M. Larra 3633
Diseño: Margarita Navarrete M.
Christian Feldmann
REBELDE
DE DIOS
José Kentenich
y su visión de un
mundo nuev o
Prólogo
N o soy schoenstatiano.
Cuando escribí libros sobre figuras de nuestro tiempo que fueron señeras en la espiritualidad: Frère Roger, Madeleine Delbrêl, Edith Stein o Juan Pablo II, topé una y otra vez con el P. Kentenich, pero no me interesó particularmente.
Un amable anciano de copiosa barba blanca, que habla con un lenguaje terriblemente pasado de moda y tiene curiosas ideas: La Sma. Virgen como “la que aplasta la serpiente”, a quien hay que llevarle un “capital de gracias” de oraciones y obras de piedad, a fin de que ella “erija su trono” en una capillita junto al Rin, y desde allí vuelva a poner en la buena senda a un mundo descarriado… ¿Qué se puede hacer hoy con todo eso?
Entonces el P. Rudolf Ammann, de la editorial Patris, trató de entusiasmarme para que escribiese una biografía del fundador de Schoenstatt. A fin de rechazar la invitación con fundamentos convincentes, me ocupé por primera vez de José Kentenich… y fui quedando más y más fascinado.
Descubrí un sacerdote enamorado apasionadamente de Dios, y a la vez de todos los hombres que están desesperados, decepcionados, que giran en torno de sí mismos. Un sacerdote que con su impetuoso entusiasmo arrolló la desesperanza del cristianismo contemporáneo. Un sacerdote que no se contenta con planes vacilantes para el hoy, sino que sueña con el “pasado mañana”, con una Iglesia rejuvenecida, de rostro resplandeciente, con un hombre nuevo y una sociedad humana justa y pacífica.
¿Cómo logró este sacerdote, de complexión no muy robusta, superar sin amargura el campo de concentración, el confinamiento en un calabozo sin luz, el humillante destierro decretado por las autoridades romanas y catorce años de exilio, y sin embargo hablar siempre, con una sonrisa, de la “fe en la Divina Providencia”? ¿De dónde sacaba este hombre sus fuerzas?
Esta es la emocionante historia de amor entre Dios y el hombre José Kentenich.
Capítulo I
La crisis
No se puede amar una idea de Dios
Capítulo II
La idea
Que una “alianza de amor“ transforme los corazones
“No somos meros números”
El sacerdote Kentenich, recién salido del horno, quiso ir a Camerún, a la misión, con sus planes de alto vuelo. En años posteriores soportará la cárcel de la Gestapo y el campo de concentración, y hará viajes por todo el mundo hasta edad avanzada, lleno de energías y fuerte como un roble. Sin embargo siendo novicio era muy débil y enfermizo al punto de no poder participar ni siquiera de las excursiones, y tener que hacer reposo una y otra vez. Su punto flaco eran los pulmones. Es de suponer que esa patología (que en 1915 y 1920 retorna con fuertes ataques) tiene un origen psicosomático, y está ligada a la crisis psíquica que él no vence de un día para el otro sino al cabo de un fatigoso proceso de años.
Nadie en la congregación quiere hacerse responsable de que este frágil intelectual de precaria salud ande peregrinando de aldea en aldea bajo el abrasador sol africano. Se le deja entonces seguir disfrutando del clima benigno del valle del Rin, en el seminario de Ehrenbreitstein, en medio de campos de frutilla y de plantaciones de espárragos, asignándosele la cátedra de alemán y de latín. Kentenich convence no sólo por su competencia intelectual: La docencia se convierte en prueba práctica de las cualidades humanas adquiridas en sus luchas interiores. Sus consignas son amistad en lugar de instrucción de estilo militar, y educación en la autonomía. Para aquella época, consignas asombrosamente modernas.
Los colegas quedan espantados al enterarse de cómo se conduce Kentenich a la hora de tomar exámenes. Les dicta a los alumnos la tarea a realizar… y abandona el aula. Pero su audaz confianza alcanza el efecto deseado: Desde entonces en su curso ningún alumno hace trampas en los exámenes.
Clases de latín y misas en la cárcel
En la primera clase se presentó ante sus alumnos con un discurso, un poco patético pero cordial, como era su estilo: “Queremos trabajar juntos. Les exigiré mucho. Pero también ustedes pueden exigir de mí lo más elevado. Y así seremos buenos amigos en este año.” En sus anotaciones privadas anotó también esa meta: “En tu calidad de docente, sé para tus alumnos un amigo paternal. (…) No sólo eres docente, sino también educador. (…) Tratamiento individual (…). Mantén continuamente la conciencia de que por lo menos la mitad de los errores que se cometen corren por cuenta tuya.”
Quien piensa así trata a sus alumnos no como objetos a los que se les inculca cualquier teoría. Kentenich quiere estimular la iniciativa propia y la responsabilidad compartida. En lugar de hacer aprender de memoria las reglas gramaticales, alienta a los alumnos a elaborarlas por sí mismos basándose en ejemplos. Cuando un chico no puede responder una pregunta, no recurre al mejor alumno, sino que propone un debate por el cual buscar todos juntos la respuesta correcta. Un ex alumno de Kentenich, que más tarde ingresó también a los palotinos, recuerda que esas clases no eran una instrucción en el sentido usual, sino una movilización de todas las fuerzas intelectuales y un concurso bien disciplinado.
Paralelamente el P. Kentenich se dedica a la dura pastoral en las parroquias aledañas: en Westerwald, Taunus y Hunsrück. También reza la misa en la triste atmósfera de la capilla de la cárcel del pueblo de Diez. Le entusiasma especialmente escuchar la confesión pascual de los pecadores empedernidos, hombres que desde hace mucho tiempo no iban a la iglesia, y de pronto se acercan a ella porque la esposa en casa insiste en la cédula de confesión pascual (por entonces aún muy apreciada). Kentenich dice: “Mi mayor alegría como sacerdote era cuando venía alguien con el alma cargada de trastos viejos, muy viejos, que se habían acumulado durante años, de tal manera que, al arrodillarse, hacía crujir el confesionario.”
Al cabo de un año concluyeron sus clases de alemán y latín. En Vallendar – Schoenstatt, cerca de Coblenza, los palotinos abren su nuevo seminario. Establecen un nuevo reglamento para la casa, bastante severo, que regula todo hasta en los detalles. Se genera una pequeña rebelión. Los seminaristas que se habían mudado a Vallendar escriben en la pared, indignados: “Una casa en la cual no reine la alegría, debe ser cerrada enseguida”. El clima en la casa está tan caldeado que dos acompañantes espirituales (sacerdotes encargados de la formación y promoción espiritual de los seminaristas) arrojan sucesivamente la toalla. Oficialmente fundamentan su decisión en razones de salud.
Entretanto el P. Kolb, el viejo amigo de Kentenich, asume el cargo de superior provincial. Envía a José Kentenich como acompañante espiritual a Vallendar. Kentenich tenía veintiséis años y en Ehrenbreitstein había sido capaz de generar una asombrosa relación de confianza con sus alumnos. El 27 de octubre de 1912 se presenta allí nuevamente con un emocionante discurso que hoy es considerado como el “acta de prefundación” de Schoenstatt: “Me pongo a completa disposición de ustedes”, les dice, “con todo lo que soy y lo que tengo: con lo que sé y lo que no sé, con lo que puedo y con lo que no puedo, pero sobre todo con mi corazón.”