja cinta de video se distorsiona. Parece que el negro de la camiseta amarilla y el blanco que viste todo de negro van a colisionar, quizá a fundirse, haces luminosos que intentan olvidar que un día fueron carne.

Mira a Mazurkiewicz, dice el viejo. No se necesita ser telépata para saber que espera que Pelé busque el gol desde allí, es lo que harían la mayoría de los delanteros, porque en ese caso tendría una oportunidad de impedirlo. Sólo puede rezar para que el brasileño no haga lo que un jugador de su envergadura probablemente preferirá hacer, es decir, cortar al portero por la izquierda, cosa fácil al paso que viene, un movimiento que desembocaría en una de dos posibilidades: o el portero agarra las piernas de Pelé cometiendo falta o Pelé concluye de zurda a la portería vacía, o casi, defendida únicamente por el zaguero que, sin demora, entrará en cuadro, apresurado como si estuviera a punto de perder el último tren, y que acabará a volteretas por el suelo. El nombre de ese infeliz era Ancheta. Sólo para que conste.

Murilo te mira con una media sonrisa. Sus ojos reflejan las llamas de la chimenea y tienen un fulgor frío que no recuerdas haber visto nunca, una mirada que parece ya casi póstuma, brasas minúsculas dentro del hielo. Ahora déjame preguntarte, Neto, ¿por qué Pelé no hizo eso? Era lo correcto, ¿no? Por supuesto que lo era, piedritas fosforescentes en el césped, un camino que él ya había trillado un trillón de veces igualito, zumbando desde la banda derecha hacia el centro del área detrás de una pelota metida por Coutinho o por Zito, o por Didi en la selección. Pero de repente estamos en 1970, el pase es de Tostão y, aquí está la clave, Pelé ya es Pelé. Está harto de saber que es un mito, un semidiós, ¿qué puede perder si intenta ser un dios completo? Por eso no hace lo correcto, hace lo sublime. Cambia el camino trillado del gol, del gol seguro que había hecho tantas veces, por el incierto que, como veremos, jamás haría.

En la televisión, mientras los dos borrones se funden lentamente, la pelota, un descalabro, los atraviesa. Como si fueran porosos, el espíritu que olvida que es carne justo en el acto, adelantándose a la cinta.

Ja ja, te ríes, no tanto por la sorpresa, reconociendo la jugada tantas veces vista, pero feliz, como siempre, con su regreso. Tú miras la televisión y Murilo te mira a ti, estudiando tu reacción. Parece satisfecho con lo que ve.

En su rechazo a tocar la pelota transformado en un Bartleby súbito, dice, Pelé refinó el fútbol a su esencia más etérea. El fútbol se convirtió en idea pura y, de repente, hombres, pelota, nadie se comportaba como se esperaría que se comportara en este mundo vano. Tomado por sorpresa como todos nosotros, el pobre Mazurka ve que la pelota pasa a su izquierda y que corta como un cuchillo el filete derecho del área grande, mientras Pelé es un flash auriceleste que destella hacia el lado opuesto.

En la pantalla, el portero uruguayo le da la espalda a la pelota, tiene una rodilla en el suelo y el cuello torcido a la derecha, mirando al delantero que se va, como si hubiera pasado un ventarrón. Y a la izquierda del cuadro, muy lejos de la pelota, ya dentro del área grande y más borroneado que nunca, Pelé comienza a modular los pies para cambiar de rumbo.

Lo que Pelé tiene que hacer ahora es bien facilito, regalado, ¿o no?, el viejo abre una sonrisa en la que se ve con nitidez la sombra de la calavera en la que pronto se convertirá. Tiene que frenar para corregir radicalmente su ángulo de desplazamiento, frenar y en el mismo instante recomenzar la carrera en la dirección contraria, ahora detrás de la pelota, él que venía al tropel más desbocado fingiendo ignorarla. Se acabó el reinado de la idea pura, demasiado sublime para durar en el tiempo, el mundo material se impone otra vez con su masa, su aceleración, las leyes de la física al completo. Tiene que dar un giro de noventa grados y no perder velocidad, porque, fíjate, tiene que alcanzar la pelota antes que los adversarios y encima con un buen ángulo de disparo.

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