Peter Debry - LAS LUNAS DE YAC
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- Libro:LAS LUNAS DE YAC
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PETER DEBRY
LAS LUNAS
DE YAC
Colección
LA CONQUISTA DEL ESPACIO n.° 23
Publicación semanal
Aparece los VIERNES
EDITORIAL BRUGUERA, S. A.
BARCELONA – BOGOTÁ – BUENOS AIRES – CARACAS – MÉXICO
Depósito Legal: B 44.057 – 1970
Impreso en España – Printed in Spain
1. ª edición: enero, 1971
© PETER DEBRY – 1971
sobre la parte literaria
© JORGE NUÑEZ - 1971
sobre la cubierta
Concedidos derechos exclusivos a favor
de EDITORIAL BRUGUERA, S. A.
Mora la Nueva, 2. Barcelona (España)
Impreso en los Talleres Gráficos de Editorial Bruguera, S. A.
Mora la Nueva, 2 – Barcelona – 1971
Todos los personajes y entidades privadas que aparecen en esta novela, así como las situaciones de la misma, son fruto exclusivamente de la imaginación del autor, por lo que cualquier semejanza con personajes, entidades o hechos pasados o actuales, será simple coincidencia.
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18. — Máquinas rebeldes. — Glenn Parrish.
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20. —Nunca se muere. — LuckyMarty.
21. — La piel de la serpiente. — Glenn Parrish.
22. — Yo, Lázaro. — Curtís Garland.
Ciento setenta días muriéndose. Ciento setenta días agonizando sin morirse del todo.
Luchaba para sobrevivir con la pasión de una bestia presa en una trampa.
Deliraba, pero a instantes su mente primitiva emergía de la ardiente pesadilla de supervivencia, para alentar en algo parecido a sensatez y normalidad.
Entonces gruñía imprecaciones, y las palabras malsonantes acudían con facilidad a sus labios.
Había sido educado en la escuela callejera del siglo XXIV y su lenguaje era el del golfo callejero.
De todos los brutos del mundo era el de menor calidad vivo y por esta misma razón el más apto para sobrevivir.
Por esto luchaba inconscientemente como una fiera para no morirse, y en vez de suplicar o rezar, imprecaba y maldecía.
A instantes su enmarañada mente saltaba veinticinco años atrás y le susurraba una extraña nana que por entonces le cantaban:
Yac Ferris es mi nombre
y Terra es mi nación.
El lejano espacio es mi sino
y muerte mi destino.
Eso era él. Yac Ferris, maquinista de tercera, veinticinco años de edad, recio y áspero...
Con ciento setenta dias al garete en el espacio.
Yac Ferris, el fogonero, engrasador y limpiatodo. Con una gran facilidad para meterse en peleas, demasiado lunático para amores y amistades, demasiado perezoso para dedicarse a pensar mucho.
La propensión aletargada de su carácter ya aparecía en la ficha oficial de los archivos de la Marina mercante:
FERRIS, YAC (BAD) 114/113: 005.
Instrucción: Ninguna.
Especialidad: Ninguna.
Méritos: Ninguno.
Recomendaciones: Ninguna.
Observaciones particulares:
«Hombre físicamente fuerte y de potencial intelecto atrofiado por falta de ambición. El estereotipo del Hombre Común. Una conmoción inesperada, un choque emotivo, podría posiblemente despertarle de su letargo, pero la prueba Siquis no dio con la clave. No es recomendable para ningún ascenso. Ferris, Yac,ha llegado a su punto muerto, inmerso en un callejón sin salida.»
Había llegado al punto muerto, al callejón sinsalida.
Se contentó en ir a la deriva durante veinticinco años, como una criatura pesadamente blindada, con una gran cachaza e indiferencia.
Yac Ferris, el prototipo de Hombre Común. Pero ahora vagaba por el espacio desde hacía ciento setenta días y la clave de su despertar era un misterios ellado. Una clave metida en una caja fuerte y vacía.
