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Marcus Sidereo - Gas Neutro

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    Gas Neutro
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    Editorial Bruguera, S.A.
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MARCUS SIDEREO GAS NEUTRO LA CONQUISTA DEL ESPACIO n 155 Publicación - photo 1

MARCUS SIDEREO GAS NEUTRO LA CONQUISTA DEL ESPACIO n 155 Publicación - photo 2

MARCUS SIDEREO

GAS NEUTRO

LA CONQUISTA DEL ESPACIO n.° 155

Publicación semanal.

EDITORIAL BRUGUERA S A BARCELONA - BOGOTA - BUENOS AIRES - CARACAS - photo 3

EDITORIAL BRUGUERA, S. A.

BARCELONA - BOGOTA - BUENOS AIRES - CARACAS – MEXICO


ISBN 84-02-02525-0

Depósito Legal B. 21.213 – 197

Impreso en España - Printed in Spain

a edición: julio , 197

© Marcus Sidereo - 197

texto

© ALBERTO PUJOLAR - 197

cubierta

Concedidos derechos exclusivos a favor

de EDITORIAL BRUGUERA. S. A.

Mora la Nueva, Barcelona (España)

To d os los p ers o n aj e sy e n t i d a d es p r i va d as qu ea p a r ecenenes t a n ovela,así c omolas si tu aci o n es d e l a misma,son f r u t o ex c l u sivame n t e d e la imagi n ación d ela u t or, p or lo q u e c u al q u ie r sem e ja n z a c on p ers o n a j es,e nt i d a d eso he c h os p asa d os oac tu a le s , serásim p l e c oi n c i d e n c ia.

Impreso en los Talleres Gráficos de Editorial Bruguera, S.A.

Mora la Nueva, 2 — Barcelona —


ULTIMAS OBRAS PUBLICADAS EN ESTA COLECCIÓN

150.— Monstruos robots. J. Chandley.

151.— Saga de dragón. Curtis Garland.

152.—Último aviso. Marcus Sidéreo.

153.— Terror en el infinito. J. Chandley .

154.— El planeta de los hombres perdidos. A. Thorkent.


CAPITULO PRIMERO

Un planeta cualquiera en pleno desarrollo

El operador de la base de vigilancia aérea recogía en forma rutinaria los, mensajes que iba recibiendo a través del receptor de distancia.

—Nebulosa Trífide, 3102 años luz. Designaciones M20-NGC 6.514.

El mensaje fue repetido por una voz metálica, y el operador lo anotó en la máquina registradora de datos.

—¿Qué es esto? —preguntó el que iba a reemplazarle.

—Rutina —repuso el operador saliente, cediéndole el sitio.

El receptor emitió por tercera vez:

—Nebulosa Trífide, 3102 años luz. Designaciones M20-NGC 6.514.

—¡Eh! —exclamó el entrante, un joven que rezumaba dinamismo y del que muchos decían que su verdadera vocación no era precisamente la de captar y transmitir mensajes, lo cual era el primero en admitir, ylamentar aquel puesto, que por otra parte era lo más cercano a los viajes de investigación, ya que le mantenían en contacto con las naves que surcaban el espacio y las órdenes de las misiones que iban a llevarse a cabo.

—¿Qué pasa? —inquirió su compañero, dispuesto ya a salir de la cabina de registres.

—Este mensaje no tiene sentido.

—Hay muchas cosas que no tienen sentido. Tú registra lo que llegue y en paz. Es nuestro trabajo.

—Pero se habla de Trífide. Esto está demasiado lejos para nosotros, ¿no?

—¿Y qué?

—Hace un montón de años alguien intentó llegar...

—Mira, Bretch, no te metas a investigar cosas pasadas. Recuerda que no te pagan para...

—¡Oh! —cortó el joven—. Ya salió a relucir tu condenado materialismo. Cobro para esto, te pagan por lo otro. «Yo cumplo y nada más.» No somos máquinas.

—¿Tú crees?

—No somos como otros planetas que han reemplazado a los seres vivientes por máquinas. Podemos pensar, razonar... Ahí está lo bueno.

—Déjate de tonterías. Seres o maquinas, ¿qué más da? Y no estaría nada mal que los robots nos suplieran. En esos sitios que dices, apuesto a que los seres se tiran la gran vida, y aquí hay que trabajar, sin descuidarse. No estamos tan adelantados como pretendemos...

