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Kapra - Despues del Cataclismo

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Kapra Despues del Cataclismo
  • Libro:
    Despues del Cataclismo
  • Autor:
  • Editor:
    Bruguera
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Despues del Cataclismo: resumen, descripción y anotación

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– Xenofobia, Curtís Garland .

– Ruta desconocida, Marcus Sidereo .

– Las estrellas malditas, J. Chandley .

– La última galaxia, Curtís Garland .

– La bella durmiente del espacio, Ralph Barby .


PETER KAPRA
DESPUES DEL CATACLISMO

Colección

LA CONQUISTA DEL ESPACIO n.º

Publicación semanal

Aparece los VIERNES

Despues del Cataclismo - image 2

EDITORIAL BRUGUERA, S. A.

BARCELONA – BOGOTÁ – BUENOS AIRES – CARACAS – MÉXICO


ISBN 84-02-02525-0

Depósito legal: B. 33.059 - 1973

Impreso en España - Printed in Spain .

1ª edición: octubre , 1973

© Peter Kapra - 1973

texto

© Desilo - 19

cubierta

Concedidos derechos exclusivos a favor

de EDITORIAL BRUGUERA, S. A.

Mora la Nueva, 2. Barcelona (España)

Todos los personajes y entidades pri vadas que aparecen en esta novela, así como las situaciones de la misma, son fruto exclusivamente de la imaginación del a utor, por lo que cualquier seme janza con personajes, entidad es o he chos pasados o actuales, será simple coincidencia.

Impreso en los Talleres Gráficos de Editorial Bruguera, S. A.

Parets del Vallès (N-152, Km 21,650) Barcelona – 19

PREAMBULO

Las Naciones Unidas advirtieron en 1957 las terribles consecuencias de la lluvia de Estroncio-90... ¡El planeta está abocado a su destrucción!

La sociedad tecnificada de últimos del siglo XX y principios del XXI desoyó las angustiosas llamadas de los geólogos, biofísicos y astrónomos, cuyas voces cesaron, bruscamente, cuando la Tierra, cansada de avisar a sus sordos y ciegos pobladores, actuó de acuerdo con leyes cosmogónicas inmutables.

El «bamboleo» registrado por el eje terrestre, acentuado de modo progresivo por los desequilibrios ecológicos, se convirtió en «vuelco».

El más espantoso caos se produjo en casi toda la superficie de la Tierra. Las aguas cubrieron el noventa por ciento de la superficie habitada. Nuevas tierras surgieron del fondo de los océanos. Y la vida animal y vegetal sufrió una espantosa e increíble transformación.

Aniquiladas, pulverizadas, sumergidos sus restos bajo las aguas, las grandes megápolis, orgullo de la ingeniería ultramoderna, desaparecieron, junto con todos sus habitantes, en menos de una hora.

El desastre fue casi total. Se había sobrepasado, con mucho, el punto de equilibrio ecológico, y pese a los esfuerzos de unos cuantos científicos, «vox clamantis in deserto», nada se hizo.

La humanidad sucumbió con toda su grandeza, poderío y saber. La riqueza y el poder se esfumaron, ante la furia ciega de los elementos desatados. La soberbia, la altivez, el orgullo, todo, hasta la piedad, si la hubo, desapareció con el hombre. Sus máquinas se quebraron, sus obras se desplomaron y los cimientos más sólidos de la civilización se desintegraron, como si jamás hubieran existido.

El sol, que aparentemente siempre había salido por el este, quedó como suspendido sobre cierto hemisferio inconcreto, y luego apareció por el oeste.

Y habrían de ser muy pocos los supervivientes que pudieron contemplar esta maravilla.

Se salvaron los mil doscientos habitantes de la colonia lunar, técnicos e ingenieros americanos y soviéticos, que perdieron inmediatamente el contacto con sus bases terrestres e intermedias. Pero quedaban aislados para la eternidad del tronco telúrico desgarrado.

También fueron impotentes testigos de la hecatombe un reducido grupo de hombres y mujeres, pertenecientes al equipo técnico de la Estación Orbital «Argo-237», en órbita alrededor del planeta torturado.