La nave espacial Tramp merecía su nombre, yaque vagabundeaba entre Marte y Júpiter.
Cualquiera que fuese la causa que originó la catástrofe, había convertido el enorme cohete en un esqueleto retorcido en cuya armadura flotaban los restos de cámaras, compartimentos, puentes de paso y mamparos.
Las grietas del casco eran llamaradas de luz por el lado solar y heladas manchas de estrellas por el costado tenebroso.
La nave perdida era un flotante conglomerado de restos congelados que colgaban dentro de aquel barco destruido, como si fuera la foto instantánea de una explosión.
Los restos se apilaban caprichosamente y eran periódicamente apartados por el paso a través de ellos del único tripulante todavía con vida en aquella ruina.
Yac Ferris, BAD-114/113: 005.
Se alojaba en el único cuarto de aire acondicionado que había quedado intacto en la catástrofe. Un comp a rtimento para herramientas en el corredor del puente principal.
El compartimento tenía un metro de ancho y fondo por dos de alto.
Era el tamaño apropiado para el ataúd de un coloso.
Seiscientos años antes fue considerado una tortura oriental encerrar a un hombre en una jaula de aquel tamaño durante un as semanas.
No obstante, Ferris había residido en aquella jaula durante cinco meses, veinte días y cuatro horas.
* * *
—¿Quién eres?
—Yac Ferris es mi nombre.
—¿De dónde eres?
—Terra es mi nación.
—¿Dónde estás ahora?
—El lejano espacio es mi sino.
—¿Dónde te diriges?
—Muerte es mi destino.
En el día ciento setenta y uno de su lucha para sobrevivir, Ferris contestó estas preguntas y despertó. Repicaba fuertemente su corazón y le ardía la garganta.
En la penumbra tanteó en busca del depósito deaire con el cual compartía aquel ataúd. El depósito estaba vacío.
Por los estantes del compartimento localizó un traje espacial. El único que quedaba a bordo del Tramp. Lo revistó.
Contenía suficiente aire almacenado para permitirle cinco minutos en el vacío. Ni un minuto más.
Ferris abrió la compuerta del compartimento zam bulléndose dentro del negro exterior helado. Transportaba el depósito vacío que abandonó. Un minuto había transcurrido en la maniobra.
Se propulsó a través de los restos flotantes hacia la escotilla. Dando empujones con pies, codos y manos contra planchas, tabiques y esquinas.
Como un murciélago volando bajo el agua.
El tercer minuto lo empleó en desconectar un depósito de aire. Le zumbaban los oídos. El aire en su traje estaba enrareciéndose.
Fue empujando el cilindro hacia la escotilla. Habían pasado ya cuatro minutos y empezaba ya a perder el sentido, cuando pudo por fin empujar el cilindro dentro de su compartimento-vivienda.
Cerró la compuerta, y encontró el martillo que le permitía golpear la capa helada sobre la válvula hasta abrir la espita. Haciendo girar la manija, tenía una mueca crispada de terca obstinación.
Con el resto de sus energías se quitó el casco del traje para poder respirar mientras el compartimento se llenaba de aire...
Si aquel depósito contenía aire, porque si estaba descargado...
Se desmayó.
Como se había desmayado con tanta frecuencia sin saber nunca si era desvanecimiento temporal o muerte definitiva.
Despertó. Estaba vivo.
En la penumbra exploró los estantes donde guardaba sus raciones. Solamente quedaban unos paquetes. Rellenó de aire su traje espacial, volvió a cerrar herméticamente su casco y navegó al exterior, ascendiendo por los restos de una escalera en espiral hasta el puente de mando.
Un puente de mando que no era más que un corredor techado, en el espacio, con la mayor parte de sus tabiques destruidos.
Tenía el sol a su derecha y las estrellas a su izquierda, mientras flotaba hacia el pañol de víveres. A medio camino pasó ante un marco de compuerta todavía en pie entre puente y cubierta.
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