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R. A. Lafferty - Los seis dedos del tiempo

Aquí puedes leer online R. A. Lafferty - Los seis dedos del tiempo texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2015, Editor: EDHASA, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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R. A. Lafferty Los seis dedos del tiempo
  • Libro:
    Los seis dedos del tiempo
  • Autor:
  • Editor:
    EDHASA
  • Genre:
  • Año:
    2015
  • Índice:
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Los seis dedos del tiempo: resumen, descripción y anotación

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Al igual que Jules Verne o Arthur Conan Doyle, Lafferty creó a través del entramado de sus relatos y novelas un universo propio e interconectado, donde los personajes recurrentes volvían una y otra vez para cometer las mayores atrocidades científicas imaginables, revolucionar el universo entero, o sencillamente, cambiar la historia del pasado, del presente y del futuro. Muchos de ellos son científicos y mentes brillantes como la de Diógenes Pontifex, Arpad Arkabaranan, Velifok Vonk y Willy McGilly. Quizás los mayores de ellos sean los que rodean a la mayor de las creaciones de Lafferty, pues es el hombre que hizo al Creador: Epíktistes, la máquina ktisteca que todo lo puede... la máquina que puede tomarle el pelo a todo el mundo. R. A. Lafferty es uno de los escritores más originales del género. Transforma o quiebra, en apariencia a voluntad, las restricciones literarias normales, introduce el humor en las cuestiones serias y quiebra lo grotesco en una suerte de folklorismo lírico. Todo esto junto con la imaginación más desatada que hayamos disfrutado en muchos años. (Terry Carr).

R. A. Lafferty: otros libros del autor


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r. a. lafferty

LOS SEIS DEDOS DEL TIEMPO

Edhasa

Sinopsis

La mayor parte de escritores de ciencia ficción - como la mayor parte de otros escritores - han estado bajo la influencia de y también han influido en otros, cuando han sido buenos, tanto dentro del campo como fuera del campo de la Ci-Fi. Lo podemos ver, por ejemplo, la influencia de los escritores de edad de oro de Campbell - Heinlein, Sturgeon, van Vogt, - en muchos sitios. Pero hay al menos dos escritores que puedo recordar que están fuera de esta influencia y que no se parecen a nadie antes de ellos, y además nadie ha intentado ni remotamente escribir como ellos me refiero a: Cordwainer Smith y R.A. Lafferty. Y de los dos, Lafferty es más sui generis.

Al igual que Jules Verne o Arthur Conan Doyle, Lafferty creó a través del entramado de sus relatos y novelas un universo propio e interconectado, donde los personajes recurrentes volvían una y otra vez para cometer las mayores atrocidades científicas imaginables, revolucionar el universo entero, o sencillamente, cambiar la historia del pasado, del presente y del futuro. Muchos de ellos son científicos y mentes brillantes como la de Diógenes Pontifex, Arpad Arkabaranan, Velifok Vonk y Willy McGilly. Quizás los mayores de ellos sean los que rodean a la mayor de las creaciones de Lafferty, pues es el hombre que hizo al Creador: Epíktistes, la máquina ktisteca que todo lo puede... la máquina que puede tomarle el pelo a todo el mundo.

"R. A. Lafferty es uno de los escritores más originales del género. Transforma o quiebra, en apariencia a voluntad, las restricciones literarias normales, introduce el humor en las cuestiones serias y quiebra lo grotesco en una suerte de folklorismo lírico. Todo esto junto con la imaginación más desatada que hayamos disfrutado en muchos años." (Terry Carr).

Los seis dedos del tiempo -The Six Fingers of Time-1960

Organización política y costumbres de los camiroi- Polity and Custom of the Camiroi-1967

En nuestra manzana- In Our Block-1965

Querida Tragona- Hog-Belly Honey-1965

Terror de siete días- Seven Day Terror-1962

Rana de montaña- Frog on the Mountain-1970

Valle angosto- Narrow Valley-1966

A través de otros ojos- Through Other Eyes-1980

El agujero de la esquina- The Hole on the Corner-1980

Título del original en inglés:

NINE HUNDRED GRANDMOTHERS

Traducción de Matilde Horne

Diseño de la portada: Julio Vivas

© 1970 R. A. Lafferty

© 1980 Editora y Distribuidora

Hispano Americana, S. A. (EDHASA)

Diagonal, 519-521, Barcelona - 29

Telfs. 239 51 04 / 05

IMPRESO EN ESPAÑA

Depósito legal: B. 30. 238 - 1980

ISBN: 84-350-306-0

LOS SEIS DEDOS DEL TIEMPO

E mpezó la mañana rompiendo cosas. Rompió el vaso de agua que tenía en la mesa de luz. Lo golpeó sin saber cómo contra la pared, y se le hizo añicos. Sin embargo, se quebró lentamente. De haber estado bien despabilado, es­to le habría llamado la atención, porque no había hecho ningún movimiento brusco al tocarlo.

Tampoco lo había despertado como de costumbre la campanilla del despertador; lo había despertado un golpe­teo misterioso, lento, amortiguado; sin embargo el reloj marcaba las seis, hora de sonar el despertador. Y ese gol­peteo apagado, cuando volvió a producirse, parecía prove­nir del reloj.

