Índice 1956 1961
—Hace tres días salió Adán y no ha vuelto. Ay, yo era feliz, yo era feliz. He tenido miedo, no he podido dormir. Estoy sola. ¿Por qué no regresa? Salí a buscarlo pero él no estaba, lo llamé. ¿Qué puedo hacer sin él? Todo es muy grande, muy largo, sin rumbo. ¿Qué puedo hacer sin él? Todo es muy grande, muy largo, sin rumbo.
Estoy perdida, rodeada de cosas extrañas, ¿por qué no vuelve ya? Adán, Adán, Adán, se va a apagar el fuego, me voy a apagar yo, y tú no vuelves. ¿Qué vas a encontrar? Y Eva se ha quedado dormida. Y estaba dormida cuando llegó Adán. Adán llegó cansado pero no descansó. Se puso a mirarla, y la estuvo mirando por primera vez.
—¡Qué fresca es la sombra del plátano! De una hoja de plátano se desprenden infinitas hojas de agua que están descendiendo siempre.
Me gustan las hojas, verdes, acanaladas, y los racimos, y los retoños unánimes, agudos, como una bandada de peces hacia arriba. ¿Has visto el tronco? Es un panal de agua. Me gusta el platanar con su humedad sombría y derriba da, con su lecho en que se pudre el sol, y con sus hojas golpea das y tranquilas. Me gusta el platanar cuando llueve porque sue na sonoramente, porque se alegra como una bestia bañándose y saltando. Me gusta la sombra del plátano y sus pequeños nidos de aire, y el aire dulce y torpe aprendiendo a volar.
Fuimos al mar. ¡Qué miedo tuve y qué alegría! Es un enorme animal inquieto. ¡Qué miedo tuve y qué alegría! Es un enorme animal inquieto.
Golpea y sopla, se enfurece, se calma, siempre asusta. Parece que nos mirara desde dentro, desde lo hondo, con muchos ojos, con ojos iguales a los que tenemos en el corazón para mirar de lejos o en la obscuridad. En un principio nos tiró varias veces. Después Adán se enfureció y se puso a dar de puñetazos a las olas. A mí me dio risa, me quedé en la playa mirando. Adán no podía.
Al rato salió, cansado, húmedo, y no dijo nada, y se durmió. Entonces me puse a oír el mar. Ya iba obscureciendo. Suena igual que la noche, con un vasto, infinito silencio, con una honda voz. Se extiende su sonido obscuro y nos penetra por todas partes. Es un sonido de agua espesa, de agua que quiere levantarse como un animal herido.
De ahora en adelante viviremos a la orilla del mar. Aquí están a la misma altura el sol y el mar, a la misma profundidad las estrellas y los grandes peces. Aprenderemos el mar. Él también tiene sus montañas y sus vastas llanuras, sus pájaros, sus minerales, y su vegetación unánime y difícil. Aprenderemos sus cambios, sus estaciones, su permanencia en el mundo como una enorme raíz, la raíz del árbol de agua que aprieta la tierra, el árbol inmenso que se extiende en el espacio hasta siempre. El mar es bueno y terrible como mi padre.
Yo le quiero decir padre mar. Padre mar, sostenme, engéndrame de nuevo en tu corazón. Hazme incorruptible, receptora del mundo, purificadora, a pesar.
Me duele el cuerpo, me arden los ojos, parece que estuviera quemándome. Mi agua está hirviendo dentro de mí. Y un viento frío bajo mi piel anda aprisa, frío, y termina empujándome la quijada hacia arriba con golpes menudos e incesantes.
Estoy ardiendo, no puedo ni moverme. Estoy débil, con dolor, con miedo. Eva no ha dormido, está asustada, me ha puesto hojas en la frente. Cuando me puse a hablar anoche se me echó encima y se restregó conmigo y quería callarme. Así se estuvo y tenía los ojos mojados como mi espalda. Le dije que sus ojos también me dolían y ella los cerró contra mi boca.
Ahora tengo sed. Estoy golpeado y seco. Me duele. Tengo la cabeza podrida. No hay una parte mía que no esté peleando con otra. ¡Qué diferente de mí es todo esto! Esto es ser otro, otro Adán. ¡Qué diferente de mí es todo esto! Esto es ser otro, otro Adán.
Está pasando a través de mí y me duele. Me gustaría estar rodeado de piedras calientes. El otro día me gustó un árbol, lo derribé. Caía con ruido, quebrándose, cayéndose. Así estoy sonando, así, hacia abajo, apretado, derrumbado, sonando.
