Sidereo - Torbellino de Horror
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Torbellino de Horror: resumen, descripción y anotación
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EN ESTA COLECCIÓN – El canje , Ralph Barb y . – Fronteras del terror , Peter Derby . – Un enviado a la Tierra , Marcus Sidereo . – Cronoclismo , Glenn Parrish . – Un minuto en la cuarta dimensión , Ralph Barby . A. A.
BARCELONA – BOGOTÁ – BUENOS AIRES – CARACAS – MÉXICO
Barcelona (España) Todos los personajes y entidades pri vadas que aparecen en esta novela, así como las situaciones de la misma, son fruto exclusivamente de la imaginación del a utor, por lo que cualquier seme janza con personajes, entidad es o he chos pasados o actuales, será simple coincidencia. Impreso en los Talleres Gráficos de Editorial Bruguera, S. A. Parets del Vallès (N-152, Km 21,650) Barcelona – 19
Estaba vivo. Podía sentir y pensar. ¿Pero qué sentía? Nada. Estaba tendido con la espalda contra el suelo. En lo alto brillaban lucecitas. Asteroides, constelaciones, rodeadas de azul oscuro, muy oscuro.
Todo era noche. Sin embargo... Miró sus manos fosforescentes. ¿De dónde procedía la luz? Palpó de nuevo el suelo. Notó algo viscoso, difícil de definir con el simple tacto. Lentamente se incorporó con alguna dificultad.
Estaba como adormecido, con la sensación de haber recibido un golpe o... algo que le había sumido en la inconsciencia. Intentó recordar. Nada. Sus pensamientos pretéritos le conducían a la nada. ¿Había sido todo un sueño? Recordó unas palabras: «Hay dos clases de vida.» ¿Dos clases de vida? Forzó su intelecto. «Hay la vida que todos aceptamos como real, como auténtica, pero está también la vida de los sueños.» ¡La vida de los sueños! ¿Estaría soñando? ¿Cuál de las dos es realmente auténtica? «El alma puede elevarse..., ir más allá de la percepción normal de los sentidos.» ¿Dónde había oído aquello? Se sentó sobre aquella extraña superficie y sus manos posando en el suelo sintieron de nuevo aquel contacto viscoso, extraño. Las miró. Nada. Nada.
Parecían limpias, pero fosforescentes. — ¿Dónde estoy? —murmuró y aquella vez pudo oír su propia voz. Miró en derredor, puesto ya en pie. Se imaginó un desierto... Algo inhóspito, extraño. Pero... ¿Acaso procedía de algún sitio? Era como un recién nacido. ¿Se puede recordar el momento en que se viene al mundo? ¿Puede un adulto memorizar sus recuerdos desde el instante en que es expulsado del seno materno? ¿Era aquello el nacimiento? No... ¿Se puede recordar el momento en que se viene al mundo? ¿Puede un adulto memorizar sus recuerdos desde el instante en que es expulsado del seno materno? ¿Era aquello el nacimiento? No...
El había nacido muchos años antes. ¿Cuántos? No podía recordarlo. Nada de su pasado se hallaba al alcance de sus pensamientos. ¿Y su nombre? —¿Cómo me llamo? —¿Tengo amigos? —¿Acaso me he perdido en una de las excursiones exploratorias? ¿Exploratorias? ¿Era acaso un explorador? De nuevo su subconsciente permaneció en blanco, sin poderle dar respuesta a sus preguntas. Su mirada paseó por el ancho campo extraño, llano, oscuro. ¿Qué era aquello? ¿Dónde había recuperado la vida? ¿La había recuperado? Comenzó a caminar. ¿Qué era aquello? ¿Dónde había recuperado la vida? ¿La había recuperado? Comenzó a caminar.
No tomó ningún rumbo determinado porque ignoraba dónde se hallaba. No existían caminos. Todo era llano, indefinido. De pronto pensó en los sueños. ¿Sueños? ¿Se llamaban realmente sueños? Cuando cerraba los ojos vivía otra vida... ¿Cuál era la vida real? ¿Cuándo empezaba realmente a vivir? Cuando tenía los ojos cerrados o cuando los tenía abiertos. ¿Cuál era la vida real? ¿Cuándo empezaba realmente a vivir? Cuando tenía los ojos cerrados o cuando los tenía abiertos.