Extendió la mano y lo tocó con suavidad, pero a su contacto el despertador flotó fuera de la mesita y rebotó lentamente por el suelo de un lado a otro. Y cuando lo recogió, se había detenido y ni sacudiéndolo logró hacerlo andar.

Verificó la hora en el reloj eléctrico de la cocina. Tam­bién éste indicaba las seis en punto, pero el segundero estaba inmóvil. En el living, el reloj de la radio marcaba las seis, pero el minutero parecía haberse detenido.

—Pero si hay luz en las dos habitaciones, ¿cómo es po­sible que los dos relojes estén parados? —se preguntó Vincent.

Volvió al dormitorio y buscó el reloj—pulsera. También indicaba las seis; pero el segundero no giraba.

—Bueno, esto ya raya en lo ridículo. ¿Qué hace que se paren todos los relojes, los de cuerda y los eléctricos?

Fue hasta la ventana y miró el reloj de propaganda del Edificio de la Mutual de Seguros. También marcaba las seis, y el segundero no se movía.

—Bueno, es posible que la confusión no sea sólo mía. Alguna vez oí la fantasiosa versión de que una ducha fría despeja la mente. A mí nunca me ha dado resultado, pero probaré. Siempre podré usar la higiene como pretexto.

La ducha no funcionó. Sí, funcionó: el agua salió, pero no como agua; como un lentísimo almíbar que permane­cía suspendido en el aire. Extendió el brazo para tocarlo allí donde colgaba y se estiraba. Y cuando lo tocó, se quebró como cristal, y flotó en lentas burbujas fantásticas por el cuarto de baño. Pero al tacto parecía agua. Era húmeda y agradablemente fresca. Y en más o menos quin­ce segundos le llegó a los hombros y la espalda, y lo sumió en un voluptuoso placer. Dejó que le empapase la sesera, y al instante sintió la mente despejada.

—No me pasa nada. Estoy bien. No es culpa mía que el agua salga lenta esta mañana; y que otras cosas estén tras­tornadas.

Extendió el brazo para tomar la toalla, que se le hizo jirones entre las manos, como si fuese un poroso papel mojado.

Entonces empezó a usar las cosas con más cautela. Las tomaba lenta, tierna, diestramente para que no se rompie­sen. Se afeitó sin inconvenientes, a pesar de que también en el lavatorio el agua salía lenta.

Luego se vistió con el máximo de cuidado y astucia, sin romper nada excepto los cordones de los zapatos, y ése es un accidente que puede ocurrir en cualquier mo­mento.

—Si a mí no me pasa nada, tendré que observar y ver si algo va realmente mal en el mundo. El amanecer, tal como debía ser, estaba bastante avanzado cuando miré por la ventana. Han pasado aproximadamente veinte mi­nutos; es una mañana clara; el sol deberá ahora iluminar los pisos superiores del Edificio de Seguros.

Pero no era así. Seguía siendo una mañana clara, pero en esos veinte minutos el amanecer no había progresado.

Y en el gran reloj todavía eran las seis. No había cam­biado.

Sin embargo, había cambiado, y lo comprobó con una sensación extraña. Lo imaginó como lo había visto antes. Pero el segundero se había movido. Había recorrido un tercio de la esfera.

Acercó una silla a la ventana y lo vigiló. Comprobó que, aunque parecía inmóvil, avanzaba. Lo observó durante tal vez cinco minutos, y lo vio recorrer un cuadrante de unos cinco segundos.

—Bueno, no es problema mío. Es problema del Relojero, sea celestial o terrenal.

Sin embargo, salió de la casa sin un buen desayuno, y muy temprano. ¿Cómo podía saber que era temprano si algo andaba mal en el tiempo? Bueno, era temprano por lo menos de acuerdo con el sol y los relojes, aunque ninguna de las dos instituciones parecía estar funcionando correctamente.

Se marchó sin tomar un buen desayuno porque el café no se hizo y el jamón no se frio. Para decirlo sencillamente, el fuego no calentó... La llama del gas brotó del mechero como el moroso fluir de un arroyuelo, con la lentitud de una flor que se abre. Luego ardió con una llama demasiado tranquila. La cacerola permaneció fría cuando la puso en­cima; y el agua ni siquiera llegó a entibiarse. Antes, ya había tenido que esperar por lo menos cinco minutos, hasta que el agua empezó a salir del grifo.

Comió unos trozos de pan del día anterior, y unos restos de carne.

En la calle no había movimiento, o por lo menos algo que pudiese merecer ese nombre. Un camión, que al prin­cipio parecía estar detenido, se movió muy lentamente. Ninguna caja de velocidades le permitiría desplazarse con tanta lentitud. Y también había un taxi que reptaba por la calle, pero Charles Vincent tuvo que observarlo deteni­damente durante un rato para cerciorarse de que estaba en movimiento. Entonces se sobresaltó. A la luz de las primeras horas de la mañana, advirtió que el conductor estaba muerto. ¡Muerto con los ojos muy abiertos!

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