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Peter Debry - Fronteras del Terror

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Peter Debry Fronteras del Terror
  • Libro:
    Fronteras del Terror
  • Autor:
  • Editor:
    Bruguera
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PETER DEBRY

FRONTERAS

DEL TERROR

Colección

LA CONQUISTA DEL ESPACIO n.° 13

Publicación quincenal

Aparece los VIERNES

Fronteras del Terror - image 3

EDITORIAL BRUGUERA, S. A.

BARCELONA - BOGOTA - BUENOS AIRES

CARACAS - MEXICO - RIO DE JANEIRO

Depósito legal B 32.622-1970

Impreso en España - Printed in Spain

a edición: octubre, 1970

© PETER DEBRY -1970

sobre la parte literaria

© MIGUEL GARCIA-1970

sobre la cubierta

Concedidos derechos exclusivos a favor de EDITORIAL BRUGUERA, S. A. Mora la Nueva, 2. Barcelona (España)

Impreso en los Talleres Gráficos de Editorial Bruguera, S. A .

Mora la Nueva, 2 - Barcelona – 1970

Todos los personajes y entidades privadas que aparecen en esta novela, así como las situaciones de la misma, son fruto exclusivamente de la imaginación del autor, por lo que cualquier semejanza con personajes, entidades o hechos pasados o actuales, será simple coincidencia.


ULTIMAS OBRAS PUBLICADAS

EN ESTA COLECCIÓN

8. —LOS SUPERSERES — Glenn Parrish.

9. —PLANETA DE MUJERES — Keith Luger.

10. — MUÑECOS DE MUERTE — Marcus Sid e reo.

11. —PLAZA PARA UN PLANETA — Glenn Parrish.

12. — EL CANJE — Ralph Barby.


CAPÍTULO PRIMERO

Con suave susurro el tubo de comunicaciones dejó caer una cápsula-mensaje en la taza receptora. El timbre de aviso campanilleó por una sola vez.

Fryman Farland acechó la inofensiva cápsula como si fuese una bomba a punto de estallar.

Algo iba mal. Aquel mensaje significaba una anormalidad. Sintió en su estómago el estrujón de la inquietud. Aquello no era una nota rutinaria del servicio ni una comunicación del hotel, sino un mensaje personal y sellado.

Sin embargo, no conocía nadie en aquel planeta, ya que había llegado en el espacial , ocho horas antes y por vez primera. Por consiguiente no podía recibir ningún mensaje personal. Pero ahí estaba.

Rompiendo el sello con la uña del pulgar, quitó el tapón de cierre. El minúsculo alambre en la cápsula del tamaño de un lápiz daba a la voz grabada un sonido metálico, sin matiz que permitiese identificar a quien hablaba:

—Zask Metaurus desea ver a Fryman Farland. Estoy aguardando en el vestíbulo.

El mensaje no era normal, resultaba inquietante, y, sin embargo, no podía negarse a la petición. Cabía la posibilidad de que el solicitante fuera inofensivo. Quizás un vendedor de algo, o un caso de identidad equivocada.

Pero por si acaso, Farland colocó meticulosamente su pistola tras un cojín del diván, con el seguro quitado. Comunicó a la recepción la señal afirmativa aceptando recibir al visitante.

Cuando la puerta se abrió, Farland estaba arrellanado en una esquina del diván, paladeando el líquido tonificante de un vaso alto y estrecho.

«Un luchador ya maduro.» Este fue el primer pensamiento de Farland cuando entró el visitante.

Zask Metaurus era un hombre roquizo, de cabello cenizoso. Su cuerpo parecía cincelado en planas lajas de músculo. Su ropa gris era casi un uniforme.

Ceñida a su antebrazo había una rugosa y muy gastada funda, por cuyo extremo asomaba el cañón de una pistola.

Zask Metaurus dijo bruscamente a modo de saludo:

—Tú eres Farland, el tahúr. Tengo que hacerte una oferta.

Farland, acechando al desconocido por encima del borde de su vaso, dejaba que su mente calculase las probabilidades.

Aquel individuo o bien era policía o pertenecía a la competencia. Y Fryman Farland no quería líos ni con unos ni con otros, tan pronto. Primero tenía que estar mejor informado antes de dejarse liar en ningún trato.

