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Erri De Luca - El contrario de uno

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Erri De Luca El contrario de uno
  • Libro:
    El contrario de uno
  • Autor:
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    www.papyrefb2.net
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El contrario de uno: resumen, descripción y anotación

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El dos es el contrario de uno. «Esta noción, que», dice Erri De Luca, «contrasta con la aritmética, es la experiencia de estos relatos. Desde un cordón materno hasta los dos nudos en el vientre de una cordada de montaña, se desarrolla la aventura de un solitario en el encuentro con la forma del dos. Es una revelación, ni sacra ni profana». Estas historias son accidentes que contradicen la soledad, enredan a la muerte. Una mujer entra en una habitación de invierno para llevar el inesperado calor de la alianza entre los cuerpos. Un padre pintor fiel a su «pulgar arlequín». Una joven burguesa con camisa blanca y falda azul ante el ciclostil de la revolución que lanza su imposible pregunta: «¿Pero es que tú no querrías ser por una vez el prójimo para alguien?».Dieciocho cuentos y un breve poema componen una única historia, la del escritor, y la de cada uno de nosotros, un único hilo contra la soledad, la pasividad, la muerte.

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El dos es el contrario de uno. «Esta noción, que», dice Erri De Luca, «contrasta con la aritmética, es la experiencia de estos relatos. Desde un cordón materno hasta los dos nudos en el vientre de una cordada de montaña, se desarrolla la aventura de un solitario en el encuentro con la forma del dos. Es una revelación, ni sacra ni profana». Estas historias son accidentes que contradicen la soledad, enredan a la muerte. Una mujer entra en una habitación de invierno para llevar el inesperado calor de la alianza entre los cuerpos. Un padre pintor fiel a su «pulgar arlequín». Una joven burguesa con camisa blanca y falda azul ante el ciclostil de la revolución que lanza su imposible pregunta: «¿Pero es que tú no querrías ser por una vez el prójimo para alguien?».Dieciocho cuentos y un breve poema componen una única historia, la del escritor, y la de cada uno de nosotros, un único hilo contra la soledad, la pasividad, la muerte.

