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Ángel Torres Quesada «A. Thorkent» - Conflicto en Lhupara

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Ángel Torres Quesada «A. Thorkent» Conflicto en Lhupara

Conflicto en Lhupara: resumen, descripción y anotación

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Ángel Torres Quesada, escritor español de literatura de ciencia ficció nacido en la ciudad de Cádiz en el año 1940. Sus inicios fueron dentro de la serie B del género en la colecció Luchadores del Espacio de Editorial Valenciana con la novela Un mundo llamado Badoom (1963), aunque el grueso de su carrera dentro de la literatura de ciencia ficció popular estuvo dentro de Editorial Bruguera, donde firmó sus novelas con el pseudóimo de A. Thorkent y desarrolló la Saga del Orden Estelar, la segunda serie de novelas de ciencia ficció más importante publicada en España por detrás de la Saga de los Aznar, de Pascual Enguídanos. En la década de 1970, dio el salto a la literatura seria de ciencia ficció, escribiendo clásicos como La Trilogía de los Dioses, La Trilogía de las Islas, Las Grietas del Tiempo, Los Sicarios de Dios o Los Vientos del Olvido, una de sus mejores novelas que resultó profética por retratar siete años antes de los Atentados del 11 de septiembre de 2001 la situació política actual sobre las políticas antiterroristas que practicó la administració Bush. También ha escrito relatos clásicos como el experimento Amanecer / anochecer en la Playa y recientemente Grupo Editorial AJEC le ha publicado la novela Las Sendas Púrpuras, con la que Ángel Torres Quesada resultó finalista en una pasada edició del Premio Minotauro de literatura fantástica.

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A. THORKENT

CONFLICTO EN LHUPARA

Colección

HEROES DEL ESPACIO nº 122

ISBN 84—85626—56—7

Depósito Legal: B. 23.986—1982

Impreso en España — Printed in Spain

1ª Edición: agosto, 1982

1ª Edición en América: febrero, 1983

A. Thorkent — 1982

texto

Miguel García — 1982

cubierta

Esta edición es propiedad de

EDICIONES CERES S.A.

Agramut, 8

Barcelona — 23

Impreso en los Talleres Gráficos de EBSA

Parets del Vallès (N—152, Km 21,650) Barcelona — 1982

CAPÍTULO I

Cuando la falúa de salvamento que conducía a James Farmer a la superficie del planeta entró en contacto con la atmósfera, el brusco cambio de su trayectoria hizo que, durante unos segundos, se bamboleara.

A consecuencia de esto, pese a estar dentro del traje de presión, Farmer sufrió un fuerte golpe en la cabeza. Además de perder el conocimiento, también perdió la memoria.

Aunque apenas la falúa, guiada por el computador, descendió en el reseco desierto y el hombre volvió en sí, sus recuerdos no regresaron a él y se encontró confundido dentro de la cabina, mirando a través del grueso cristal el paisaje abrupto que lo rodeaba.

Farmer, impelido por el instinto de conservación, además de que por un breve instante recordó cómo salir, manipuló en los mandos y consiguió abrir la puerta, saltar al exterior y caminar unos pasos preguntándose qué hacía allí.

El gran sol anaranjado que alumbraba aquel mundo estaba en el cenit y, en seguida, sintió que se. ahogaba dentro del grueso traje. Con manos torpes y enguantadas logró arrancarse el casco de la anilla de acero donde estaba encajado.

Luego atinó con los cierres y se liberó del resto del equipo. Quedó de pie con un traje liviano. Parpadeó, cegado por la poderosa luz que caía sobre las rocas peladas y levantaba de ellas resplandores vivos.

Farmer tenía escasos conocimientos de lo que era más aconsejable hacer allí. Pese a que ignoraba cuál era su nombre y cómo había llegado a semejante paraje tan desolado, conservaba ciertas ideas. Por ejemplo, en su cerebro saltó una chispa que le gritó que dentro de la cabina había un pequeño equipo de emergencia.

Volvió a la falúa y rebuscó debajo del asiento. Sacó una caja de plástico que abrió. Miró lo que contenía. Eligió un tubo, lo desenroscó y tragó unas pastillas de concentrados. Luego bebió un trago de agua de la cantimplora sujeta junto al pequeño panel de mandos. Los diales le informaron que el pequeño vehículo no tenía la más mínima posibilidad de reemprender el vuelo, porque sus reservas de energía estaban agotadas.

Seguía haciéndose docenas de preguntas cuando un sonido silbante a sus espaldas le hizo volverse y caminar hacia el barranco, que se hundía a pocos metros de donde había descendido la falúa.

Farmer se estremeció. Si el vehículo hubiera bajado un poco más a la derecha, habría caído allí. Parecía bastante profundo y se acercó con sigilo, inclinando el cuerpo para mirar al fondo.

De pronto, una masa oscura y movible se alzó ante él. Surgía del barranco. Aparecieron unas patas negras y peludas, se asieron al borde rocoso y un par de infernales ojos se clavaron en Farmer.

