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Luger - Planeta de Mujeres

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Luger Planeta de Mujeres

Planeta de Mujeres: resumen, descripción y anotación

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U LTIMAS OBRAS PUBLICADAS EN ESTA COLECCI O N 4 Habitáculo prohibido - photo 1
U LTIMAS OBRAS PUBLICADAS
EN ESTA COLECCI O N
4 — Habitáculo prohibido — Marcus Sidéreo
5 — Traficante de las estrellas — Glenn Parrish
6 — Planeta rebelde — Ralph Barby
7 — Piloto de la IV galaxia — Marcus Sidéreo
8 — Los superseres — Glenn Parrish
KEITH LUGER

PLANETA DE MUJERES
Colección
LA CONQUISTA DEL ESPACIO n. º 9
Publicación quincenal
Aparece los VIERNES Planeta de Mujeres - image 2 EDITORIAL BRUGUERA, S. A. BARCELONA - BOGOTÁ - BUENOS AIRES
CARACAS - MÉXICO - RIO DE JANEIRO
Depósito Legal B . 24.388 – 1970 Impreso en España - Printed in Spain 1. A. A.

Mora la Nueva, 2. Barcelona (España)
Todos los personajes y entidades privadas que aparecen en esta novela, así como las situaciones de la misma, son fruto exclusivamente de la imaginación del autor, por lo que cualquier semejanza con personajes, entidades o hechos pasados o actuales, será simple coincidencia Impreso en los Talleres Gráficos de Editorial Bruguera, S. A. Mora la Nueva, 2 - Barcelona - 1970

CAPÍTULO PRIMERO
Mike Davis estaba corriendo en su automóvil por la carretera 395 Había salido aquella mañana muy temprano de Los Angeles y, después de hacer un alto en San Bernardino, continuó su viaje. Había decidido tomarse cinco días de descanso y, como él tenía mucha afición a la pesca, nada mejor que pasar aquellos días pra c ticándola en un río truchero que había descubierto un par de años antes, durante unas vacaciones en el Norte, cerca de una ciudad llamada Independence, muy próxima a Sierra Nevada. Tenía un amigo allí, un viejo que contaba con un pequeño aserradero.

Se ll a maba Pat Dryden. Pat se había portado bien con él cediéndole su casa y con él pasó unos días maravillosos porque Pat también era aficionado a la pesca y conocía los lugares donde se podían conseguir las mejores truchas. Y esta vez su descanso tenía por objeto resolver un problema, el de casarse o no casarse. La culpable de ello era Eleanor Parrish, una bonita rubia, perteneciente a la mejor sociedad de Los Angeles. La había conocido en una fiesta, simpatizaron y empezaron a salir ju n tos. Y hubo besos entre ellos.

Y al final la cosa se complicó un poco porque Eleanor mirándole a los ojos, dijo: —¿Cuándo nos casamos, Mike? Y recordaba que él se había quedado como el boxeador que rec i be un golpe en la sien. —Pronto —había contestado él. Pero luego se dio cuenta de que había hablado en la semincon s ciencia porque un matrimonio era algo que había que decidir sin apasionamiento. Tenía veintiocho años y su futuro era envidiable, ya que había pasado a ser socio de la casa en la que, cuatro años antes, ingresó como simple pasante, una de las firmas de abogados más honor a bles de California. De pronto, al salir de una curva, dejó de pensar porque al borde de la carretera vio a una joven que le hacía señas para que se det u viese. Apoyó el pie en el freno y el coche disminuyó la velocidad hasta detenerse cerca de aquella mujer.

Y entonces Mike vio que ella tendría unos veintidós o veintitrés años, que poseía un rostro bonito, y que su cuerpo e ra esbelto, bien formado, con u nos senos altos y firmes. —Hola —dijo ella. Mike vio unos hermosos ojos verdes. —Hola. —¿Puede llevarme? —¿Adónde va, señorita...? —Soy Sally Addison y me dirijo a Lone Pine. —Tanto gusto. —Lo mismo digo, señorita Addison. ¿Qué le pasó? —Viajaba con mi prometido. ¿Qué le pasó? —Viajaba con mi prometido.

Y peleamos. Quiero decir que di s cutimos. Yo salté del coche. No quise seguir con él. —Suba. Ella se sentó al lado de Mike y éste hizo arrancar el vehículo.

Guardaron silencio durante un rato. —¿A qué se dedica, señorita Addison? —Trabajo en una oficina. Sección de archivo. Es una fábrica. ¿Y usted? ¿Qué es lo que hace? —Soy abogado —Mike le sonrió—. Pero no me dé su caso.