ERRI DE LUCA
EL CONTRARIO DE UNO
Traducción de Carlos Gumpert
Todos los derechos reservados Ninguna parte de esta publicación puede ser - photo 1
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.
Título original: II contrario di uno
En cubierta: Desde la Rouja (1994).
© Foto: Silvia Meucci Diseño gráfico: Gloria Gauger
© Giangiacomo Feltrinelli Editore, Milán 2003
© De la traducción, Carlos Gumpert
© Ediciones Siruela, S. A., 2009
ISBN:978-84-7844-741-1
EL CONTRARIO DE UNO
A las madres,
porque a ser dos se empieza desde ellas
Mamm’Emilia
En ti he sido clara, huevo, pez,
las eras inconmensurables de la tierra
he cruzado en tu placenta,
fuera de ti me han contado por días.
En ti pasé de célula a esqueleto
agrandándome un millón de veces,
fuera de ti el acrecimiento ha sido inmensamente menos.
Me escabullí de tu plenitud
sin dejarte vacía porque el vacío
me lo llevé conmigo.
Vine desnudo, me tapaste
así aprendí desnudez y pudor
la leche y su ausencia.
Me has puesto en la boca todas las palabras
a cucharaditas, excepto una: mamá.
Esa se la inventa el hijo chasqueando los dos labios
ésa la enseña el hijo.
De ti he tomado las voces de mi lugar,
las canciones, las injurias, los conjuros,
de ti escuché el primer libro
tras la fiebre de la escarlatina.
Te he ayudado a vomitar, a freír las pizzas,
a escribir una carta, a encender un fuego,
a acabar el crucigrama, te he vertido el vino
y he manchado la mesa,
no te he puesto un nieto en el regazo
no te he hecho llamar a una cárcel
todavía no,
de ti he aprendido el luto y la hora de dejarlo,
a tu padre me parezco, a tu hermano,
no he sido hijo.
De ti he recibido los ojos claros
no su peso
a ti te lo he ocultado todo.
He prometido quemar tu cuerpo
no dárselo a la tierra. Te daré al fuego
hermano del volcán que nos orientaba el sueño.
Te esparciré en el aire tras un aguacero
a la hora del arco iris
que de par en par te hacía abrir los ojos.
Viento en la cara
Las primeras veces experimentas el viento que levantan los cuerpos a la carrera. Ves la fuga que se dirige contra ti, los tuyos huyen, tú te mantienes a un lado para que no se te echen encima. Corren callados, nada de gritos, el aliento les hace falta entero para las piernas. Miras su carrera. Es viento en la cara, cuerpos de muchachos y muchachas que se esfuman, nadie se fija en ti. Después alguien dirá sí, yo lo vi, estaba parado en la esquina, apoyado contra el muro.
Detrás llegan las tropas de uniforme. Tú esperas la escasa tierra de nadie entre los que huyen y quienes los persiguen, te separas del borde, del muro, tiras lo que tienes en la mano, tiras hacia abajo para hacer que tropiecen, después te toca a ti alejarte. Has tenido tiempo de mirar dónde te conviene, dónde tienes ventaja, mejor si es cuesta arriba. Quienes te persiguen ya están jadeando y se desaniman al correr contra una pendiente. Y aunque quieran lanzar hacia ti algún disparo, es más incómodo un blanco que está más en alto.
Tienes poca ventaja, unos metros, pero con tu salida has desbaratado, durante unos segundos, su galopada, los has sorprendido. Te ven a ti solamente, pero les ronda la duda de que pueda haber otros, durante un segundo miran alrededor. Es un viejo vicio del temor ese de no fiarse de los propios sentidos en un momento de concitación. De ello te aprovechas y gañas metros. Han comprendido por fin que no eres más que una astilla, la que golpea contra las piernas abiertas de quien derriba un árbol con el hacha. Detrás de ti estalla su cólera y los arrastra en tu persecución, oyes que alguien chilla que no escape, piensas: mejor aún, malgastan a gritos sus reservas de aire, a los veinte, treinta metros se les apagará el resuello, tendrán que plantarse en plena carrera para tomar aliento. Mientras tanto has desbaratado su persecución, los tuyos están a salvo y tú puedes aminorar tu carrera, intentar alcanzarlos en el lugar sucesivo, ya concordado en caso de fuga. Tú: ¿quién eres?
Eres uno que un día en plena carga de las tropas te quedaste parado. Te asaltó el desaliento por la carrera desvencijada de quienes te rodeaban, si uno caía los demás le pasaban por encima con el pánico. Te daba pena la carrera torpe de muchas chicas que entonces no iban al gimnasio ni por los parques a entrenarse. Cuando te tocó a ti ser joven, y joven de la calle, el deporte había sido la hora de educación física en una enorme sala del colegio. Los chicos sabían correr porque jugaban a la pelota en el parque municipal, interrumpidos por los guardias urbanos. Las chicas no sabían correr. Aprendían entonces, en las manifestaciones atacadas, ahumadas, perseguidas.
La primera vez que no escapaste te cogieron, mejor dicho, te dieron a base de bien. Te acurrucaste en el suelo, la gorra voló de una patada, pero el instinto supo aconsejarte. Entre sus piernas era más difícil ser golpeado, mientras que es más cómodo y fuerte el golpe sobre quien se encoge quedando a media altura. Se desahogan contigo, después uno de ellos te empuja hacia la retaguardia, te ganas algún golpe más, uno más duro te hace caer otra vez, viene de detrás, aprende, sí, así aprendes que aunque atrapado, rendido, no estás a salvo, antes debes pasar entre todos ellos. No es como de niños cuando quien era hecho prisionero estaba quieto una vuelta, nadie lo tocaba. Aquí estás en el purgatorio de su retaguardia, saltan golpes en frío, de chulos de cartón, como se dice en tu pueblo.
Así quedaste atrapado la primera vez, peor que un pollastre, que por lo menos intenta escabullirse entre las piernas. Tú nada, los esperaste sin pensamiento alguno, sólo porque no querías marcharte. Arrojado al interior de un coche celular, la sorpresa es que no estás solo. Cerca de ti, bajo la escasa luz, hay alguien más, vestido apenas mejor que tú, sin sangre en la cara o en la ropa. Te pregunta cómo estás, si reconoces, si sabes contar. Se interesa por si tienes daños dentro del cráneo, o sólo los de fuera. Dice que es dura una cabeza, nada fácil romperla, aunque de arañarla sí. Te mira la brecha, apartando el pañuelo con el que aprietas, dice que quedará como nueva con un par de puntos.
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