El receptor de distancias emitió una vez más aquel mensaje:

—Trífide, nebulosa. 3102 años luz...

—Esto es muy extraño... ¿Qué querrán decir con estos datos?—insistió Bretch.

—Si lo miras en los registros, seguramente encontrarás que son los datos conocidos de la nebulosa Trífide. ¿Satisfecho?

—Espera. No te vayas... Ahora recuerdo... Hace como unos quinientos años, o cosa así, alguien se perdió en el espacio. Era en los comienzos...

—Humm... —rezongó el otro.

—Espera, espera... Lo he leído.

—Te empollas todo lo que no tienes necesidad de empollar.

—Me gusta. No es culpa mía que el cupo estuviera completo.

—¿Qué cupo?

—El de investigadores del espacio...

—¿Todavía con esas manías?

—Me dijeron que era demasiado joven, que había que dar prioridad a los mayores. Luego, que el cupo estaba completo... Después...

—¡Que no sirves, vaya! —sonrió el otro con ganas de mortificarle.

—¡Eso no es cierto! ¡Pasé las primeras pruebas!

—Bueno. Déjame en paz. Mi turno ha terminado.

—Te decía que alguien se perdió en el espacio.

—¿Y qué?

—Que luego se averiguó que estaba en la órbita de Trífide.

—¿La órbita de Trífide? Eso son tonterías... Debíaestar en la ruta... No se pueden captar mensajes a 3102 años luz... ¿No sabes esto, principiante? No me extraña que no te admitieran en investigación.

Y dicho esto, el compañero de Bretch se largó. Lo estaba deseando. Era uno de tantos que hacía su trabajo de forma rutinaria, como un autómata. Seguía las normas: «Nada de iniciativas». Norma primera: registrar y callar.

Bretch lanzó un bufido:

—¡Bah! Sin iniciativas no habríamos llegado donde hemos llegado —dijo en voz alta.

—¡Atención, atención! —expresó entonces la voz metálica—. Objeto no identificado se dirige a gran velocidad sobre la superficie del planeta. ¡Detecten! ¡Detecten!

Instintivamente Bretch miró a través de la gran cristalera abierta al exterior, sobre la torre metálica.

En aquel momento le pareció absurdo que su trabajo consistiera únicamente en registrar los datos. Si de veras ocurría algo importante, Bretch hubiera preferido hacer algo... de forma más activa.

—¡Atención, atención! —repitió el mensaje.

Todo lo que tenía que hacer era registrarlo y transmitirlo.

Se dispuso a hacerlo.

—Mensaje de las patrullas de vigilancia —transmitió—. Objeto no identificado se dirige a gran velocidad sobre la superficie de...

No tuvo tiempo de terminar su transcripción, porque una enorme explosión hizo temblar el suelo.

Los aparatos de la cabina crujieron. Algunos quedaron desajustados y los taburetes metálicos y mesas no sujetas vibraron ante la onda expansiva de aquel tremendo impacto, que sin embargo, parecía venir de muy lejos.

Hasta el Sol en derredor del cual gravitaba el planeta pareció oscurecer en una fracción de tiempo comparable al abrir y cerrar de ojos.

Bretch pegó un brinco y se colocó junto al ventanal.

En apariencia, en la parte exterior todo seguía igual. Un inmenso desierto de arena por un lado, y un tiempo despejado en la atmósfera.

¿Qué había sucedido, pues?

Comprobó el receptor de distancias. Seguía funcionando. Sin embargo, no detectó ni informó de ninguna explosión.

¿Qué era lo que había ocurrido?


CAPITULO II

El niño jugaba en la playa, correteando por la orilla ante una mar tranquila, apacible.

El agua plateada por la luz brillaba de forma intensa. El día era hermoso.

Sin embargo...

El oleaje sobrevino de forma poco corriente. La bonanza de la mar se truncó repentinamente y las aguas rugieron de forma inesperada.

—¡Cris! ¡Cris! —gritó una voz femenina.

Era la muchacha que cuidaba al niño, y corrió en su busca al darse cuenta de aquel cambio repentino.

En la playa no había nadie más. Era un lugar privado que formaba parte de la residencia del primer mandatario.

La mansión se levantaba medio kilómetro más atrás, rodeada de una vegetación exuberante, propia del lugar privilegiado donde había sido levantada.

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