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Marcus Sidereo - Los «agentes»

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    Los «agentes»
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    Editorial Bruguera, S.A.
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MARCUS SIDÉREO

LOS «AGENTES»

Colección

LA CONQUISTA DEL ESPACIO n. º 131

Publicación semanal

Aparece los VIERNES

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EDITORIAL BRUGUERA, S. A.

BARCELONA – BOGOTÁ – BUENOS AIRES – CARACAS – MÉXICO


Depósito Legal: B 54.817 –

ISBN 84-02-02525-0

Impreso en España – Printed in Spain

1. ª edición: febrero, 1973

© MARCUS SIDÉREO – 1973

texto

© ANTONIO BERNAL – 1973

cubierta

Concedidos derechos exclusivos a favor

de EDITORIAL BRUGUERA, S. A.

Mora la Nueva, 2. Barcelona (España)

Impreso en los Talleres Gráficos de Editorial Bruguera, S. A.

Mora la Nueva, – Barcelona – 1973


Todos los personajes y entidades privadas que aparecen en esta novela, así como las situaciones de la misma, son fruto exclusivamente de la imaginación del autor, por lo que cualquier semejanza con personajes, entidades o hechos pasados o actuales, será simple coincidencia.


Ú LTIMAS OBRAS PUBLICADAS

EN ESTA COLECCIÓN

  1. — Asesino Cósmico , Curtis Garland .
  2. — Rebeldes en Dangha, A. Thorkent .
  3. — S.O.S. en el cosmos, J. Chandley .
  4. — El monstruo grito en silencio, Curtis Garland .
  5. — Intriga en la galaxia , Glenn Parrish .

CAPÍTULO PRIMERO

Era viernes (1 ) . Se podía respirar aire puro. Los doctores del Biológico soltaban el «gas de la vida». No era menester proveerse de las mochilas que suministraban el oxígeno.

Los viernes, cuando sonaba la sirena, cuyo receptor se hallaba en cada casa, era permisible abrir los ventanucos para que en cada habitat se introdujera el aire de fabricación nacional, que era el mismo de las mochilas, pero sin necesidad de utilizar los engorrosos tubos para aspirarlo. Con los ventanucos abiertos y el habitáculo artificial del satélite Adverger I, cerrado por completo con su bóveda transparente, se podía circular como en cualquier planeta donde el oxígeno emanara de forma natural. No había diferencia. Pero sólo los viernes.

Ramsahil abrió el ventanuco, y aspiró a pleno pulmón.

—Deberían inventar algo para que Adverger I tuviera siempre oxígeno libre —murmuró.

—Siempre estás pidiendo cosas nuevas —repuso el compañero de habitat de Ramsahil.

—Pido lo que es justo, Sham. Vinimos a este maldito satélite como investigadores... Pero ¿cuánto tiempo llevamos aquí? ¿Qué hemos averiguado? ¡Nada! Que sin una maldita mochila con «aire acondicionado» no es posible respirar, y que necesitamos seguir respirando...

—Sí. Puede ser un fastidio, pero pidieron voluntarios. Todos sabíamos a lo que nos exponíamos al aceptar la plaza. Se nos advirtió.

—Lo malo de ti, Sham, es que no encuentras defectos a nada. Para ti todo lo que está ordenado es correcto.

—¿Qué sacas con protestar? ¿Quién va a hacerte caso? Estamos atrapados aquí.

—¿Por qué? ¿Qué dicen de Orion II? Hace no sé cuánto tiempo que no se sabe una palabra del planeta. Dicen que todo va bien, pero es falso. Yo no me creo nada.

—¡Oh, no discutamos! Así se gasta demasiado oxígeno —repuso Sham.

¿Y qué? ¿Es que no es libre? Hoy es el período libre. Podemos gastar el que queramos...

—¡Ramsahil, Ramsahil...! Ya está bien de peleamos por tonterías. De aquí no saldremos. Esto lo sabemos tan bien tú como yo.

—Pues yo quiero salir. Quiero largarme de esta condenada cárcel. Esto es una cárcel, un presidio... allí donde se lleva a los condenados. A los que violan las leyes, a los que protestan de las ordenanzas, a los que no están de acuerdo con el mando... ¡Y en Orion II yo jamás discutí una orden! Era inspector de primera clase, con menciones honoríficas y otros atributos beneméritos... ¡Y me hice voluntario!