Qui e ro olvidarme de todos los asuntos jurídicos. —No se pr eocupe —le sonrió ella también—. Frank y yo pele a mos muy a menudo. —Eso significa que se quieren, según dicen. —Es posible. —¿Se casará con él? —Seguro.

Mike se dijo que así se celebraban muchos matrimonios en aquel país. El hombre y la mujer no se entendían, empezaban a pelearse, aun antes de haber jurado que se querrían hasta que la muerte los separase. Allí estaba Sally Addison por si necesitaba alguna prueba. Había preferido saltar del coche de F rank y quedarse en un lugar solitario, con un sol que caía a plomo, en una tierra desoladora, a la espera de que alguien la reembarcase. —Es usted un poco atrevida... —La verdad es que llevaba cerca de una hora esperando. —¿No tiene miedo? —¿Por qué he de tenerlo? —Pudo encontrarse con alguien menos caballeroso que yo, —La vida está llena de riesgos. —¿No tiene miedo? —¿Por qué he de tenerlo? —Pudo encontrarse con alguien menos caballeroso que yo, —La vida está llena de riesgos.

Mike se dijo que la respuesta de Sally era inteligente. Sí, ella te n ía razón. La vida era un continuo riesgo. ¿No se había arriesgado él cuando empezó a salir con Eleanor? ¿No era Eleanor atractiva, s e ductora? Y algo más. Era también sólida. ¿Tan perfecto como el de Sally Addison? Bueno, había visto a Eleanor en bañador, pero no a la joven que se sentaba a su lado. ¿Tan perfecto como el de Sally Addison? Bueno, había visto a Eleanor en bañador, pero no a la joven que se sentaba a su lado.

Y no era momento para decirle: «Señorita Addison, ¿por qué no nos bañamos en el primer riachuelo que encontremos en el camino? Nos refrescaríamos y me ayudaría a comparar la pureza de sus líneas con las de la mujer que atormenta mi cerebro». No, decididamente no se lo podía decir. La carretera por allí era tortuosa porque estaban llegando a las primeras estribaciones de Sierra Nevada. De pronto, al salir de otra curva, un coche deportivo se les vino encima. Era rojo, descapotable, y debería estar corriendo a más de ciento veinte millas. Mike dio un tirón brusco del volante para evitar la colisión.

El ocupante del coche deportivo también hizo su parte porque desvió s u vehículo hacia el lado contra rio. Sin embargo; los dos c o ches se rozaron mientras los neumáticos chirriaban. El auto de Mike se salió de la carretera, pareció que iba a volcar y se puso a pegar saltos. Sally Addison chilló. —¡Agárrese fuerte! —dijo Mike. Evitó un hoyo más grande que los otros, pero luego había una zanja y el coche hundió la proa allí.

Mike golpeó la frente contra el volante. La puerta de la derecha se abrió y Sally Addison salió lanzada por el hueco. Mike no había perdido el conocimiento. Estaba más preocupado por la joven que por él mismo. La vio rodar por la zanja y llegar al fondo y allí se detuvo y quedó boca abajo. —Señorita Addison —dijo con un gemido.

Entonces vio algo que le pareció increíble. La señorita Addison se estaba encogiendo. Toda ella se reducía, y el tejido del que estaba formado su vestido se mezclaba con su carne y con su piel, su cab e za también iba empequeñeciendo, y todo aquello adquiría un color verde en pocos segundos. Le pareció que los brazos eran como r a mas, lo mismo que sus piernas y, un poco después, en el lugar que ocupaba la señorita Addison había una planta, un extraño vegetal, cuyas raíces penetraron en el suelo y cuyos tallos tenían hojas esp i nosas y también tenía dos flores rojas, del color tan rojo como la sangre, y brillantes, y todo aquello acabó de transformarse en un puro vegetal. Y allí se que dó inmóvil, como si siempre hubiese hab i do u na planta en aq uel lugar, y como si nunca hubiese estado allí aquella joven, Sally Addison, que él había recogido en la carretera. Pero no podía ser realidad.

No, eso no podía ocurrir. Y Mike pensó que él quizá estaba muerto o sin sentido. Pero entonces l e vantó los ojos y se vio en el espejo retrovisor. Tenía una pequeña herida en la frente, un rasguño, del que manaban dos gotas de sa n gre. Pero, a pesar de eso, cerró los ojos con fuerza y los volvió a abrir y se tocó las mejillas con las dos manos y se aseguró de que respir a ba y de que seguía siendo un ser humano. Miró otra vez la zanja y siguió viendo aquella planta verdosa, con hojas espinosas y con sus dos flores rojas como la sangre.

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