INTRODUCCIÓN
YURI TRÍFONOV nació en Moscú el 28 de agosto de 1925 y se graduó en el Instituto literario Gorki en 1947. Diez años antes, su padre, reconocido geógrafo, fue fusilado durante las purgas estalinianas. Trífonov muere en 1981 a consecuencia de un embolia.
Poseedor de una formación clásica, él mismo reconoció influencias estilísticas de Chéjov, principalmente, y, de menor importancia, de Dostoïevski. Como en el caso de otros intelectuales soviéticos, ha sufrido incomodidades y silencios oficiales que han hecho difícil la difusión de su obra. Pese a ello, le fue reconocida su labor con el Premio estatal de la URSS en 1950. Escribió, entre otras, las novelas Los estudiantes (1950), El resplandor de la hoguera (1965) y Otra vida (1975).
El peso de la dura realidad soviética terminará influyendo en sus narraciones, traduciéndose en una visión amarga que matiza con una esperanzada ternura, expresada vigorosamente, hacia sus personajes.
Título original: Dom na naberezbnoi
Yuri Trífonov, 1976
Traducción: Victoriano Imbert, 1990
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
[1] Rev. Druzhba naródov (La amistad de los pueblos), 1976, n.° 1.
[2] Rev. Druzhba naródov (La amistad de los pueblos), 1989, n.° 10.
[3]Moscú, Ediciones Destino, Barcelona, 1988.
«Una mole gris, cuadrada, como un enorme adoquín, mira por uno de sus lados al río Moskvá y por otro al Kremlin. Y a sus espaldas se extiende Iakimanka, un antiguo barrio moscovita, antes de comerciantes y entonces de gente de aluvión llegada de todas partes del país. En esta casa de 1930, como otros hijos de dirigentes y burócratas —como algunos protagonistas de su novela—, vivió Trífonov hasta la detención de su padre. Las entrañas de este mastodonte enorme y achaparrado, que los moscovitas llamaban y siguen llamando la “casa del malecón”, vieron el juego siniestro del gato y el ratón del 37 que Stalin montó para exterminar toda oposición presente y futura a su poder.
Éste es el primer detalle que podemos añadir a la novela: se trata de una obra con una referencia directa, transparente, a la realidad; el autor nos narra un drama vivido y sentido por él mismo. Pero la obra habla de los padres y de los años treinta sólo de paso; sus protagonistas son los hijos, la generación de Trífonov, los hijos de la elite y los jóvenes de las miserables casas de los alrededores, que heredaron una de las mejores esencias de su tiempo: el miedo. Trífonov, con la mirada retrospectiva de su héroe, habla de su presente, sobre la descomposición de aquella «nueva formación histórica» que se denomina homo sovieticus, un nuevo ser —el «hombre del futuro glorioso»— cuyas cualidades no se derivan de las supervivencias del capitalismo, ni de la influencia de la perniciosa ideología burguesa, sino que emerge de la esencia misma del modo de vida soviético, de la psicología de la elite del partido y del gobierno, en definitiva, de los servidores del poder que poblaban las espaciosas y claras habitaciones de la casa del malecón».
(De la Introducción de Ricardo San Vicente).
Yuri Trífonov
La casa del malecón
Novelas moscovitas - 5
ePub r1.0
Titivillus 01.07.2019
Una psicología moral de lo cotidiano
En octubre de 1989, en la misma revista literaria en que vio la luz en 1976 La casa del malecón,. En ellas —un fragmento más, rescatado de la memoria silenciada y deformada, que como un alud invade hoy las publicaciones soviéticas— el autor narra su accidentada relación con Aleksandr Tvardovski, su primer editor y director de Novi Mir, la revista literaria más importante del «deshielo» jruscheviano.
