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Keith Luger - El planeta de los muertos vivientes

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Keith Luger El planeta de los muertos vivientes
  • Libro:
    El planeta de los muertos vivientes
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    Editorial Bruguera: /S.A.
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El planeta de los muertos vivientes: resumen, descripción y anotación

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KEITH LUGER EL PLANETA DE LOS MUERTOS VIVIENTES Colección LA CONQUISTA - photo 1
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KEITH LUGER EL PLANETA DE LOS MUERTOS VIVIENTES Colección LA CONQUISTA DEL ESPACIO n. º 69 Publicación semanal Aparece los VIERNES El planeta de los muertos vivientes - image 3 EDITORIAL BRUGUERA, S. A. BARCELONA – BOGOTÁ – BUENOS AIRES – CARACAS – MÉXICO
Depósito Legal: B 4 – Impreso en España – Printed in Spain 1. ª edición: diciembre, 1971 © KEITH LUGER – 1971 sobre la parte literaria © MIGUEL GARCÍA – 1971 sobre la cubierta Concedidos derechos exclusivos a favor de EDITORIAL BRUGUERA, S. A.

Mora la Nueva, 2. Barcelona (España) Impreso en los Talleres Gráficos de Editorial Bruguera, S. A. Mora la Nueva, – Barcelona –

Todos los personajes y entidades privadas que aparecen en esta novela, así como las situaciones de la misma, son fruto exclusivamente de la imaginación del autor, por lo que cualquier semejanza con personajes, entidades o hechos pasados o actuales, será simple coincidencia.
Ú LTIMAS OBRAS PUBLICADAS EN ESTA COLECCIÓN
  1. —El largo día de los robots, Glenn Parrish .
  2. — El poder invisible, Keith Luger .
  3. — Tiempo invertido, Glenn Parrish .
  4. — Un trazo de luz, A. Thorkent .
  5. — La araña espacial, Glenn Parrish .

CAPÍTULO PRIMERO
—Hace mucho calor, ¿verdad, Shirley? —Sí, Tony.

Hace un día horrible. Estoy deseando que se vaya el sol. —Mientras se va, podríamos bañarnos. —Creo que es una buena idea. Shirley Lester y Tony Marcot eran novios. Vivían en Leicester, un pueblo de cinco mil habitantes del estado de Michigan.

Corría el mes de junio. Durante los primeros días de verano había llovido, pero, tras las lluvias, había aumentado mucho la temperatura. Tony dejó que Shirley se pusiese el bañador en el coche y él fue tras unos arbustos. Tony salió al cabo de un rato con su slip. —¿Lista, nena? Ella salió del coche con su bikini. —¿Estoy bien? —Maravillosa. —¿Estoy bien? —Maravillosa.

Dame un beso para celebrarlo. —Te lo daré si me coges —rió Shirley y corrió a arrojarse al lago. Tony admitió la broma y fue tras de ella. Shirley braceó alejándose de la orilla y él fue detrás. Logró pillarla. —Cuidado, Tony. —Cuidado, Tony.

Que nos ahogamos. Sin embargo, el la besó y los dos se hundieron. Al cabo de unos instantes, al reaparecer, Shirley dijo: —Será mejor que vayamos a la orilla. Allí el señor será servido. Nadaron hasta que hicieron pie. Shirley salió del agua y se tendió en la hierba.

Tony acudió a su lado y trató de besarla. Pero Shirley lo apartó de sí. —Tony, ¿cuándo nos vamos a casar? —Un día de éstos. —Dijiste que sería en febrero. —No pude. —Pero te empleaste en marzo y hasta ahora no te han despedido. —Oye, chica, ¿por qué no olvidas eso por unas semanas? —No lo puedo olvidar. —Oye, chica, ¿por qué no olvidas eso por unas semanas? —No lo puedo olvidar.

Ahora menos que nunca. Mi padre me quiere enviar a Los Ángeles con mi hermana. —¿Por cuánto tiempo? —Por seis meses. —Muy bien. Te vas por seis meses y, cuando vuelvas, yo habré ahorrado dinero y nos podremos casar. —¿Qué es lo que has dicho? —Voy a tener un hijo tuyo, Tony. —¿Qué es lo que has dicho? —Voy a tener un hijo tuyo, Tony.

Tony Marcot se quedó con la boca abierta. —Demonios, Shirley, pudiste darme esa noticia en otro momento. Ella lo miró con asombro. —¿En otro momento, Tony? ¿Cuándo? ¿Querías recibir un telegrama de Los Ángeles, quizá? Un telegrama que dijese: «Tuve un hijo tuyo. ¿Qué nombre le pongo?» —No tomes así las cosas. —¿Cómo debo tomarlas? Tony se echó en la hierba.

