Marcus Sidereo - Los Desterrados
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- Libro:Los Desterrados
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- Editor:Editorial Bruguera, S.A.
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MA R CUS SIDEREO
LOS DESTERRADOS
Colección
LA CONQUISTA DEL ESPACIO n.°
Publicación semanal.
Aparece los VIERNES.
EDITORIAL BRUGUERA, S. A.
BARCELONA — BOGOTA — BUENOS AIRES — CARACAS — MEXICO
Depósito Legal B. . 832 – 1973
ISBN 84-02-02525-0
Impreso en España — Printed in Spain
a edición: junio, 1973
© MARCUS SIDEREO — 1973
texto
© ANGEL BAD I A — 1973
cubierta
Concedidos derechos exclusivos a favor
de EDITORIAL BRUGUERA. S. A.
Mora la Nueva, Barcelona (España)
Impreso en los Talleres Gráficos de Editorial Bruguera, S.A.
Mor a la Nueva, 2 — Barcelona — 1973
Todos los personajes y entidades privadas que aparecen en esta novela, así como las situ a ciones de la misma, son fruto exclusivamente de la imagin a ción del autor, por lo que cualquier semejanza con person a jes, entidades o hechos pasados o actuales, será simple coi n cidencia.
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143.— Invasor del Más Allá — A Thorkent .
144.— El telépata — Joe Mogar.
145.— Todos los rostros del pánico — Curtis Garland.
146.— Expedición a la vida — Glenn Parrish.
147.—Evasión del mundo del terror — Curtis G arland.
Corría el año solar número 32000 de Delko.
La granja era una inmensa llanura que se perdía en el horizonte. Estaba perfectamente sembrada y su extensión, mucho mayor que algunas de las antiguas naciones del planeta, con lo que daba idea de la opulencia de su propietario.
Allton era el dueño de todo aquello. Hombre rico e influyente en todos los campos.
Ahora estaba allí, junto al vehículo que le servía para inspeccionar personalmente las tierras en comp a ñía de su capataz Jonnasson.
Si el dueño era un individuo altivo y corpulento, Jonnasson le superaba en envergadura y peso. Era un auténtico coloso, que al igual que su propietario iba perfectamente armado. Una especie de escopeta de cuatro relucientes cañones colgaba de su hombro derecho. Una pistola plana de color plateado descansaba en una funda de tipo sobaquera .
Iguales armas llevaba el señor Allton, que estaba discutiendo con un hombre de medidas normales, si bien disponía de una extraña peculiaridad: Sus ojos. Unos ojos profundos, incisivos, que a poco que se observaran no parecían los normales de los habitantes del Delko Blanco.
—No sé quién es usted —gruñía Allton—, pero ha burlado todas las prohibiciones de penetrar en mis tierras., y esto está severamente castigado.
El de los ojos profundos sonrió como si acabara de escuchar un disparate salido de labios de un chiquillo.
—Es usted demasiado condescendiente, señor Allton —adujo el capataz—. En sus dominios usted es la ley. Déme una orden y yo castigaré al intruso.
—¿Por qué no se calman? —sonrió el desconocido—. Yo no entiendo de propiedades, y habría mucho que discutir sobre esta tierra, pero no quiero hacerlo y me iré cuando me apetezca.
—¿Ha oído esto, señor Allton? —se impacientó el capataz—. Encima se insolenta.
Allton lanzó un bufido.
—¿Quién es usted? ¿Quién le envía?
—No tengo por qué contestar a sus preguntas. Y déjenme en paz —repuso el otro.
—Yo sé quién es. Debe ser de esa secta que l es llaman... «Los inspectores». Creí que ya los habían exterminado a todos, pero veo que aún quedan. No será por mucho tiempo si de mí depende.
—Sólo dice tonterías. Ese condenado planeta siempre andará en pañales mientras existan tipos como usted.
—¡Basta! Ya estoy cansado de oírle. Voy a detenerle y entregarle a las autoridades para que le hagan hablar. Ellos tienen medios.
Y al decirlo, Allton desenfundó su pistola, pero antes de que pudiera usarla, en la mano derecha del hombre de los ojos profundos apareció un arma extraña. Al capataz le pareció que era como una pistola, pese a su extraordinaria pequeñez.
Todo ocurrió tan de prisa que el granjero no pudo darse cuenta de lo que ocurría, porque recibió una descarga silenciosa. Un impacto que empezó a quemarle por dentro.
Supo que se moría, pero ni siquiera le dio tiempo de gritar.
El capataz quedó boquiabierto.
—¡Señor Allton! —gritó.
El arma del otro se encaraba hacia él.
—¡Fuera, si no quieres que te ocurra lo mismo! ¡Fuera he dicho!
Jonnasson era hombre valiente. Valiente a toda prueba, pero algo frenó sus impulsos. Había leído la muerte en los extraños ojos del forastero, y se quedó como paralizado, hasta llegó a sentir una extraña sensación de impotencia, como si durante unas fracciones mínimas de tiempo sus miembros se le hubiesen agarrotado.
Entonces tuvo la noción de que el forastero desaparecía. Hasta creyó que se había desvanecido, pero la verdad es que podía haberse camuflado entre las altas hojas que producían las semillas alimentadas con abonos sintéticos, con las que se podía abastecer casi la nación entera.
Empezó a moverse con la idea de perseguir al asesino de su patrón.
Anduvo cosa de cincuenta metros entre aquel laberinto de hojas gigantes.
De pronto escuchó como un extraño zumbido e instintivamente miró hacia el aire.
De entre la espesura de las rocas se elevaba por los aires, un artefacto de forma redonda, ligeramente cónica en la parte de arriba.
La visión fue fugaz, muy fugaz, porque el disco se perdió en las alturas, desapareciendo de su vista, a pesar de que ni una sola nube empañaba el azul del firmamento.
Como petrificado quedó inmóvil.
¿De dónde había salido aquello?
Se quedó escuchando el silencio. Un silencio terrible que marcaba la inmensa soledad de la plantación.
Estaba convencido de que el asesino de su patrón ya no estaba allí, sino que se encontraba a cientos, a miles de kilómetros de distancia.
Antes de que oscureciera y tras dar la noticia por la radio portátil que cada ciudadano del Delko Blanco poseía para su uso particular, los helicópteros a reacción de la policía habían llegado al lugar del crimen.
—¿Está seguro de lo que dice? —-preguntó el inspector jefe de la Sección.
—Completamente, señor. Ese hombre escapó en un bólido de esos que sólo se ven en las narraciones fantásticas. Estaba por ahí, entre el sembrado.
El inspector jefe de la Sección ordenó una batida. Una docena de hombres inspeccionaron concienzudamente toda la zona, pero los resultados fueron negativos.—Está usted trastornado, Jonnasson. No hay la menor huella de que un aparato, del tipo que fuere, se hubiese posado sobre el suelo. Aparte de las huellas, habría destrozado las hojas. Encontraríamos docenas de indios, y no hay ninguno.
— ¡ Yo les he dicho la verdad! —afirmó el capataz—. Toda la verdad.., Y les aseguro que no estoy trastornado.
—Bueno, Jonnasson, tendrá que venir a la central a firmar su declaración.
Momentáneamente la investigación sobre el lugar del crimen se dio por conclusa, si bien el inspector jefe dejó a algunos hombres de vigilancia como mera rutina.
El cuerpo del ex todopoderoso Allton fue retirado en una camilla y subido a un helicóptero para ser llevado al hospital.
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