—¿Y qué hice yo, Ramsahil? Estamos iguales. Nos han atrapado aquí. Cumplimos un servicio rutinario. No tenemos esperanzas... Pero ¿qué podemos hacer? ¿Sirve de algo quejarse? Sigamos igual... De nada nos servirá la desesperación. Recuerda a los que trataron de fugarse... No hay oxígeno suficiente.

—¡Es una maldita trampa!

—Para que una persona sola pudiera regresar al planeta, haría falta el oxígeno de diez de nosotros en siete períodos... Las fábricas trabajan a pleno rendimiento. Todo está demasiado calculado... ¿Tú te sacrificarías por otro? Está contado. ¡Diez personas tendrían que sacrificarse para que una sola pudiera volver... ! Discutir esto es absurdo. Aquí, mal que bien, vivimos...

—Sin esperanza. Tú lo has dicho —repuso Ramsahil, alejándose del ventanuco como si hasta el aire fresco y libre le asqueara.

—Tal vez, Ramsahil. Los sabios investigan. Trabajan todo el tiempo... Tal vez lleguen a dar con la fórmula para producir el doble...

—¿Por qué no nos mandan auxilios del planeta, Sham? ¿Por qué no lo hacen?

Sham no contestó, aunque sabía lo que su compañero iba a añadir a su queja.

—Al principio —siguió Ramsahil—. Cuando se trataba de demostrar a todo el planeta cuál era la región más poderosa, se abocó todo el dinero en los descubrimientos espaciales. Se trataba de deslumbrar a los más débiles, pero cuando una de las potencias comprendió que la conquista del espacio era un gasto inútil, en tanto no se consiguiesen medios más idóneos para su exploración, la otra potencia..., la nuestra, «cerró el grifo». Se acabaron los millones que el Senado votaba únicamente por el orgullo maldito de mantener la supremacía. ¡Y ya no se acuerdan de nosotros! Rescatarnos sería tanto como votar otra cantidad inconmensurable, cosa a la que ya no se atreven... Tal vez nos creen muertos... No les interesa averiguarlo. Este fue un experimento fallido.

—En Orión se contaban los períodos de tiempo por decenios... Y la gente envejecía... —repuso Sham—. Aquí es distinto. El tiempo no cuenta... Los que nos mandaron aquí ya no existen... ¿Sabes, acaso, los períodos que han pasado?

—He perdido la cuenta.

Exacto. Somos muertos. Tú lo has dicho. Somos los muertos del espacio. Los muertos de un habitáculo sin vida propia, muerto también... Lo importante es aclimatarse a nuestra forma de vivir... Y hacerlo lo mejor que podamos. Las quejas, desgraciadamente, Ramsahil, no sirven ni solucionan nada.

Sonó la sirena impensadamente, y una voz anunció en cada domicilio:

—Por causas imprevistas, se impone la restricción de aire libre... Utilicen sus mochilas diarias. Se va a cerrar el suministro. Cierren los ventanucos y utilicen las mochilas. Es urgente...—Y la voz ya no volvió a repetir el aviso.

—¡Qué te parece! —exclamó Ramsahil.

—No nos queda más remedio que obedecer —repuso Sham, y fue en busca de su mochila (2 ) .

Cuando Ramsahil se hubo aplicado su mochila, la voz del receptor anunció:

—Emergencia en la pista quinta... Todo el personal libre de servicio debe acudir a la pista quinta. Emergencia. Emergencia.

Entre el personal libre de servicio figuraban Ramsahil y Sham. Y el primero masculló:

—Sólo faltaba esto. El artefacto en la espalda, y a trabajar hasta en los días libres.

—Deja de gruñir, Ramsahil —sonrió su amigo—. Y vámonos. Es una emergencia.

—¡Me gustaría saber por qué diablos trabajamos!

—En Adverger I, trabajamos para el oxígeno. Ya sabes las órdenes... Quien no trabaja puede ser condenado a la pérdida de ese aire «postizo», del que tanto despotricas...

—¡Es la cárcel! —gruñó Ramsahil—. Lo he dicho. Es la cárcel...

Y por el altavoz se repetía la orden:

—¡Emergencia en la pista quinta! ¡Que todo el personal franco de servicio acuda a la pista quinta! Emergencia. Emergencia...

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