Arrancó un pequeño tallo y se puso a mordisquearlo. Shirley tenía diecinueve años y Tony veintitrés. Los dos eran rubios, ella bonita, esbelta, de líneas armoniosas, él un muchacho de facciones varoniles. —Tony, ¿qué me dices? —Lo estoy pensando. —Maldita sea, ¿qué es lo que tienes que pensar? Casémonos y se acabó. —Mi padre tendrá que aceptar los hechos consumados. —Querrá que vivamos con él. —Tú y yo no lo consentiremos. —Gano muy poco dinero, Shirley. —Yo también trabajaré. —¿Dónde? —La señorita Harrison ha prometido darme un puesto en la Biblioteca. —¿Dónde? —La señorita Harrison ha prometido darme un puesto en la Biblioteca.

Con tu sueldo y el mío podremos defendernos. —Una vida de miseria. —Tú no vas a estar siempre en esa oficina de Bienes Raíces, Tony. Seguiste un curso de electrónica. Abrirás tu propio taller. Siempre te ha gustado arreglar averías de los televisores.

Sólo te falta ser un poco más agradable con la gente. —No quiero morirme de asco en un pueblo como Leicester. —Muy bien, en cuanto tengamos un poco de dinero, nos vamos donde quieras, a Chicago, a Nueva York. —Tengo una idea mejor. —¿Cuál? —Yo me iré a Nueva York. —Tony, yo voy contigo. —No puedo llevarte conmigo ahora. —No puedo llevarte conmigo ahora.

Me reuniré con un amigo que tengo en Nueva York. Fabrica televisores, radios y otras cosas. Estoy seguro de que me dará un empleo. Hasta es posible que consiga un adelanto. Volveré en un par de semanas y nos casaremos. —Tony, sólo pretendes huir de mi lado. —¿Quién dice eso? La cogió por los brazos y trató de besarla, pero Shirley desvió la cara. —No, Tony, no me beses ahora. —Tienes que ser comprensiva, Shirley. —Tienes que ser comprensiva, Shirley.

De pronto oyeron un ruido entre los arbustos. Miraron hacia allí. —¿Qué es eso, Tony? —Algún imbécil que nos está espiando. Debe ser uno de esos mocosos que quiere ver más de la cuenta. Se oyó otra vez el ruido en los arbustos. —Te voy a arreglar, mirón. —Te voy a arreglar, mirón.

Fue hacia los arbustos. Pero se detuvo al ver algo que le inquietó. Una mano muy extraña. La mano de un esqueleto. Sí, eso era. Huesos.

Nada más que huesos. La mano estaba sosteniendo la rama de un arbusto. —¿Qué pasa, Tony? —preguntó Shirley a sus espaldas. Tony esbozó una sonrisa. —Uno de esos pillos nos está gastando una broma. —Oh, no. —Debe ser Max, ese pelirrojo. —Debe ser Max, ese pelirrojo.

Es el mismo demonio. Seguro que se fue al osario del cementerio y cogió el brazo de un esqueleto... ¿Me estás escuchando, Max? ¡Te he descubierto! ¡Sal de ahí! La mano del esqueleto se movió. Al apartarse las hojas, Tony vio una calavera, y el cuello y el tórax con las costillas. No, no había ninguna carne sobre aquellos huesos. —Max —dijo con voz ronca—, sé que estás ahí abajo, sosteniendo el esqueleto.

Shirley se puso en pie. También ella vio el esqueleto. —¡Tony! ¿Qué es eso? —Ya te lo he dicho. Una broma de Max. Pero es una broma muy pesada. Le voy a hacer tragar todos los huesos.

El esqueleto se movió. Sí, empezó a andar y se abrió paso entre los arbustos. Y Tony y Shirley lo vieron salir. Pero andaba solo. No, nadie lo movía. —¡Tony! Tony echó a correr hacia el auto.

Estaba lleno de pánico. —¡Corre, Shirley...! ¡Corre! Ella fue detrás, pero metió el pie derecho en un agujero. Se torció el tobillo y cayó en la hierba. Tony ya estaba abriendo la portezuela del coche. —¡Tony, no me dejes! —gritó Shirley—. ¡Espera! Tony se metió en el coche y miró hacia la orilla del lago.

El esqueleto caminaba hacia Shirley. —¿Qué te pasa, Shirley? ¡Ven aquí! —¡Me torcí el tobillo! ¡Ayúdame, Tony! ¡Ven! Tony miró el esqueleto. Estaba sobrecogido. El esqueleto se acercaba, cada vez con más rapidez, al lugar donde estaba Shirley. Dio la vuelta a la llave de contacto para poner el vehículo en marcha. —¡Tony! —gritó Shirley. —¡Tony! —gritó Shirley.

El coche desapareció entre los árboles, en busca del camino que conducía a Leicester. Shirley miró al esqueleto. Estaba ya muy cerca de ella. —¡No! ¡No! Trató de levantarse, pero volvió a caer. Corrió a gatas. Pero el esqueleto corrió más.

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