En estas notas escritas en 1972, al hilo de sus recuerdos sobre Tvardovski y sobre aquellos años de lucha y esperanzas, Trífonov recorre su propia evolución, su lento y breve paso por la literatura. Y recordando la muerte de Tvardovski (1971), haciendo balance de la derrota, del fin de una época, Trífonov concluye sus recuerdos con un lamento: «¡Dios mío, pero si todo esto es como un horror ya conocido! ¡Si todo esto ya ha ocurrido en Rusia! ¿Por qué entonces ha de suceder de nuevo? ¿Para qué? ¿Y será posible que nadie, nadie pueda comprender que esto no puede ser?».
Ya desde los turbulentos años cincuenta, pero especialmente a partir del hundimiento del «deshielo», desde finales de los sesenta hasta su muerte prematura en 1981, Trífonov intenta comprender este horror recurrente, este algo conocido y presente que retorna y envuelve las almas encadenadas, impregnadas y corrompidas por el horror.
Si muchos escritores de su tiempo miran hacia el pasado, hacia los tiempos del terror estaliniano, de la muerte física de todo lo sano que quedó de la revolución, Trífonov construye una crónica de la muerte moral, de la descomposición de una generación —la suya—, marcada por un pasado pavoroso y de futuro incierto, que para sobrevivir se humilla, miente, renuncia sin gran esfuerzo a su condición de ser libre e íntegro, para hundirse en el lodazal anónimo y secreto de la protectora intimidad y del tedio cotidiano.
Aunque Trífonov nació en Moscú —en agosto de 1925—, su padre era un cosaco del Don. Valentín Trífonov fue lo que se llama un revolucionario profesional, participó en la revolución de 1905 y, en la de 1917, fue uno de los fundadores del Ejército Rojo, en el que desempeñó un papel destacado hasta el final de la guerra civil. Pero en los años treinta se vio paulatinamente relegado de sus cargos, hasta seguir el camino de innumerables revolucionarios de la vieja guardia: arresto en 1937 y un tiro en la nuca en los sótanos de la Lubianka (la actual sede de la KGB en Moscú) en 1938. La madre —hija y esposa de bolcheviques—, tras la detención de su marido, recorrió el archipiélago de los campos de trabajo. Conviene añadir que, si casi en todas las familias soviéticas hay alguna víctima de la guerra o de la represión estalinista, en la de Trífonov el destino se cebó con verdadera saña.
Tras acabar la escuela en Tashkent (Asia Central) en 1942, Yuri Trífonov trabajó de obrero en una fábrica de aviación moscovita, alimentando lo que había quedado de su familia tras la hecatombe: su hermana pequeña y la abuela materna (vieja revolucionaria que en 1912 dio cobijo en su casa de Petersburgo a Stalin, entonces en la clandestinidad, y más tarde le enviaría paquetes a su lugar de deportación en Siberia).
En Moscú Trífonov logró compaginar el trabajo en la fábrica con su verdadera vocación, la literatura. Empezó a estudiar en el Instituto de literatura Gorki (1944-49), donde se formaban (y se forman) los futuros «ingenieros de almas» —como los llamaba Stalin—, los aspirantes a escritores.
El éxito le llegó pronto, con su primera novela Estudiantes (1950), por la que recibió el Premio Stalin de aquel año; aunque de tercera categoría, es cierto.
Cuenta el propio autor que el premio además de la fama le trajo serios problemas, porque al rellenar el impreso correspondiente al premio no tuvo más remedio que desvelar su condición de hijo de un «enemigo del pueblo», hecho que desconocían con seguridad los que lo habían propuesto para el galardón más importante de la época (hoy llamado Premio Estatal). Siempre en palabras del autor, que ahora salen a la luz, Stalin, informado del estigma que llevaba el escritor —por el que muchos familiares de «enemigos del pueblo» aún sufrían duros castigos—, preguntó: «Pero ¿la obra es buena?». Y Konstantín Fedin, el padrino literario de Trífonov y una de las glorias oficiales razonablemente honestas para aquellos tiempos, respondió lacónico: «Sí, es buena». Estas palabras salvaron a Trífonov. Pero años más tarde el autor se preguntará: tal vez Stalin, que quizá todavía recordara su familia, había jugado con él a uno de sus juegos favoritos: «hacer besar a los hijos las manos manchadas con la sangre de sus padres».