James retrocedió ante la aparición de la monstruosa araña, tres veces más grande que él. No tema la menor duda que lo había visto, eligiéndole como alimento. Echó a correr, volviendo la cabeza a menudo.

La araña terminó de salir del barranco y empezó a mover sus patas con una velocidad que erizaron los cabellos rojos de Farmer. Avanzó con creciente rapidez tras los pasos del hombre.

James pasó delante de su vehículo y sólo entonces pensó que, tal vez, dentro podía haber algún arma. Pero ya era tarde para retroceder. La araña le cortaba el paso y corría detrás de él.

Miró con desesperación a su alrededor, buscando un refugio donde ponerse a salvo, seguro de que el arácnido terminaría alcanzándole.

Pero allí no había nada que pudiera servirle, ni una roca elevada, ni algún agujero profundo donde introducirse. Nada.

Mientras corría se agachó y agarró una roca, que arrojó contra la araña. Sólo consiguió que la distancia entre él y el monstruo quedase más corta. A su derecha había una serie de montículos. Aunque no tenía la menor esperanza de que su perseguidor fuera incapaz de ascender por ellos, Farmer no encontró otra alternativa que dirigirse hacia allí y ascender.

Sentía el olor penetrante del monstruo cada vez más intenso a sus espaldas, el ruido de las patas aferrarse al terroso suelo, la sombra que iba cubriéndole con más intensidad a cada instante.

Cuando empezó a saltar sobre las piedras para alcanzar la altura del montículo, James resbaló.

Gritó horrorizado cuando, al volverse, vio al monstruo negro y babeante que se detenía y alzaba sus garras para apresarle.

En aquel momento, el aire seco y caliente fue surcado por algo brillante, otro silbido, y Farmer vio que, cerca de los ojos del arácnido aparecían los extremos de unas varillas de metal.

La araña lanzó una especie de rugido y osciló hacia un lado. Otro dardo más se hundió ahora en su sangrante ojo derecho. Farmer rodó a la izquierda y se apartó justo a tiempo para evitar ser aplastado por la masa negra y pestilente, cuando se derrumbó pesadamente y quedó boca arriba con las patas agitándose convulsivamente.

Farmer resopló y se incorporó, todavía sin dar crédito al hecho de que seguía vivo.

Al girar la cabeza y mirar hacia arriba, descubrió, precisamente sobre el montículo que pretendía escalar, otra visión que le hizo tragar saliva. Pero en seguida la imagen de la muchacha erguida sobre el lomo del enorme lagarto le tranquilizó un tanto.

Pese a que el nuevo monstruo daba la sensación de estar domesticado, Farmer no se atrevió a moverse de donde estaba. La chica lo miraba con marcado desdén desde arriba, afianzadas sus largas y desnudas piernas sobre el lagarto, muy cerca de la cabeza que se movía de un lado para otro perezosamente.

Algo más confiado, Farmer la miró.

Era una muchacha muy hermosa. Sólo llevaba un faldellín pequeño ceñido a la cintura por una correa de la que pendía un cuchillo. El resto de su indumentaria no podía ser más sucinta, compuesta por unas tiras de cuero que le cruzaban el pecho desnudo y le sostenían una bolsa repleta de varillas de metal a la espalda.

Una larga cabellera color cobre le caía hasta casi la cintura y enmarcaba una frente despejada. Su rostro ovalado estaba curtido por el sol y era muy atractivo, destacando sus labios sensuales.

Una bella amazona sobre una montura horrenda, pensó Farmer mientras intentaba forzar una sonrisa.

—Gracias —dijo, no muy convencido de que la chica pudiera entenderle.

—Deja tu expresión de agradecimiento para más tarde —contestó ella. —Ahora sube.

—¿Quiere decir que monte en ese monstruo?

La chica se encogió de hombros y se sentó. En las manos llevaba un tubo de bruñido cobre, que Farmer dedujo era un lanzador de dardos como los que habían dado buena cuenta de la araña.

—Haz lo que quieras, pero puedes volverte y echar un vistazo atrás.

El hombre lo hizo y palideció. Por el borde del barranco estaban apareciendo más arañas. Las primeras ya estaban llegando a la altura de la falúa, cuando consiguió romper la parálisis que se había adueñado de él y, de un salto, se situó sobre el escamoso lomo del lagarto.

—No te asustes —rió la muchacha —Kelos no se volverá contra ti ni te devorará..

Acto seguido, utilizó un pequeño tridente y raspó el cuello de la singular montura, que abrió las mandíbulas, lanzó un gruñido y echó a trotar con rapidez por el calcinado suelo.

—Agárrate o caerás —dijo la chica.

Farmer no se hizo repetir dos veces el consejo. Pasó los brazos por el cuello de la chica y sujetó los pechos con las manos, que al instante se volvieron acariciantes.

Había perdido el miedo por el lagarto y, en cambio, le agradeció que trotase con tanta rapidez. Pronto se alejaron del barranco y la masa horripilante de arañas quedó lejos.

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