Buscó sus ojos. Estaban abiertos; luego no dormía, no estaba soñando. De repente pensó que hasta para sí mismo era un ser desconocido, ¡Un ser desconocido!
El zumbido procedía de dos motores «Unipersonales». Cada uno de aquellos dos motores que producían el ruido iba acoplado a la espalda de un hombre. Eran dos los hombres que se aproximaban por los aires. La turbohélice les mantenía en el aire a velocidad regular. A través de sus viseras amplificadoras dotadas de rayos, podían ver a través de la oscuridad. —Allí —dijo simplemente. —Allí —dijo simplemente.
Los dos dirigieron su vuelo hacia donde yacía el caído. Se posaron en el suelo y cerraron el contacto de sus respectivos motores. — ¿Es él? —preguntó el otro. —Seguro. Su descripción coincide. —Bien.
Utilizaremos el motor de control a distancia. —Sí. Uno de ellos, portador de una especie de maletín, sacó de su interior un motor parecido al que llevaban él y su compañero. Mientras uno le mantenía en pie, el otro le pasaba las correas por debajo de las axilas, a fin de que el motor quedara en posición de funcionamiento, como una mochila, a su espalda. —Listo —dijo. —Vámonos, pues.
El que le había pasado el motor pulsó una palanca que puso en movimiento una aguja oscilante. —Fijado el rumbo. —De acuerdo. Se elevaron. El portador del control remoto pulsó el botón de un reloj y cuando la aguja coincidió con el punto fijado en el mismo sitio que la del motor del hombre inconsciente, éste se elevó por los aires impulsado por el turborreactor. Inconsciente voló a merced de quien le conducía.
Era como un muerto flotando en el espacio. * — ¿Doctor K? —preguntó la voz femenina. El abrió los ojos. Miró en derredor. Aquello le pareció lo más semejante a un hospital. — ¿Doctor K? —volvió a repetir la mujer. — ¿Doctor K? —volvió a repetir la mujer.
Era joven, bien parecida. Vestía un traje que parecía confeccionado con caucho, completamente ajustado a su cuerpo, remarcando sus bien proporcionadas formas. — ¿Doctor K? —inquirió él, mirando fijamente a la joven. — ¿No es éste su nombre? —No... No puedo acordarme —murmuró él. —Karban —repuso ella—.
Este debe ser su nombre completo. Tenemos su ficha. —Oiga yo... —Ha sufrido un fuerte shock. Es lógico que se halle un poco desorientado. Ya se recuperará —replicó ella, mientras daba la vuelta con intención de alejarse.
Entonces se fijó más detalladamente en su figura. Era alta, perfectamente proporcionada, su voz sonaba dulce, pero en todo su aspecto había una rigidez absoluta, una frialdad total. — ¡Espere! —exclamó él. Ella se volvió. — ¿Desea algo? —preguntó ella. ¿Dónde estoy? —En el pabellón de recuperación, doctor. —Pero... ¿En dónde? —¿En dónde? —preguntó ella como si quisiera denotar sorpresa, aunque su voz dulce siguió sonando de un modo impersonal. —Sí. ¿Dónde estoy? ¿Qué es esto? —El pabellón de recuperación, doctor. —Sí, sí... —Sí, sí...
Pero, ¿en qué lugar? — ¡Ah! ¿No recuerda el lugar? —No. No recuerdo absolutamente nada. ¿Quién me trajo aquí? —Nadie, doctor, vino por sí mismo. Y ella volvió a dar la vuelta para dirigirse hacia la puerta, que empezó a abrirse automáticamente. —Espere, espere —iba a incorporarse y apartar la sábana con la que estaba cubierto. —No debe moverse todavía. —No debe moverse todavía.
Está usted muy débil. Ya volveré. La puerta terminó de abrirse para dar paso a la mujer. Seguidamente se cerró. El hombre se levantó inmediatamente. La habitación aparte de la cama no contenía ningún otro objeto, ni muebles donde sentarse, ni me-sitas ni armarios, nada.
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