Es una enorme piedra negra, más dura que las otras, caliente.
Parece una madriguera de rayos. Tumbó varios árboles y sacudió la tierra. Es de esas que hemos visto caer lejos, iluminadas. Se desprenden del cielo como las naranjas maduras y son veloces y, duran más en los ojos que en el aire. Todavía tiene el color frío del cielo y está raspada, ardiendo. —Me gusta verlas caer tan rápidas, más rápidas que los pájaros que tiras.
Allá arriba ha de haber un lugar donde mueren y de donde caen. Algunas han de estar cayendo siempre; parece que se van muy lejos, ¿a dónde? —Ésta vino aquí. Pero la llevaré a otro sitio. La voy a echar rodando hasta los bambúes, los va a hacer tronar. Quiero que se enfríe para abrirla.
Eva ya no está.
Eva ya no está.
De un momento a otro dejó de hablar. Se quedó quieta y dura. En un principio pensé que dormía. Más tarde la toqué y no tenía calor. La moví, le hablé. La dejé allí tirada.
Pasaron varios días y no se levantó. Empezó a oler mal. Se estaba pudriendo como la fruta, y tenía moscas y hormigas. Estaba muy fea. La arrastré afuera y le puse bastante paja encima. Diariamente iba a ver cómo estaba, hasta que me cansé y la llevé más lejos.
Nunca volvió a hablar. Era como una rama seca. No sirve para nada, no hace nada. Poco a poco se la come la tierra. Allí está. Se la come el sol.
No me gusta. No se levanta, no habla, no retoña. Yo la he estado mirando. Es inútil. Cada vez es menos, pesa menos, se acaba. ¡Qué inútil es hablarte, hablarme! Hombre solo soy, quedé. ¡Qué inútil es hablarte, hablarme! Hombre solo soy, quedé.
Quedé manco, podado; a mi mitad quedé. Aquí me muero. Porque los ojos de la muerte me han visto y giran alrededor cazándome , llevándome. Aquí me callo. De aquí no me muevo.
Bajo mis manos crece, dulce, todas las noches.
Tu vientre manso, suave, infinito. Bajo mis manos que pasan y repasan midiéndolo, besándolo; bajo mis ojos que lo quedan viendo toda la noche. Me doy cuenta de que tus pechos crecen también, llenos de ti, redondos y cayendo. Tú tienes algo. Ríes, miras distinto, lejos. Mi hijo te está haciendo más dulce, te hace frágil.
Suenas como la pata de la paloma al quebrarse. Guardadora, te amparo contra todos los fantasmas; te abrazo para que madures en paz. 1956 Al general Francisco J. Grajales, D.D.O. 1952 Sálvanos, oh Dios, salud nuestra: Júntanos y líbranos de las gentes… CRÓNICAS , 16, 35
…porque ha salido el rey de Israel a buscar una pulga, así como quien persigue una perdiz por los montes. SAMUEL , 26, 20
Estamos haciendo un libro, testimonio de lo que no decimos.
Reunimos nuestro tiempo, nuestros dolores, nuestros ojos, las manos que tuvimos, los corazones que ensayamos; nos traemos al libro, y quedamos, no obstante, más grandes y más miserables que el libro. El lamento no es el dolor. El canto no es el pájaro. El libro no soy yo, ni es mi hijo, ni es la sombra de mi hijo. El libro es sólo el tiempo, un tiempo mío entre todos mis tiempos, un grano en la mazorca, un pedazo de hidra. Yo voy con las hormigas entre las patas de las moscas.
Yo voy con el suelo, por el viento, en los zapatos de los hombres, en las pezuñas, las hojas, los papeles; voy a donde vas, Tarumba, de donde vienes, vengo. Conozco a la araña. Sé eso que tú sabes de ti mismo y lo que supo tu padre. Sé lo que me has dicho de mí. Tengo miedo de no saber, de estar aquí como mi abuela mirando la pared, bien muerta. Quiero ir a orinar a la luz de la luna.
Tarumba, parece que va a llover. del día entran gentes y cosas , yerbas de mal olor, caballos desvelados, aires con música, maniquíes iguales a muchachas; entramos tú, Tarumba, y yo. Entra la danza . Entra el sol. Un agente de seguros de vida y un poeta. Un policía.
Todos vamos a vendernos, Tarumba. , tú ya conoces el deseo . Te jala, te arrastra, te deshace. Zumbas como un panal. Te quiebras mil y mil veces. Dejas de ver mujer cuatro días porque te gusta desear, te gusta quemarte y revivirte, te gusta pasarles la lengua de tus ojos a todas.
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