Sonrió amablemente.

—Lo siento, amigo, pero te equivocaste de sitio. Me gusta siempre hacer favores, pero mi modo de jugar beneficia más a los casinos que a mí mismo.

O sea que ya ves...

—No juguemos el uno con el otro —atajó Zask cavernosamente—. Tú eres Farland, procedes de Lehob. Si quieres más nombres, te mencionaré el planeta Tahaum, el Casino Nimbo y muchos más. Tengo una proposición que nos beneficiará a ambos, y será mejor que me escuches sin salirte por la tangente.

Ninguno de los nombres mencionados provocó en Farland el menor cambio en su semisonrisa. Pero su cuerpo estaba tensamente alerta.

Aquel sujeto excesivamente musculoso sabía cosas que no tenía derecho a saber. Era ya el momento de cambiar de tema.

Dijo Farland:

—Te traes un portento de pistola. Muy bonita. Pero a mí las pistolas me ponen nervioso. Te agradecería que la dejases fuera.

Zask miró el arma enfundada en su antebrazo, como si la viera por primera vez. Y con expresión de fastidio, gruñó:

—Nunca me separo de ella.

Farland necesitaba jugar con ventaja si quería salir vivo de aquella entrevista.

Al inclinarse para dejar su vaso en la mesita, su otra mano reposó con toda naturalidad tras el cojín.

Tocaba ya la culata cuando manifestó indolentemente:

—Me temo que habré de insistir. Siempre me siento incómodo ante desconocidos con armas...

Hablaba para distraer la atención mientras sacaba su pistola.

Con destreza y rapidez.

Para los efectos resultantes pudo haberla sacado muy lentamente.

Zask Metaurus permaneció por completo inmóvil mientras aparecía la pistola empuñada por Farland, y mientras se movía en su dirección.

No actuó hasta el último instante.

Cuando lo hizo, su movimiento no fue visible.

Un instante antes su pistola estaba en la funda de su antebrazo. Y una décima de segundo después encañonaba a Farland entre los dos ojos.

Era una pistola pesada, fea, con el orificio frontal ennegrecido, revelando mucho uso.

Y Fryman Farland supo de inmediato que si alzaba su propia pistola tan sólo una fracción de centímetro, equivalía a condenarse a sí mismo a una muerte fulminante.

Bajó muy cuidadosamente el brazo, depositando el arma sobre el asiento como si quemase.

Zask Metaurus enfundó con la misma facilidad que había sacado, y dijo inexpresivo:

—Bueno, dejémonos de tonterías. Hablemos ya de negocios.

Farland cogió el vaso y deglutió un buen sorbo, para calmarse.

Era rápido con la pistola. Su vida había dependido en más de una ocasión de esta destreza . Y ésta era la primera vez que alguien le ganaba por la mano.

Lo que más le irritaba era l a manera con que Zask le ganó. Sin darle la menor importancia, como quien aventa una mosca.

Dijo Farland acremente:

—No tengo intención de hacer negocios. He venido a Junifer a por unas vacaciones, a descansar de todo trabajo.

—No nos engañemos, Farland. Tú nunca has trabajado en ninguna tarea decente en toda tu vida. Eres un jugador profesional y ésta es la razón por la cual he venido a verte.

Farland controló su malhumor y empujó la pistola al otro extremo del diván. Así no sentiría la tentación de emplearla, y suicidarse.

Hasta entonces estuvo muy seguro de que nadie le conocía en Junifer y había planeado dar el gran golpe en el casino.

—Bien, ¿y qué clase de negocio es el que ofreces?

Como respuesta, Zask se instaló en un sillón que crujió bajo su peso. Extrajo un sobre del bolsillo, hurgó en su interior y dejó caer sobre la mesita un fajo de relucientes billetes de Cambio Galáctico.

Farland miró los billetes, y súbitamente respingó, sentándose normalmente. Sostuvo un billete en el aire, al trasluz, preguntando:

—¿Falsos?

—Muy legítimos. Proceden de un Banco. Exactamente veintisiete billetes... o sea, veintisiete millones de créditos. Quiero que los emplees como caudal visible cuando vayas al casino esta noche. Juega con ellos y gana.

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