Y, como desafiando a todas las leyes naturales del universo, se salvaron, además, algunas miles de personas, posiblemente algo más, en diversas y distantes regiones, donde el cataclismo tuvo efectos menos devastadores.

Hubo regiones donde el cataclismo fue total. En cambio, en las altas cumbres del Himalaya, donde no llegaron las aguas, aunque se produjo un terremoto apocalíptico que cambió la configuración orográfica, se salvaron algunas personas. También en África hubieron supervivientes, y en algunas olvidadas aldeas de la cordillera Andina.

Por desgracia, aquellos escasos supervivientes no lograron adaptarse al nuevo ambiente y muchos sucumbieron de hambre en los días que siguieron, porque las despensas naturales del globo habían desaparecido, junto con la industria, el comercio y todo lo creado por el hombre.

¡Incluso desapareció la tradición, la historia y el enigma de los orígenes del hombre!

Después, vino un período de calma. Los técnicos de la E.O. «Argo-237», poniéndose en contacto con la «Base IV» de la colonia de experimentación lunar, decidieron efectuar un reconocimiento sobre el planeta. El examen de las fotografías que obtuvieron los cosmonautas provocó la locura y el histerismo, registrándose un alto índice de suicidios entre los supervivientes.

La Tierra, a juicio de los geólogos, había quedado inhabitable, arrasada e inhóspita. Tratar de volver a ella era una locura. Los mares estaban cubiertos de cadáveres, tanto de seres humanos como de animales y peces. Lo que aquello significaba era obvio: ¡La atmósfera se haría irrespirable, y si alguien había sobrevivido, de lo que no existía prueba alguna, la espantosa epidemia que iba a desencadenarse acabaría con todo!

—Hay que ambientarse a la Luna, o buscar un mundo nuevo para establecernos... si es que queremos seguir viviendo y perpetuar la especie —dijo el coronel Herbert Lery, jefe de Organización de la Base IV, y convertido en líder natural de todos los supervivientes.

La respuesta de más de un centenar de sus subordinados fue el suicidio eutanásico, ante lo cual, el jefe hubo de asumir poderes extraordinarios que se confió a sí mismo e imponer un régimen de vigilancia mutua y unas medidas dictatoriales que le granjearon numerosas enemistades.

Herbert Lery fue asesinado una noche por uno de sus ayudantes, una mujer muy bella, que le administró un activo veneno. Y lo que ocurrió después...

Es, precisamente, la historia que nos ocupa.

CAPITULO PRIMERO

Enni nació en una cumbre, entre las ruinas de una casa que los seísmos derribaron. Su madre, ¡aquel adorable y desconocido ser que le dio la vida!, le alumbró allí, entre agudos dolores. Nadie podía asistirla. Ella lo hizo todo, a pesar de sus debilidades, cortándose, incluso, el cordón umbilical, lavando al pequeño y despertando en él su primer vagido.

Después, la mujer, con su bebé en brazos, se acurrucó a esperar la muerte. Pero ésta no llegó para ninguno de ambos. En cambio, se presentó un hombre, cuyo semblante era el de una máscara. Por su aspecto, aquel individuo cuyas cuerdas vocales se había casi destruido, de tanto gritar, parecía haber regresado del infierno. Y sus ojos, de tanto ver horrores, apenas si podían expresar una mirada de simpatía por la madre y la criatura.

Lo que hablaron, Enni no lo sabría jamás. Apenas, tampoco, si comprendería lo que hicieron. Supo, no obstante, que debía la vida a él, por lo que hizo, después de morir la madre.

Más tarde, cuando Enni ya sabía moverse por sí solo, alimentarse, hablar y comprender apenas que ambos eran supervivientes de una gran catástrofe, el hombre se fue y ya no volvió. Enni comprendería más tarde que, sintiéndose morir, fue a sepultarse solo al fondo de algún abismo.

El sólo había dicho que se llamaba hombre.

—Tú eres Enni, que significa Uno, el primero —esto también lo recordaba el muchacho.

Cerca había un manantial. El hombre había trabajado en la tierra y obtenido una cosecha. Encendió un fuego que nunca dejaba extinguir, y proporcionó el sustento al pequeño, mientras su voz, recobrada apenas, decía a Enni cuanto éste necesitaba saber.

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